José Luis Farías 05 de febrero de 2019
Fastos
y nefastos:
La
gesta civil de enero de 2019 es tan hija del 23 de enero de 1958 de cuyo peso
histórico se inspiró 61 años después, como del pretérito más reciente sobre
cuyas bases políticas pudo avanzar y del futuro que quiere construir y de donde
ha tomado su principal aliento. La historia tiene un curso de avances y
retrocesos edificados en el tiempo y no de la noche a la mañana como ciertos
análisis interesados pretenden presentarla. Lo que hoy sucede es resultado de
acontecimientos previos y producto de un inmenso deseo.
El fin
de las jornadas masivas de lucha en 2017, que estallaron en abril y se
extendieron hasta finales de julio contra el intento de destruir la Asamblea
Nacional por parte del Pranato con las Resoluciones 155 y 156 del TSJ,
produjeron una turbación anímica profunda en la sociedad venezolana dejando
maltrecha y muy dividida a la oposición democrática. La sensación de derrota al
no alcanzar el resultado deseado de salir de Maduro derivó en acusaciones de
traición y de vendidos contra quienes habían encabezado el conflicto desde la
Asamblea Nacional. Entramos en un limbo dominado por el desconcierto
mayoritario y la abulia general, hasta caer en un “sálvese quien pueda” que
impidió ver los efectos destructivos que esa dura pelea había provocado al
interior del régimen y en su imagen internacional, dos efectos hoy decisivos en
la lucha final que libramos.
A
partir de esos días, y pese a la percepción general de que entonces nada se
hizo y cuanto se realizó fue inútil, es obvio que todo lo que hoy sucede y está
por suceder se fue fraguando, con altos y bajos, durante ese tiempo y los días
sucesivos. Fue el fruto de un enorme esfuerzo de muchos, bien deponiendo
actitudes para facilitar la coordinación, bien apartando las alergias
recíprocas para encontrarse progresivamente en lo básico: una ruta o estrategia
política (cese, transición y elecciones limpias) y en la acción unitaria de un
plan. Por supuesto, las protestas de 2017 no lograron echar a Maduro pero
desenmascararon la naturaleza dictatorial de su régimen a grados insospechados,
al punto de que al concluir el año muy pocos países democráticos albergaban
dudas al respecto, contribuyendo enormemente a aumentar la crítica y el cerco
internacional. De los errores cometIdos entonces, no sin muchos tragos amargos,
se pasó a su revisión y enmienda.
Al
supuesto afianzamiento represivo de Maduro en el poder sembrando terror en la
población con más de 150 muertes, centenares de heridos y miles de presos se
sumó la acentuación de la crisis económica con la llegada de la hiperinflación
haciendo invivible el país para crear la falsa impresión de que el Pranato era
inderrotable y por lo tanto que todo estaba perdido. La desesperanza cobró
cuerpo en gran medida y devino en diáspora de millones de venezolanos en busca
de mejores condiciones de vida mientras las acusaciones y disputas entre
opositores radicales y moderados alcanzaron límites vergonzosos de
intolerancia.
El
Pranato de Nicolás Maduro aprovechó las diferencias para acentuar la fractura
con una intensa campaña de intrigas y de persecución política que llevó a la
cárcel a unos y al exilio a otros, debilitando el liderazgo democrático y
promoviendo la desmovilización y el abatimiento hasta producir un cuadro de
incertidumbre. No se detuvo y continuó con su aparato de terror en la
población, jugando hasta la saciedad con las necesidades vitales de los
ciudadanos y terminando de destruir la industria petrolera, su único soporte
económico, y pasó a la ofensiva con la ilegítima Asamblea Nacional
Constituyente llamando a las fraudulentas elecciones presidenciales para el 20
de mayo de 2018, el peor de sus errores al ser desconocidas por las fuerzas
democráticas y la comunidad internacional.
*****
Como
hemos dicho, no todo fue tétrico y negativo en la lucha contra el régimen en
2017 y 2018. A la hora del balance no se puede despachar lo sucedido como un
tiempo sin acción y sin resultados. Ciertamente en 2018 no presenciamos la
espectacularidad de las protestas del año anterior ni la dirigencia política
exhibió arrojo y audacia suficiente en sus ejecutorias y las diferencias se
encargaron de borrar los aciertos. Aunque no todo fue en vano ni un tiempo
perdido como generalmente se le identifica. El análisis hay que hacerlo a
partir del fondo de los resultados y no sólo a partir de la forma en que se
alcanzaron. Porque al final, en medio de fines y diretes la demanda de Unidad
fue satisfecha respetando el acuerdo que llevaría a Juan Guaidó a la
presidencia de la Asamblea Nacional el 5 de enero para permitirle cumplir el
extraordinario papel que ha desempeñado, una vez fueran derrotados todos los
intentos por desconocerlo estimulados por factores políticos que andaban a la
trastienda del régimen. Los mismos que se negaban a declarar usurpador a Maduro
y alentaron hasta el último momento un diálogo que solo habría servido para dar
una bocanada de oxígeno a los desfallecientes pulmones del régimen, tras la
denuncia del fracaso de las tratativas en República Dominicana alentadas por
Rodríguez Zapatero, a los cuales no les quedó otro recurso que plegarse a la
Unidad al igual que a todos aquellos que desde el radicalismo disparaban contra
ella.
La
migración de más de tres millones de connacionales que le daba cierto respiro
al régimen al punto de no hacer nada por detenerla y si mucho por estimularla,
se le transformó en un colosal problema. Esa Venezuela que ahora vive en
Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, Argentina, España, Estados Unidos y tantos
otros países se convirtió progresivamente en una inmensa carga para los mismos.
Un drama que sumado a la numerosa presencia de dirigentes opositores como Julio
Borges, Carlos Vecchio, Antonio Ledezma y muchos más fuera del país trasladó en
gran medida la lucha política de los venezolanos al marco internacional
apoyados por la secretaría general de la OEA, al punto de hacer reaccionar a
esas naciones para dar lugar a distintas iniciativas de presión internacional,
siendo la más relevante la conformación del Grupo de Lima, que terminarían por
aislar al régimen.
Por su
parte, los trabajadores y los vecinos tomaron las calles en 2018 y le dieron un
contenido reivindicativo a sus protestas poniendo en evidencia la gravedad de
la crisis y contribuyendo a la organización social y política en coordinación
con las fuerzas sindicales, gremiales y partidistas. Docentes, universitarios,
médicos, enfermeras, empleados públicos en general cobraron protagonismo en la
lucha. Y aunque las acciones no se distinguieron por la participación masiva no
hubo sector de la administración pública ni rincón del país donde no estalló
alguna protesta de los trabajadores reclamando mejoras ni de vecinos exigiendo
su derecho a servicios públicos dignos.
En
tanto, los esfuerzos desde la Asamblea Nacional en 2018 se concentraron en el
desconocimiento al fraude electoral, sus gestiones en apoyo a los migrantes con
el reclamo de la ayuda humanitaria y de su reconocimiento como refugiados de la
más espantosa crisis de la historia contemporánea de Venezuela, la autorización
para investigar y enjuiciar a Nicolás Maduro hasta elevar el caso a la Corte
Penal Internacional, además del estimulo a las contradicciones internas de la
tiranía. La clase política opositora en medio de tantas diferencias y venciendo
las tentaciones se puso de acuerdo en no participar del fraude del 20 de mayo y
asumir su denuncia nacional e internacional. Un paso clave en la lucha pese a
las razones que puedan argumentarse para explicar tal decisión.
Sin
duda, las acciones de 2018 no tuvieron la suficiente contundencia para levantar
el estado de ánimo de lucha interna en la población y rescatar la movilización
masiva ni tampoco era posible lograrlo después de lo sucedido en 2017 y con la
hiperinflación destruyendo al país. Buena parte de la población prefirió migrar
ante el asedio calamitoso del hambre, la falta de medicinas, la destrucción de
los servicios públicos, la represión y la falta oportunidades, pero en conjunto
todos esos hechos echaron las bases para el desconocimiento total del tirano
una vez pretendió validar su fraude autoproclamándose el 10 de enero de 2019.
Las
voces agoreras que insistían en no crear expectativas en torno al 10 de enero
como fecha de la consumación de la usurpación y momento crucial para el
comienzo del quiebre definitivo del régimen fueron silenciadas ante el impulso
de la denuncia y el llamado a prepararnos para la lucha. El 11 de enero Juan
Guaidó se recogió las mangas y desde de un modesto pero significativo Cabildo
abierto frente a la sede de la ONU en Los Palos Grandes, Caracas, aseguró que
si el pueblo y las FAN lo acompañaban él asumiría juramentarse como Presidente
encargado de la república el próximo 23 de enero cuando fue acompañado y
cumplió su palabra empeñada desatando una ola de reconocimiento internacional
como el gobernante legal y legítimo de la nación. Sobre el cuento de cómo se
produjo esa decisión de Guaidó circulan versiones de todo orden, ya se sabrá la
verdad, por lo pronto lo verdaderamente relevante es que la tomó cuando se
evidenció en la calle un aplastante apoyo popular y a partir de entonces se
liberó una inmensa energía de masas que no se le verá fin hasta no lograr la
victoria echando del poder al Pranato que hoy reverbera sobre la patria.
