Francisco Fernández-Carvajal 04 de octubre de 2020
@hablarcondios
— Ser agradecidos. Imitar al Señor.
— Innumerables motivos para dar gracias continuamente.
— Pedir con confianza. Acudir a la Virgen en nuestras
peticiones.
I. Coronarás
el año con tus bienes, Señor, y serás la esperanza del confín de la tierra1.
Las Témporas son días de acción de
gracias y de petición que la Iglesia ofrece a Dios, terminados la recolección
de las cosechas y el período anual que muchos tienen de descanso. Es también un
día propicio de petición de ayuda al Señor para recomenzar de nuevo en las
actividades del trabajo normal y también en la vida interior de cada uno2.
Agradecer y pedir son dos modos de relacionarnos
diariamente con nuestro Padre Dios. Es mucho lo que necesitamos; es mucho lo
que debemos agradecer. En primer lugar hemos de ser conscientes de los dones
del Señor, «porque si no conocemos qué recibimos, no despertamos al amor»3.
No sabremos amar si no somos agradecidos. Ten cuidado, no te olvides
del Señor leemos en la Primera lectura de la
Misa... No sea que cuando comas hasta hartarte, cuando te edifiques
casas hermosas y las habites, cuando críes tus reses y ovejas, aumentes tu
plata y tu oro, y abundes de todo, te vuelvas engreído y te olvides del Señor
tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel
desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota
de agua, que te sacó agua de una roca de pedernal4.
La vida de Jesús, nuestro Modelo, es una continua
acción de gracias al Padre. Con la resurrección de Lázaro, exclamará
Jesús: Padre, te doy gracias porque me has escuchado5.
En la multiplicación de los panes, Jesús tomó los panes y, dando
gracias, dio a los que estaban recostados, e igualmente los peces...6.
En la institución de la Eucaristía, antes de pronunciar las palabras sobre el
pan y el vino, el Señor dio gracias7.
Y así, en incontables ocasiones. Por eso, «podemos decir afirma el Papa Juan
Pablo II que su oración, y toda su existencia terrena, se convirtió en
revelación de esta verdad fundamental enunciada por la Carta de
Santiago: Todo don bueno y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del
Padre de las luces... (Sant 1, 17)». La acción de gracias
«es como una restitución, porque todo tiene en Él su principio y su
fuente. Gratias agamus Domino Deo nostro: es la invitación que la
Iglesia pone en el centro de la liturgia eucarística»8.
Nada hay más justo y necesario que dar gracias al Señor todos los días de
nuestra vida, sin olvidar que «la mayor muestra de agradecimiento a Dios es
amar apasionadamente nuestra condición de hijos suyos»9.
Hoy, la Iglesia nos lo recuerda especialmente.
II. El principal
reproche que San Pablo dirige a los paganos es que, habiendo conocido a
Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias10.
No seamos nosotros ingratos. Este año por el que damos gracias ha estado lleno
de dones del Señor: unos claros y visibles; otros, a veces más valiosos, han
pasado ocultos: peligros del alma y del cuerpo de los que nos ha librado
nuestro Padre Dios; personas a las que hemos conocido y que tendrán una
importancia decisiva en nuestra salvación; gracias y ayudas que nos han pasado
inadvertidas; incluso acontecimientos que quizá hemos interpretado como algo
negativo (una enfermedad, un fracaso profesional...) veremos más tarde que han
sido un regalo de Dios. Nuestra vida entera es un bien inmerecido. Por eso las
acciones de gracias han de ser continuas: deben ser actos de piedad y de amor
para ser practicados siempre. Comprendemos que en el Prefacio de la
Santa Misa, la Iglesia nos recuerde todos los días que es nuestro deber
y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo.
También cuando nos llega el dolor o la enfermedad: ¡Dios mío, gracias! Y
el alma se llena de paz, porque entiende que de aquello que parece poco grato o
no deseable, Dios sacará mucho fruto. «Este gracias es como el
leño que Dios mostró a Moisés, que arrojado en las aguas amargas, las trocó en
dulces (cfr. Ex 15, 25)»11.
El Fundador del Opus Dei acostumbraba a recomendar a
sus hijos que dieran gracias al Señor pro universis beneficiis... etiam
ignotis, por todos sus beneficios, también por los que nos pasan
inadvertidos12. Posiblemente «uno de nuestros mayores sonrojos al llegar al
juicio procederá de ahí: de la cantidad enorme de regalos divinos que no
supimos apreciar, y agradecer, como tales dones; de los disgustos innecesarios
que nos llevamos por lo que calificamos de indiferencia divina para nuestras oraciones.
Al menos entonces sí que le daremos gracias, avergonzados, porque tuvo la
bondad de no escuchar tantas peticiones necias como le formulamos. Es muy
posible que, de hacernos caso y prestar satisfacción literal a nuestros ruegos,
hubiéramos de escuchar el último día las mismas palabras que aquel atormentado
Epulón, triunfador aquí abajo: Hijo, acuérdate de que recibiste ya tus
bienes en la vida (Lc 16, 25)»13.
¡Qué sorpresa cuando descubramos que los hombres, con
más fe y visión sobrenatural, habrían podido ver un gran bien en muchos de los
acontecimientos que consideraron como un mal! Nuestra gratitud está muy
relacionada con el Cielo, del que es ya un adelanto, pero también con el
Purgatorio. «¡Cómo agradeceremos al Señor los sinsabores que permitió en
nuestra vida! Son delicadezas de un Padre que desea ver a sus hijos limpios,
purificados, prontos para acudir junto a Él, inmediatamente, al concluir
nuestro viaje por este mundo. Como nos ama, no quiere para nosotros la dilación
de un imprescindible Purgatorio, y nos hace la merced de facilitarlo en esta
vida. Al final le daremos gracias, sobre todo, porque haya accedido en
particular a una de nuestras oraciones: esa en la que, tal vez sin darnos
cuenta, le pedimos con la Iglesia spatium verae penitentiae,
oportunidad para una verdadera y fructuosa penitencia»14.
Demos gracias al Señor en todo tiempo y lugar,
en cualquier circunstancia, pero de modo muy particular en la Santa Misa,
la Acción de gracias por excelencia. Y con la Liturgia de la
Misa, le decimos: Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza en
acción de gracias por los dones que nos has concedido; ayúdanos a reconocer que
es dádiva tuya lo que hemos recibido sin merecerlo15.
III.
Junto a la acción de gracias continua, la petición reiterada, porque son muchas
las ayudas que necesitamos, sin las cuales no podremos salir adelante. Aunque
el Señor nos concede de hecho muchos dones sin que se los pidamos, ha dispuesto
otorgarnos otros teniendo en cuenta la fuerza de la oración de sus hijos. Y
como no sabemos cuál es la medida de oración que su insondable Providencia
espera para otorgarnos esas gracias, es necesario que pidamos
incansablemente: es preciso orar siempre y no desfallecer16.
Y el Señor, en el Evangelio de la Misa17,
nos da la seguridad más plena de que serán siempre atendidas
nuestras oraciones. Él mismo sale fiador con su palabra: todo lo que pidamos y
sea para nuestro bien se nos concederá siempre. Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien
busca encuentra y al que llama se le abre.
Hay además una razón para ser perseverantes en la
oración: cuanto más pedimos, más nos acercamos a Dios, más crece nuestra
amistad con Él. En la tierra, cuando hay que pedir un favor a un poderoso se
busca un lazo que nos una a él, el momento oportuno, en que se encuentre de
buen ánimo... A nuestro Padre Dios siempre le encontramos dispuesto a
escucharnos. ¿Hay acaso alguno entre vosotros que, pidiéndole pan un
hijo suyo, le dé una piedra? ¿O si le pide un pez, le dé una culebra? Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan? Disponemos
de todos los motivos para acudir con confianza a nuestro Dios. Nada puede quebrantar
esa fe, nada puede legítimamente atenuarla.
¿Y qué tenemos que pedir? «¿Quién no tiene cosas que
pedir? Señor, esa enfermedad... Señor, esta tristeza... Señor, aquella
humillación que no sé soportar por tu amor... Queremos el bien, la felicidad y
la alegría de las personas de nuestra casa; nos oprime el corazón la suerte de
los que padecen hambre y sed de pan y de justicia; de los que experimentan la
amargura de la soledad; de los que, al término de sus días, no reciben una
mirada de cariño ni un gesto de ayuda.
»Pero la gran miseria que nos hace sufrir, la gran
necesidad a la que queremos poner remedio es el pecado, el alejamiento de Dios,
el riesgo de que las almas se pierdan para toda la eternidad»18.
Y tenemos además un camino que la Iglesia nos ha
señalado desde siempre, para que nuestras oraciones lleguen con más prontitud
ante la presencia de Dios. Este camino es la mediación de María, Madre de Dios,
y Madre nuestra. Y entre las oraciones que la piedad cristiana ha dirigido a
Santa María a lo largo de los siglos, el Santo Rosario, que la Iglesia nos
propone como devoción particular de este mes de octubre, ha sido camino eficaz
para toda petición, para toda necesidad. «No dejéis de inculcar con todo
cuidado la práctica del Rosario aconsejaba Pío XI, la oración tan querida de la
Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio de la cual los
fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino
Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá»19.
No desechemos el consejo.
*En este día, la
Iglesia nos invita a que hagamos balance de los muchos beneficios que hemos
recibido de Dios, para darle gracias, y recuento de lo mucho que necesitamos en
el orden espiritual y en el material, para pedirlo a nuestro Padre Dios,
siempre dispuesto a concedernos lo que necesitamos..
1 Antífona
de comunión. Cfr. Sal 64, 126. —
2 Cfr. J. A. Abad-M. Garrido Boñano, Iniciación
a la Litúrgica de la Iglesia, Palabra, Madrid 1988, p. 666. —
3 Santa
Teresa, Vida, 10, 3. —
4 Primera
lectura, Dt 8, 11-15. —
5 Jn 11,
41. —
6 Jn 6,
11. —
7 Lc 22,17.
—
8 Juan
Pablo II, Audiencia general 29-VII-1987. —
9 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 333. —
10 Rom 1,
21. —
11 J.
Tissot, La vida interior, Herder, Barcelona 1971, p. 321.
—
12 Cfr. S.
Bernal, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, p.
151. —
13 J.
M. Pero-Sanz, La hora sexta, Rialp, Madrid 1978, p. 274.
—
14 Ibídem,
p. 275. —
15 Oración
sobre las ofrendas. —
16 Lc 18,
1. —
17 Mt 7,
7-11. —
18 San
Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, pp. 77-78 —
19 Pío
XI, Enc. Ingravescentibus malis, 29-IX-1937.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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