GINA MONTANER 12 de mayo de 2014
@ginamontaner
En su visita a Venezuela Mario Vargas
Llosa hizo lo habitual en él: apoyó con energía a la oposición y dijo muy
claramente que los venezolanos se habían equivocado al votar repetidamente en
las urnas al fallido proyecto chavista.
El Nobel de literatura peruano siempre
ha sido fiel a su papel de aguafiestas y no de cortesano del poder. Su
valoración, dirigida a una sociedad que en un principio tomó a la ligera la más
que dudosa reputación de un militar golpista como Hugo Chávez, es hoy una
dolorosa realidad. Venezuela, con el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, al
frente de un régimen incapaz de poner freno a la grave crisis socioeconómica,
vive una situación en caída libre de la que sólo se libran aquellos que tienen
el poder adquisitivo y los papeles en regla para instalarse en el extranjero.
Si hasta hace poco el chavismo contaba
con el apoyo de las clases más populares, cada vez es más difícil tener
contentas a las barriadas más pobres como Petare, en Caracas, donde los cortes
de agua ya son diarios y los alimentos, si antes eran escasos, ahora se
pretenden distribuir aplicando la libreta de racionamiento que el castrismo
impuso en Cuba muy pronto, a causa del desabastecimiento que provocaron las
políticas estatistas. Irónicamente, más de medio siglo después del fracaso del
comunismo cubano, los venezolanos padecen el modelo del socialismo del siglo
XXI.
Pero si el día a día es un purgatorio
por los anaqueles vacíos, la inseguridad ciudadana y la insatisfacción de una
juventud sin salidas laborales, el infierno lo encarna la creciente represión
del gobierno y el acorralamiento cada vez más férreo de la oposición. Las
manifestaciones que los universitarios iniciaron a principios de febrero
continúan aquí y allá, pero nuevas y arbitrarias leyes tienen como objetivo
sofocar las congregaciones multitudinarias. Un sector de la opositora Mesa de
Unidad Democrática (MUD), dispuesto a buscar una solución dialogada con el
gobierno, hasta ahora ha sido ninguneado y a la hora de crear una Comisión de
la Verdad para esclarecer las muertes y torturas a manifestantes, el
oficialismo ha anunciado que no contará con miembros de la oposición. La tan
cacareada mesa de diálogo se reduce a otra pantomima de Maduro para ganar
tiempo y echar cortinas de humo.
Lo que sí es real es que el ministro
del Interior, el temido Miguel Rodríguez Torres, ha desmantelado con más de 700
agentes de la seguridad los “campamentos de la libertad” esparcidos en Caracas,
donde los estudiantes acampaban exigiendo que una comisión de la ONU
inspeccionara la situación de violación de derechos humanos en el país. El
operativo terminó con más de 200 detenidos que serán fichados por la policía
política y podrían acabar encerrados en calabozos como en el que se encuentra
desde el 18 de febrero el opositor Leopoldo López.
A la incertidumbre de la oposición, se
añade que la audiencia en la que se dirimiría la posible liberación del líder
de Voluntad Popular ha sido aplazada. López continúa en la prisión militar de
Ramo Verde junto a otros políticos opositores y la Ley de Amnistía que intentó propulsar
la MUD también ha sido ignorada por Maduro y sus hombres. Al parecer, ahora la
consigna de su oscilante gobierno es la de terminar de una vez con la presencia
en las calles de los manifestantes y apagar la ebullición de una Primavera a la
que todavía muchos universitarios no renuncian.
Precisamente el dirigente estudiantil
Juan Requesens ha dicho: “Tendrán que preparar celdas más grandes, los
estudiantes lucharemos por nuestros derechos”. Venezuela comienza a ser una
gran cárcel. Nunca las palabras de Vargas Llosa han tenido un poso más amargo
para los venezolanos.
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