*****
El
sábado 2 de febrero sobre la 1 de la tarde Juan Guaidó, luego de hacer un
balance de la gesta civil de enero e informar las próximas acciones a seguir
respecto a la ayuda humanitaria, enfatizó que “pronto, muy muy pronto”
estaremos en libertad. La gente atenta recibió su mensaje y se dio por
satisfecha, la manifestación había superado la dimensión de la lograda el 23
enero y había en el ánimo de los ciudadanos una sensación muy distinta a
aquella.
El 23
de enero la población había asistido con expectativa sin saber de lo qué iba a
recibir, salió a apostar por la democracia con las dudas dominando el espíritu
ciudadano, el 2 de febrero la participación tuvo otro contenido, los
venezolanos marcharon alegres, convencidos de la proximidad del desenlace y así
lo confirmó con el mensaje de Guaidó.
En el
amalgamiento de la calle un amigo dijo: “hay que venir a apoyar aunque sabemos
que el futuro se está decidiendo en otro lado”. ¿A qué se refería con esa
afirmación? No es indispensable ser adivino porque él al igual que la gran
mayoría de los presentes intuía que en algún lado se le estaba cerrando el
círculo a Maduro y su pandilla. Al punto de que ese día, de acuerdo con todos
los reportes de derechos humanos, no sólo no se registraron enfrentamientos ni
detenciones sino que por el contrario los cuerpos de seguridad en algunos casos
como en Barquisimeto y Valera e incluso en muchos sectores de Caracas
expresaron abiertamente su simpatía con la causa ciudadana.
El
cese a la usurpación es la primera tarea por concluir y la entrada de la ayuda
humanitaria no debería tener mayores obstáculos pese a los continuos ladridos
de Maduro de que no la permitirá. Cuando el presidente encargado Juan Guaidó
anuncie el momento de entrada no habrá fuerza en el Pranato para detener su
ingreso. Cualquier intento por impedir la ayuda humanitaria será un costoso
error que pagarán a un precio muy elevado Maduro y el Alto Mando de la FAN.
Ante la llegada de la ayuda humanitaria, cualquiera sea su actitud ella
entrañará una derrota, la única diferencia será en que una puede ser más
trágica que la otra.
El
plazo de ocho días dado por la Comunidad Europea al régimen de Maduro para que
acepte un llamado a elecciones libres se cumplió este domingo 3 de febrero y el
tirano la única elección que promovió fue la de la Asamblea Nacional andando de
trotacuarteles en penosa cursilería para persuadir a los militares de que lo
mantengan en el poder a troche y moche, repitiendo el modo absurdo de elevar su
costo de salida del mismo. Transcurrido el lapso dado durante las primeras ocho
horas del día al menos 17 países de la Unión Europea se han pronunciado
reconociendo al gobierno legítimo de Juan Guaidó., incluida Holanda y el Reino
Unido lo que tendrá repercusión en la OEA con las naciones del Caribe que están
bajo la órbita de ambas potencias.
Como
guinda de las horas finales de Maduro en el poder está su vergonzosa actitud
durante la entrevista concedida este domingo al periodista Jordi Évole, de
canal español Antena 3. Espacio en el que dejó el patético testimonio de un
tirano en sus estertores, de un sujeto fuera de sí, transpirando odio y
torpeza, incapaz de acertar en sus respuestas. Sin el menor signo de propósito
de enmienda. Negando cualquier culpa suya en la ignominia de la desnutrición y
del hambre que sesga la vida de millares de venezolanos, en el vértigo de los
índices de mortalidad infantil y de homicidios, en la escalada
hiperinflacionaria, en la destrucción del aparato productivo del país.
Mintiendo con singular descaro sobre la barbarie represiva desatada contra
periodistas y políticos. Amenazando con desatar violencia de presuntamente ser
atacado.
¿Cuánto
tiempo transcurrirá para que se haga efectivo el cierre definitivo del círculo
que produzca la salida de Maduro y su Pranato? Eso está por verse, aunque según
las palabras de Guaidó será “pronto, muy muy pronto” y no hay razones para no
creerle pues todo indica que ha tomado el toro por los cachos. La aspiración de
perpetuarse en el poder luce imposible de conseguir, el señor Padrino López
sabe que si no se atreve a actuar sobra entre sus compañeros quienes están
dispuestos a decirle a Maduro: “pescuezo no retoña”. A todas estas y en todas
partes se repite la frase de Julio Cesar al pasar el rubicón: “la suerte está
echada”.
José
Luis Farías
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