Ismael Pérez Vigil 15 de diciembre de 2018
Los
resultados del pasado proceso electoral no sorprendieron a nadie. La
abstención, como era de suponerse, rondó el 80%, cifra que sube o baja
dependiendo de dónde tomemos los datos. Como quiera que se le examine, es una
cifra de participación muy baja y debe ser la más baja de la historia electoral
venezolana.
Pero
el punto es: ¿Qué representa esta cifra?, o más bien, ¿A quién representa?
Naturalmente, hay sectores opositores que se atribuyen esta abstención como un
éxito y lo celebran como un triunfo; pero, ¿Realmente lo es? Examinemos las
partes y que cada quien saque su conclusión.
La
estrategia del régimen fue demoledora; dividió a la oposición, que ni siquiera
discutió sí estratégicamente debía ir o no a elecciones y los que decidieron
ir, lo hicieron separados y divididos, ocasionando así la perdida innecesaria y
lamentable de algunos municipios. Después de esto, que ya le garantizaba el
triunfo a la dictadura, lo demás fue rutina: bastó con fijar una fecha de
elección de manera apresurada, extemporánea y separada ilegalmente de la
elección de alcaldes; reorganizar distritos electorales para concentrar sus
votos donde le son favorables a la dictadura y anular los de la oposición;
inhabilitar a algunos de los candidatos opositores, apresar y forzar a otros al
exilio; declarar ilegales e inhabilitar los principales partidos de oposición
–aunque la oposición hubiera decidido participar, no tenía candidatos
emblemáticos ni partidos por quien llamar a votar–; esta vez el borreguil CNE
ni siquiera instruyó o preparó a los miembros de mesa; ni enseñó como votar a
los electores, en unas elecciones que son complicadas por la multiplicidad de
candidatos y cargos; etc.
El
régimen no invirtió mucho en su campaña; es más, ni siquiera hizo campaña; solo
necesitó acarrear a unos pocos a votar, amenazándolos con anularles el carnet
de la patria y dejarlos sin “cajas clap” y subsidios, todo lo demás se lo hizo
la oposición. Y una vez más se demostró que, cuanto más alta la abstención y
más dividida la oposición, mejor para el régimen. Y si no, pregunten a los
vecinos de Baruta, que estrenarán alcalde rojo el próximo trimestre, por
primera vez desde que se eligen los alcaldes.
Frente
al resultado, el olfato político me dice que caben dos posiciones: la
confrontación o la conciliación. Dejemos de lado la más fácil, la
confrontación. Asumamos una posición de “conciliación” o mejor aún, de crítica
y autocrítica.
El
tema o la pregunta sigue siendo: ¿Cómo salimos de este régimen de oprobio?, o
dicho de otra manera, ¿Cómo nos organizamos para sacar a la dictadura? No hay
otra; y pareciera que una cierta lógica aconseja que se unan todos los que se
oponen al régimen; pero en la oposición, realmente, en la práctica, nadie cree
en la unidad. Nadie está dispuesto a sacrificar su concepción del problema, su
“vía”, su “razón”, su posición o sus intereses específicos, para encontrar ese
terreno común que permita definir una estrategia conjunta. Con insultos y
descalificaciones, hemos preferido enredarnos, en sí es por la vía electoral o
no. Allí el campo es fértil para la disputa. Una parte de la oposición, con
válidas razones, es abstencionista, aunque no sepamos que otra vía para la
salida del régimen plantean, o si hay una vía o son varias. Otra gran parte de
la oposición, también con sus razones válidas, ha dicho creer en la vía
electoral, pero no llama a votar, al menos no abiertamente, sino por
“interpuestos”, con disimulo, facilitando candidatos y recursos, pero
acompañando con amenazas de expulsión y terribles “castigos” que no se cumplen.
Y hay un tercer grupo que pareciera dispuesto a participar, y lo hace, sin
muchos miramientos, ni éxito.
Ese
dilema, sobre la vía electoral en la que cree la gente, parece descifrado con lo
que ocurrió el 20M y el 9D; sería necio negarlo, lo cual no quiere decir que
esa sea la posición correcta. El 80% de abstención, aun descontado la
abstención histórica y los venezolanos que están en el exterior, es una
sorprendente muestra de rechazo al régimen imperante en Venezuela. Pero ese 80%
sin una vinculación orgánica entre ellos, es decir, organizativa, puede ser una
fuerza enorme, mayoritaria pero perfectamente inútil, y esto es algo obvio, sin
querer ofender a nadie.
Pero
lo que también parece obvio es que ese 80% de los venezolanos no va a ir
nuevamente a las urnas sin que se produzca “algo” en el país. Lo difícil es
descifrar qué es ese “algo”; ¿Qué es lo que hará que los ciudadanos se
conviertan otra vez en electores? Y más angustiante, ¿Hay alguien trabajando,
seriamente, en eso? Eso es lo que los líderes –políticos y de la sociedad
civil– deben descifrar, el problema es que esos líderes son también parte del
problema y tampoco gozan de gran credibilidad. La falta de vinculación con los
deseos del pueblo –que es obvia también–, las promesas vanas y la generación de
falsas expectativas sobre el fin de la dictadura, la falta de concreción en las
ofertas, también pasa su factura y ha minado la credibilidad de la dirigencia
opositora. Y ningún sector opositor se libra de eso, que nadie se engañe
creyendo lo contrario, ni partidos ni organizaciones de la sociedad civil.
Algunos
comienzan a ver con preocupación la división y comienzan, ahora sí, los
magnánimos llamados a la unidad. Hasta la administración de la “victoria”
abstencionista tiene sus disputas y gotas amargas. Sí es verdad que el problema
no es votar o no votar y si decimos que el problema sigue siendo cómo salir de
la dictadura, tener una sola posición, la que sea, pero una, es un imperativo,
del tamaño del “categórico” de Kant. Ciertamente podemos combatir la dictadura
con confrontaciones internas, pero no sacándonos los ojos entre nosotros, para
solaz del régimen.
Frente
a lo que se aproxima, que no es teórico sino práctico, cabe preguntarse de
manera sincera: ¿Qué posición –unitaria– se va a asumir frente a la
juramentación presidencial del 10E de 2019? ¿Qué posición –unitaria– se va a
asumir frente a la eventual convocatoria de un referéndum constitucional para
decidir sobre una nueva constitución? (Sí es que se produce, cosa que dudo,
pero ese es tema para otro artículo). ¿Vamos a enfrentar estos eventos cada
quien por su lado, como hemos hecho hasta ahora? ¿Qué cara le daremos a la
comunidad internacional que decida pronunciarse desconociendo al gobierno que
se juramente el 10E?
Estas
son preguntas urgentes y acuciantes de eventos que están a la vuelta de la
esquina y cuyas respuestas no admiten devaneos ni demoras en ninguno de los
sectores opositores.
Ismael
Pérez Vigil
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico