Por Henrique Capriles
Esta semana se cumplieron
dos décadas de una de las más lamentables farsas políticas en la historia de
América Latina: el inicio de una supuesta “revolución” que prometió justicia
social, pero que en veinte años sólo ha conseguido convertir la vida de los
ciudadanos en un infierno, marcado por el hambre, la corrupción y la muerte.
Nuestra amada Venezuela es en 2018 el país más pobre de toda la región.
Cuando Hugo Chávez Frías
llegó al Poder, luego de las elecciones de diciembre de 1998, en Venezuela se
inició un proceso, premeditado y alevoso, cuyo objetivo inicial fue fracturar a
la sociedad en dos sectores polarizados que instalaron en el país una
confrontación infértil y el caldo de cultivo para las desgracias que hoy
vivimos los venezolanos.
Al comprender que sólo
dividiéndonos sería posible instalar en Venezuela su tipo de gobierno, la
Democracia venezolana fue herida de muerte. Y así comenzaron la instalación de
un modelo político autoritario y corrupto, el secuestro de las instituciones y
la quiebra del aparato productivo de la Nación por acciones que van desde las
expropiaciones y los controles de precios y de cambio, hasta una serie de
políticas públicas ideadas para quebrar a la inversión privada y hacer al
pueblo cada vez más dependiente del gobierno.
Aun así, para muchos debe
mantenerse viva una pregunta que los hechos han ido respondiendo: ¿cómo fue que
logró instalarse en Venezuela un proyecto tan vil e ineficaz a la vez?
Y para responderla hay que
echar mano de la historia y hacerse cargo de aquello que, desde el liderazgo
opositor, quizás no hayamos sabido leer, responder ni aprovechar.
Tal como recuerda en un
trabajo publicado la profesora Margarita López Maya, el chavismo apareció en
medio de un hartazgo del pueblo en cuanto a la corrupción de las élites y
sucesos significativos, como El Caracazo o las dos intentonas violentas de
golpe de Estado en 1992. Si a eso le sumamos la fiereza con la que la
antipolítica se apoderó de todos los discursos posibles, incluso en los
políticos de aquella vieja guardia que alguna vez enfrentó la dictadura militar
de Marcos Pérez Jiménez, la llegada al Poder de Hugo Chávez se convirtió en un riesgo
inminente, en una amenaza cumplida, en un mal augurio.
Y aunque muchos advertimos
que el peligro de la instalación de un gobierno no creyente de las reglas
democráticas estaba latente en un proyecto como el propuesto por el entonces
candidato Chávez, muchos hicieron oídos sordos y se dedicaron a emborracharse
de carisma con el presunto outsider de este cuento.
Los partidos no resistieron
la embestida. La democracia había sido lacerada. Había que hacer algo.
Ante la fragmentación de la
sociedad, surgimos una nueva generación de políticos empeñados en no cometer
los errores del pasado. Así le dimos forma a proyectos que terminaron
transformándose en partidos políticos de un nuevo siglo y en una nueva manera
de entender la política como un compromiso con la idea de estar al servicio del
Pueblo.
Sin embargo, mientras esto
sucedía en las filas de la naciente oposición, el oficialismo hacía uso de un
lenguaje simplista, demagogo, que insistía en dividir a la sociedad con
premisas fundadas en el odio, el revanchismo, la frustración.
Aprovechando que estábamos
peleando entre nosotros, Hugo Chávez logró que su partido empezara a
crecer gobierno adentro. Se tratara del MBR-200, del MVR o del hipertrofiado
PSUV, Chávez se encargó de hacerle creer a su militancia que era él quien
encarnaba al Estado y que sus antojos y caprichos estaban justificados en ese
revanchismo peligroso y malsano que confunde la justicia con la venganza.
Después de los sucesos de
abril de 2002, creo que el oficialismo tuvo que reconocer que aquel disfraz de
políticos alternativos con el cual tapaban su verdad ya no les servía.
Quizás Venezuela fue el
único país petrolero al cual la época de la bonanza, con un barril de petróleo
que durante años rondó los cien dólares, le trajo más malas noticias que
buenas. La cantidad de dinero que entró en Venezuela por concepto del petróleo
patrocinó una de las cleptocracias más sinvergüenzas del mundo.
Robaron. Hoy siguen robando,
pero en aquel momento robaron sin piedad. Robaron mucho. Robaron a manos
llenas. Y mientras sus equivocaciones iban conduciendo al pueblo hacia el
hambre, la enfermedad, la muerte, decidieron no rectificar.
Hugo Chávez y su
petrochequera seguían por el mundo comprando complicidades. Regalaron nuestro
petróleo, empeñaron nuestro futuro e hicieron los peores negocios que Venezuela
ha hecho en su historia comercial. Los mismos negocios que hoy tienen a nuestro
país hipotecado a China y Rusia.
Su supuesto “carisma”
pretendió comprar el apoyo de naciones que incluso habían sido diezmadas y
torturadas por totalitarismos militares, disfrazando su autoritarismo de
generosidad continental. Un capricho petrolero que le salió irresponsablemente
caro al país, pero bastante barato a Cuba, a China y en especial a Petrocaribe.
