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sábado, 31 de mayo de 2014

El dilema de la democracia social.

Miguel Mendez Rodulfo 30 de mayo de 2014

La democracia que se practica hoy día en el mundo es básicamente una democracia liberal, que en sus inicios concebía al sistema democrático como un garante de la propiedad privada y, más importante aún, como un protector contra los abusos del propio gobierno, además, por supuesto, de ser expresión de la voluntad popular. De manera que la democracia liberal considera al capitalismo como el medio de producción mediante el cual la sociedad va a manufacturar sus bienes y servicios. La democracia social, un paso adelante en la evolución política de la humanidad, coloca al interés global por encima del interés individual y hace énfasis en los valores de libertad, solidaridad e igualdad. Igualmente sustentada en el capitalismo, privilegia al humanismo y los valores sociales de protección y defensa de los oprimidos. Estas categorías han sufrido cambios a través del tiempo y sobre todo el vértigo globalizador ha modificado sus bases.

La llamada “Tercera Vía” de Tony Blair, fue un intento de renovación de la democracia social y una búsqueda de equilibrar elementos de justicia social con aspectos de la economía liberal, aunque precisando como dice el eminente investigador social Demetrio Boersner, se trata de amalgamar la socialdemocracia con el neoliberalismo. Después de la crisis económica global de 2008, sus secuelas que aún abaten la economía y la política de muchos países europeos, se ha llegado a casi un consenso de que la receta liberal genera mucho desempleo, desigualdad y pobreza, algo incompatible con los postulados de la socialdemocracia. Las protestas de los indignados durante años, y en muchos países, así como los resultados de las recientes elecciones, para elegir al nuevo presidente de la Comunidad Europea y para renovar al parlamento, han evidenciado el avance de los euroescépticos, de derecha y de izquierda, así como el ascenso inaudito de la derecha en Francia. Algo que los socialistas galos califican de cataclismo.

El problema es que la austeridad no es un tema ideológico, sino una manera ejemplar de poner orden en la economía, de sanear las finanzas públicas, de gastar con eficiencia, evitando los despilfarros que terminan evitando que haya mayor inversión social por parte de los Estados, beneficiando injustamente las ineficiencias de grupos de presión, sean sindicatos, sectores industriales, gremios, etc. Por otra parte, los mercados financieros globales proveen los recursos financieros para que se financien los países, emitiendo deuda soberana, o para que las ciudades asuman deudas para realizar obras y prestar servicios a sus ciudadanos. Que los países acreedores, el FMI (que también financia a los países) y los fondos de inversión, exijan a los países deudores que saneen sus finanzas públicas y ello implique recortes de nómina estatal, causa en el corto plazo perjuicio para miles de personas, pero en el mediano y largo plazo implica la recuperación económica y la nueva posibilidad de inserción de esas personas en el mercado laboral.

Visto así, el dilema de la socialdemocracia es armonizar la justicia social con el liberalismo económico. Delicado equilibrio, pero posible de obtener. No hay que perder las perspectivas de largo plazo, por los nubarrones del corto plazo, sobre todo ahora cuando hasta Grecia está comenzando a crecer. Para Venezuela, en lo que nos corresponderá como gobierno, pasada la pesadilla de este régimen, lo importante es ser audaces, utilizar los mecanismos del mercado, preservar la justicia social, proteger a los más débiles y sobre todo hacer que el gasto público sea justo y eficiente; es decir no subsidiar ineficiencias de grupos de presión, cuando hay que mejorar el gasto social, invirtiendo en escuelas, hospitales, agricultura, seguridad y servicios públicos.


Miguel Méndez Rodulfo

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