Carolina Gómez-Ávila 06 de octubre de 2020
En el proceso de hacernos una opinión y decidir si
defendemos una causa —y de qué manera la defenderíamos— siempre miramos nuestro
pasado reciente. No siempre miramos la historia porque es agridulce y confusa,
pero nuestro pasado personal, sí.
Recordamos a quienes hemos dado apoyo más o menos
entusiasta, recordamos a quienes nos han decepcionado. La decepción, ya se
sabe, es directamente proporcional a la expectativa incumplida. Lo que no se
sabe tanto, es que la decepción tiene consecuencias más complejas en la medida
en que la expectativa frustrada haya sido más personal. Lo que no se sabe
tanto, es que la decepción se convierte en resentimiento y que, en personas que
no han formado su carácter, el resentimiento se convierte en sed de venganza y
en manifestaciones de odio.
Aquí comparto con usted tres momentos que han dado
forma a mi opinión y han determinado qué causa defiendo y cómo la defiendo.
Seguro que hay más, pero creo que estos bastarán para que en usted surjan los
suyos, ajuste o reafirme su opinión y revise qué defiende y cómo lo hará.
Como todos los conceptos que tienen que ver con la
política, los de republicanismo y democracia han sido muy manipulados. No hay
vacuna que nos libre de eso, pero con un poco de buena voluntad, cualquiera
puede rescatar, de entre las ideas que acompañan a esos conceptos, aquellas que
han permanecido casi invariables en el tiempo.
Recuerdo el momento en que me sentí abrumada por una
seguidilla de sofistas de oficio que defendían la instauración de una
«dictadura benévola», amparados en una grosera manipulación de las nociones
republicanas. Entonces pensé que, habiendo nacido durante una monarquía o por
sus implicaciones, cualquiera entendería que la búsqueda de la alternancia en
el ejercicio del poder fue el primero y verdadero motor de la Revolución
francesa.
Para maridar los principios republicanos con los de la
democracia moderna, me comprometí a defender reglas que ayudaran a que
cualquiera que nos gobernara tuviera «el menor poder posible, por el menor
tiempo posible y con los mayores controles posibles».
Confío en que, con este postulado, se entienda que mi
causa es evitar más autócratas o tiranos, impulsando el control recíproco de
los poderes públicos independientes, lo que, según me parece, es el segundo
principio que ha permanecido invariable en el republicanismo.
El año 2016 luce lejano. Pero no tanto el recuerdo del
día en que, del entorno de un emblemático preso político, nos dijeron que nadie
estaba más preso que él. Reaccioné con dolor: «Nadie tiene más tiempo preso,
nadie ha sido más torturado, nadie está más enfermo ni más hambriento que la
nación». No imaginaba que ese dolor sólo crecería con el tiempo, pero no tardé
en darme cuenta de que esa ha sido mi declaración más política considerando que
sólo soy, del pueblo, una ciudadana.
El tercer recuerdo que quiero compartir con usted es
de 2017. Durante los diálogos de República Dominicana, uno de los temas claves
fue la realización de «elecciones libres y justas». Vi con espanto que, en las
primeras de cambio, los medios lo reseñaron desde la desinformación de sus
propios periodistas. La mayoría lo refería con sorna o desinterés.
No, aquello de «libres y justas» no era producto de la
cursilería de un político. Existe como un estricto baremo internacional y vi
que era imprescindible que todos lo leyéramos para entender, apoyar y aplaudir
la pretensión. Así que desde entonces difundí, una y otra vez, por los
poquísimos medios a mi alcance, la lista de casi tres docenas de condiciones
que han de cumplirse para que los pueblos tengamos un proceso de «elecciones
libres y justas». Pero desde ese momento de 2017 hasta hoy, se han dado dos
procesos electorales, y se está convocando a un tercero, que no califican como
«elecciones libres y justas».
Así he formado mi opinión para defender una causa y lo
hago pacífica y constitucionalmente: «elecciones presidenciales y
parlamentarias, libres y justas».
Cada vez que pido «elecciones presidenciales y
parlamentarias, libres y justas», estoy pidiendo por mi pueblo con hambre, por
el que no puede comprar sus medicinas, por todos los presos políticos, por
todos los que han sido víctimas de violaciones de los derechos humanos.
También estoy pidiendo por principios republicanos y
democráticos, pues pido la alternancia en el ejercicio del poder y pido que la
forma de alternancia sea electoral, con elecciones ajustadas al estándar
internacional que recogió la Unión Interparlamentaria en 1994, del que
Venezuela es firmante.
Y
también estoy pidiendo por la paz social que sólo se consigue cuando los
hombres y mujeres que aspiran al poder disponen de reglas claras para acceder a
él y cuando el pueblo puede confiar en que lo cederán llegado el momento. Pido
por la paz y la autodeterminación del pueblo de Venezuela, pido por la
Constitución vigente, pido por la nación.
Carolina
Gómez-Ávila
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