Y así, entre un capricho y
otro, el oficialismo convirtió al Banco Central de Venezuela en el alcahuete de
PDVSA, contaminó instancias como el Tribunal Supremo de Justicia o el Consejo
Nacional Electoral y llenó el mapa de violencia, dándole a sus colegas
militares un poder casi infinito en cuanto al monopolio de la violencia, pero
sin olvidar que también era necesario armar su propio aparato parapolicial y
así llenar los barrios y las zonas populares de armas a favor de un proyecto
político.
Aun así llegó 2007, el año
en que aquel hombre que se creía indestructible y que supuestamente estaba en
contra del estatus quo perdió los estribos. El problema de creerse invencible
es que nunca estás preparado para la derrota. Y aquel año, como dice el adagio,
la verdad nos hizo libres.
Y entonces el proyecto
político se reconoció en su esencia: lo único importante era mantenerse en el
Poder, bien fuera a punta de real o a punta de pistola.
El pensamiento único fue,
poco a poco, cercando a quienes menos tienen. Y en los barrios, en el campo, en
la pobreza, el ciudadano se iba convirtiendo en un sujeto dependiente de los
mismos caprichos que destrozaron a la democracia y la separación de poderes.
No hubo más alternancia. No
hubo pluralidad. No hubo tolerancia.
La violencia y la corrupción
son las únicas constantes en su proyecto de país.
Y en 2012 y en 2014 y en
2017 y hoy en día reprimen y amenazan a las fuerzas opositoras y democráticas
desde donde hemos decidido defender a una mayoría verdadera.
La muerte de Hugo Chávez y
el relevo de Nicolás Maduro, en unas condiciones de facto que todos en el país
conocemos, terminó de poner en evidencia que la supuesta “revolución” no fue
sino una farsa, ideada para que un grupito se enriqueciera, mientras el resto
no sabe qué comerá mañana y el déficit fiscal sigue creciendo, convirtiéndonos
en uno de los dos únicos casos de hiperinflación en lo que va del siglo.
La supuesta “revolución”
pasó de tener un amplio respaldo en las urnas electorales de 1998 a ser una
tiranía que tiene miedo de medirse en unas elecciones libres y que, además, hoy
es responsable del mayor éxodo de venezolanos en nuestra historia desde la
Independencia.
Una revolución convertida en
una vergüenza política irreparable.
Han ejercido el Poder
durante dos décadas y no son responsables sino de muertes y desgracias. Hagan
el repaso y se darán cuenta: no existe ni siquiera un programa social, una obra
de insfraestructura, una política pública o algún plan de gobierno del cual
puedan sentirse orgullosos.
Tanto es así que se han
dedicado a amenazar, perseguir, encarcelar e incluso asesinar a los líderes
políticos que no nos callamos y que nos mantenemos del lado del Pueblo,
acompañándolo en sus desgracias y buscando juntos las soluciones posibles y la
conquista de la Libertad y la Democracia.
Aun así, muchos seguimos
aquí. Trabajamos como nunca para no repetir errores. Nos ha tocado asumir las
equivocaciones, rectificar, hacernos cargo. Y lo hacemos porque tenemos un
compromiso real con quienes han puesto el pecho en nombre de una lucha común.
A pesar del blackout en los
medios, a pesar de las amenazas y la violencia, seguimos aquí convencidos de
que pronto seremos gobierno. Y sobretodo lograr que ese cambio por el que tanto
hemos soñado los venezolanos se convierta en una vigorosa realidad.
Y para entender esto es
importante asumir que el contexto ha cambiado: ya no hay un líder carismático
comprando consciencias con una petrochequera, porque incluso fueron capaces de
quebrar a la mayor petrolera estatal del continente por su afán de robar y destrozar
el aparato productivo.
Ha sido difícil poner en
evidencia global las características autoritarias que el gobierno venezolano ha
impuesto durante estos veinte años. En algún momento el dinero ayudó a distraer
las consciencias. Sin embargo, ya el costo político es demasiado alto: ninguno
de los cómplices de siempre está dispuesto a seguir siendo asociado con Nicolás
Maduro, mucho menos cuando casi todos han perdido el Poder.
Nicolás Maduro ha decidido
ejercer el peor rol y con eso marcará la debacle de los vestigios de
credibilidad política que todavía algún distraído podría adjudicarle al
chavismo gobernante. Y no porque el 10 de enero sea una fecha mágica, sino
porque decidieron mantenerse en el Poder a como diera lugar, sin importarles si
eso significaba asfixiar al pueblo y matarlo de hambre, con tal de no soltar
los privilegios.
Son veinte años que deben
servirnos como aprendizaje político.
Son veinte años que deben
servirnos como una lección contra la antipolítica, la fascinación por los
outsiders y los vendedores de humo.
Son veinte años de una
dolorosa farsa que cuando tenga que hacer su inventario conseguirá muchas más
vergüenzas y crueldades que obras y conquistas.
No permitamos que vuelva a
instalarse el espejismo de la antipolítica como una opción. Trabajemos juntos y
asumamos la necesidad de convertir estos veinte años en algo que no deberá
repetirse nunca más. Es nuevamente hora de rescatar la democracia y nos
corresponde blindarla contra el revanchismo, el falso populismo y la demagogia.
Si cumplimos con ese objetivo, si asumimos la responsabilidad y entendemos que
sólo entre todos podremos reparar el inmenso daño que han hecho en estas dos
décadas, nada impedirá el progreso de nuestra Venezuela.
El futuro es nuestro. Y es
indetenible. ¡No lo olvidemos!
09-12-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico