FAUSTO MASÓ 17 DE MAYO 2014
El mundo se encoge para la Venezuela
chavista: Correa marca distancias, recalca su éxito económico en Ecuador en
comparación con la ruina venezolana, sigue apoyando aparentemente a Maduro,
pero señala el desastre de un país petrolero; Pepe Mujica y Obama se reúnen
amigablemente en la Casa Blanca, al presidente norteamericano no le asusta el
izquierdismo del uruguayo ni le hace caso a las declaraciones de Caracas.
Se ocultan nuevas estadísticas
oficiales que muestran un aumento pasmoso de la pobreza en estos meses, el
gobierno sepulta esa información que de todas maneras se divulga por los
caminos verdes. Al gobierno solo le queda una respuesta frente a un país
enguerrillado: una represión mayor, aplastar la protesta, a pesar de que la MUD
señalara frente a los cancilleres de Unasur la brutalidad policial como una de
las razones para abandonar la mesa del diálogo. El gobierno confía en su única
arma verdadera, una brutalidad apenas disfrazada por supuestos paramilitares
que agreden locales oficiales, lanzan piedras contra negocios particulares,
buscan intimidar y acusar a los estudiantes de la violencia, pero ¿quién creerá
que a Los Palos Grandes lleguen 12 encapuchados sin protección oficial? Nos
esperan tiempos duros, y solo queda una respuesta, la unidad total de la
oposición. Una unidad que abarque desde los partidos políticos a los grupos
civiles, los estudiantes, todos los que protestan, pero ¿cómo estructurar esta
nueva oposición? ¿Cómo organizarla? Quizá la respuesta sea lograr que todo el
país opositor coincida en unas demandas mínimas de esa unidad sin fisuras,
donde cada movimiento posea vida propia, se exprese como quiera, pero coincida
en la gran exigencia, en la gran propuesta.
Con cierta precipitación Nicolás Maduro
pone las cartas en la mesa: reemplazará la habilidad del extinto presidente con
represión abierta; frente al desabastecimiento, la crisis, cuenta con la
Guardia Nacional Bolivariana. Por ahí van los tiros y le plantean al país una
pregunta: qué hacer, porque, además, están desapareciendo los medios
independientes; la oportunidad de la protesta disminuye.
Por ahora no hay intención de llegar a
un acuerdo. Las protestas no terminarán ni tampoco la represión. Al contrario,
aumentarán, porque si uno examina los rostros de los muchachos que llevan
detenidos comprueba que muchos de ellos provienen de barrios humildes, en los
que ya son frecuentes los cacerolazos y en los que no falta mucho para que
ocurran protestas mayores.
En el chavismo hay quienes quieren
radicalizar al gobierno, defienden la necesidad de aumentar las expropiaciones,
encarcelar a los líderes de oposición, consideran que liberar a Simonovis en
una traición; hay otros, quizá la mayoría, que comprenden la necesidad de un
cambio de política, de poner a producir las fincas expropiadas, pero al salir
la noticia en la prensa de que se están devolviendo algunas a sus propietarios,
inmediatamente hubo una reacción del sector afirmando que las fincas
expropiadas por Chávez seguirán en manos del “pueblo”, a pesar de que haya una
conciencia cada vez mayor del desastre de la CVG, las plantas cementeras, de la
necesidad de que Agropatria sea tan eficiente como era Agroisleña.
El tiempo juega en contra de Maduro
que no entiende lo que ocurre, ni impone su autoridad, pero lo está ayudando, y
mucho, la falta de unidad en la oposición.
Hay que insistir machaconamente en el
tema de la unidad, porque no hay otra respuesta frente al desastre nacional.
Unidad, diálogo y calle son las armas
de la democracia en esta Venezuela trágica donde la miseria, la enfermedad, la
violencia criminal avanzan, miles de profesionales emigran al extranjero y nos
quedamos sin médicos, ingenieros jóvenes. Maduro carece de respuesta frente a
este drama, lo ignora y el país se vuelve ingobernable, a menos que surja una
gran unidad a favor del ideal democrático, como ocurrió después del gomecismo,
cuando todos los venezolanos rechazaron el militarismo y se expresaron
políticamente a través de grandes partidos.
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