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domingo, 16 de diciembre de 2018

Resultados del 9D, por @Ismael_Perez




Ismael Pérez Vigil 15 de diciembre de 2018

Los resultados del pasado proceso electoral no sorprendieron a nadie. La abstención, como era de suponerse, rondó el 80%, cifra que sube o baja dependiendo de dónde tomemos los datos. Como quiera que se le examine, es una cifra de participación muy baja y debe ser la más baja de la historia electoral venezolana.

Pero el punto es: ¿Qué representa esta cifra?, o más bien, ¿A quién representa? Naturalmente, hay sectores opositores que se atribuyen esta abstención como un éxito y lo celebran como un triunfo; pero, ¿Realmente lo es? Examinemos las partes y que cada quien saque su conclusión.

La estrategia del régimen fue demoledora; dividió a la oposición, que ni siquiera discutió sí estratégicamente debía ir o no a elecciones y los que decidieron ir, lo hicieron separados y divididos, ocasionando así la perdida innecesaria y lamentable de algunos municipios. Después de esto, que ya le garantizaba el triunfo a la dictadura, lo demás fue rutina: bastó con fijar una fecha de elección de manera apresurada, extemporánea y separada ilegalmente de la elección de alcaldes; reorganizar distritos electorales para concentrar sus votos donde le son favorables a la dictadura y anular los de la oposición; inhabilitar a algunos de los candidatos opositores, apresar y forzar a otros al exilio; declarar ilegales e inhabilitar los principales partidos de oposición –aunque la oposición hubiera decidido participar, no tenía candidatos emblemáticos ni partidos por quien llamar a votar–; esta vez el borreguil CNE ni siquiera instruyó o preparó a los miembros de mesa; ni enseñó como votar a los electores, en unas elecciones que son complicadas por la multiplicidad de candidatos y cargos; etc.

El régimen no invirtió mucho en su campaña; es más, ni siquiera hizo campaña; solo necesitó acarrear a unos pocos a votar, amenazándolos con anularles el carnet de la patria y dejarlos sin “cajas clap” y subsidios, todo lo demás se lo hizo la oposición. Y una vez más se demostró que, cuanto más alta la abstención y más dividida la oposición, mejor para el régimen. Y si no, pregunten a los vecinos de Baruta, que estrenarán alcalde rojo el próximo trimestre, por primera vez desde que se eligen los alcaldes.

Frente al resultado, el olfato político me dice que caben dos posiciones: la confrontación o la conciliación. Dejemos de lado la más fácil, la confrontación. Asumamos una posición de “conciliación” o mejor aún, de crítica y autocrítica.

El tema o la pregunta sigue siendo: ¿Cómo salimos de este régimen de oprobio?, o dicho de otra manera, ¿Cómo nos organizamos para sacar a la dictadura? No hay otra; y pareciera que una cierta lógica aconseja que se unan todos los que se oponen al régimen; pero en la oposición, realmente, en la práctica, nadie cree en la unidad. Nadie está dispuesto a sacrificar su concepción del problema, su “vía”, su “razón”, su posición o sus intereses específicos, para encontrar ese terreno común que permita definir una estrategia conjunta. Con insultos y descalificaciones, hemos preferido enredarnos, en sí es por la vía electoral o no. Allí el campo es fértil para la disputa. Una parte de la oposición, con válidas razones, es abstencionista, aunque no sepamos que otra vía para la salida del régimen plantean, o si hay una vía o son varias. Otra gran parte de la oposición, también con sus razones válidas, ha dicho creer en la vía electoral, pero no llama a votar, al menos no abiertamente, sino por “interpuestos”, con disimulo, facilitando candidatos y recursos, pero acompañando con amenazas de expulsión y terribles “castigos” que no se cumplen. Y hay un tercer grupo que pareciera dispuesto a participar, y lo hace, sin muchos miramientos, ni éxito.

Ese dilema, sobre la vía electoral en la que cree la gente, parece descifrado con lo que ocurrió el 20M y el 9D; sería necio negarlo, lo cual no quiere decir que esa sea la posición correcta. El 80% de abstención, aun descontado la abstención histórica y los venezolanos que están en el exterior, es una sorprendente muestra de rechazo al régimen imperante en Venezuela. Pero ese 80% sin una vinculación orgánica entre ellos, es decir, organizativa, puede ser una fuerza enorme, mayoritaria pero perfectamente inútil, y esto es algo obvio, sin querer ofender a nadie.

Pero lo que también parece obvio es que ese 80% de los venezolanos no va a ir nuevamente a las urnas sin que se produzca “algo” en el país. Lo difícil es descifrar qué es ese “algo”; ¿Qué es lo que hará que los ciudadanos se conviertan otra vez en electores? Y más angustiante, ¿Hay alguien trabajando, seriamente, en eso? Eso es lo que los líderes –políticos y de la sociedad civil– deben descifrar, el problema es que esos líderes son también parte del problema y tampoco gozan de gran credibilidad. La falta de vinculación con los deseos del pueblo –que es obvia también–, las promesas vanas y la generación de falsas expectativas sobre el fin de la dictadura, la falta de concreción en las ofertas, también pasa su factura y ha minado la credibilidad de la dirigencia opositora. Y ningún sector opositor se libra de eso, que nadie se engañe creyendo lo contrario, ni partidos ni organizaciones de la sociedad civil.

Algunos comienzan a ver con preocupación la división y comienzan, ahora sí, los magnánimos llamados a la unidad. Hasta la administración de la “victoria” abstencionista tiene sus disputas y gotas amargas. Sí es verdad que el problema no es votar o no votar y si decimos que el problema sigue siendo cómo salir de la dictadura, tener una sola posición, la que sea, pero una, es un imperativo, del tamaño del “categórico” de Kant. Ciertamente podemos combatir la dictadura con confrontaciones internas, pero no sacándonos los ojos entre nosotros, para solaz del régimen.

Frente a lo que se aproxima, que no es teórico sino práctico, cabe preguntarse de manera sincera: ¿Qué posición –unitaria– se va a asumir frente a la juramentación presidencial del 10E de 2019? ¿Qué posición –unitaria– se va a asumir frente a la eventual convocatoria de un referéndum constitucional para decidir sobre una nueva constitución? (Sí es que se produce, cosa que dudo, pero ese es tema para otro artículo). ¿Vamos a enfrentar estos eventos cada quien por su lado, como hemos hecho hasta ahora? ¿Qué cara le daremos a la comunidad internacional que decida pronunciarse desconociendo al gobierno que se juramente el 10E?

Estas son preguntas urgentes y acuciantes de eventos que están a la vuelta de la esquina y cuyas respuestas no admiten devaneos ni demoras en ninguno de los sectores opositores.

Ismael Pérez Vigil

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