ROSALÍA MOROS DE BORREGALES sábado 17 de mayo de 2014
Era una noche de gala en la hermosa ciudad
de Viena, en el auditórium una gran multitud esperaba impacientemente la
aparición del gran virtuoso del que tanto se hablaba por toda Europa. Era
considerado un genio, a los 6 años ya tocaba el violín como un maestro; su
cuerpo se movía con cada nota en una fusión con el instrumento que despertaba
la admiración de todos llenando cada sala donde se presentaba. La orquesta que
lo acompañaba hizo su entrada, la audiencia aplaudió calurosamente, luego entró
el director, la emoción de todos se hizo sentir en un largo y prolongado
aplauso. A continuación, hizo su entrada el genio del violín, la gente lo
ovacionó; pero al colocar el violín sobre su hombro el silencio fue absoluto.
El virtuoso comenzó a tocar, las noticias y comentarios acerca de su extraordinaria actuación cobraron vida para quienes estaban escuchándolo por primera vez. Quienes eran asiduos a sus conciertos se deleitaban con gran euforia, sus ojos y oídos estaban siendo testigos de un momento irrepetible en sus vidas. De repente, los ojos del violinista se abrieron llenos de asombro al comprobar que una de las cuerdas de su Guarnerius se había roto. Por instantes, hubo gran tensión en medio de la orquesta, el violinista prosiguió y el director elevó de nuevo su mano para que toda la orquesta continuara.
Como por un acto milagroso el violín podía escucharse con más intensidad. El violinista parecía fundido con su instrumento, la cuerda rota lo había elevado aun más en su ejecución. En medio del asombro de toda la audiencia se escuchó un ruido de otra cuerda rota. En esta oportunidad el director paró inmediatamente; sin embargo, el gran genio ignoró lo sucedido, en un gesto de valentía sin igual continuó tocando su desgastado violín. Toda la orquesta quedó atónita, el director asumió el reto dándoles la señal para volver a unirse al violín, ahora de dos cuerdas. Los sonidos sublimes llenaban el auditorio ante la mirada perpleja de los asistentes.
Este hecho ya era una historia increíble, pero la afortunada audiencia de ese día en el concierto estaba a punto de presenciar lo imposible. ¡Una tercera cuerda se rompió! Todo el auditórium exclamó; hubo susto, dolor, expectación. Quizá, ahora el concierto sí había llegado a su final. El director miró al violinista mientras éste continuó sacándole a la última cuerda que le quedaba a su violín todos los sonidos maravillosos de aquella pieza, sin que ninguna nota se perdiera entre las cuerdas rotas. La orquesta embelesada volvió a unirse, las manos del director le guiaron con un ímpetu nunca antes visto. Todos se acompasaron produciendo majestuosamente sonidos inolvidables. El gran Nicolo Paganini había alcanzado la gloria con la última cuerda de su Guarnerios (De la lutheríaGuarneri, del famoso creador Giuseppe Bartolomeo).
Sin duda, una historia que conmueve hasta las entrañas. Para algunos verdadera, para otros cuestionada. Alrededor de este genio del violín se crearon innumerables leyendas. Lo cierto es que no se sabe si a raíz de este episodio, o como una técnica que había desarrollado a lo largo de su carrera, Paganini era capaz de interpretar obras de gran dificultad con tan solo una de las cuatro cuerdas de su violín; lográndolo con tal excelencia que era percibido como si varios violines tocaran al mismo tiempo.
En el camino de la vida hay trechos en los que las cuerdas de nuestro corazón se van rompiendo una a una ante las aflicciones. Momentos en los que el mal nos sorprende como una avalancha; entonces nuestras fuerzas se ven menguadas, las lágrimas cubren nuestro rostro, se pierde la esperanza. Pero siempre hay una última cuerda que podemos tocar. ¡Dios no se muda, está al alcance de una oración! Él puede inspirar en nuestras vidas nuevos caminos para lograr que el concierto no se detenga. El puede sacar de nuestros gastados instrumentos la más sublime melodía. El puede renovar nuestras fuerzas, cambiar el espíritu angustiado por manto de alegría, darnos una salida.
¡Cuando sientas que todo está perdido, no dejes de tocar la última cuerda!
Dios siempre te está esperando.
ROSALÍA MOROS DE BORREGALESEl virtuoso comenzó a tocar, las noticias y comentarios acerca de su extraordinaria actuación cobraron vida para quienes estaban escuchándolo por primera vez. Quienes eran asiduos a sus conciertos se deleitaban con gran euforia, sus ojos y oídos estaban siendo testigos de un momento irrepetible en sus vidas. De repente, los ojos del violinista se abrieron llenos de asombro al comprobar que una de las cuerdas de su Guarnerius se había roto. Por instantes, hubo gran tensión en medio de la orquesta, el violinista prosiguió y el director elevó de nuevo su mano para que toda la orquesta continuara.
Como por un acto milagroso el violín podía escucharse con más intensidad. El violinista parecía fundido con su instrumento, la cuerda rota lo había elevado aun más en su ejecución. En medio del asombro de toda la audiencia se escuchó un ruido de otra cuerda rota. En esta oportunidad el director paró inmediatamente; sin embargo, el gran genio ignoró lo sucedido, en un gesto de valentía sin igual continuó tocando su desgastado violín. Toda la orquesta quedó atónita, el director asumió el reto dándoles la señal para volver a unirse al violín, ahora de dos cuerdas. Los sonidos sublimes llenaban el auditorio ante la mirada perpleja de los asistentes.
Este hecho ya era una historia increíble, pero la afortunada audiencia de ese día en el concierto estaba a punto de presenciar lo imposible. ¡Una tercera cuerda se rompió! Todo el auditórium exclamó; hubo susto, dolor, expectación. Quizá, ahora el concierto sí había llegado a su final. El director miró al violinista mientras éste continuó sacándole a la última cuerda que le quedaba a su violín todos los sonidos maravillosos de aquella pieza, sin que ninguna nota se perdiera entre las cuerdas rotas. La orquesta embelesada volvió a unirse, las manos del director le guiaron con un ímpetu nunca antes visto. Todos se acompasaron produciendo majestuosamente sonidos inolvidables. El gran Nicolo Paganini había alcanzado la gloria con la última cuerda de su Guarnerios (De la lutheríaGuarneri, del famoso creador Giuseppe Bartolomeo).
Sin duda, una historia que conmueve hasta las entrañas. Para algunos verdadera, para otros cuestionada. Alrededor de este genio del violín se crearon innumerables leyendas. Lo cierto es que no se sabe si a raíz de este episodio, o como una técnica que había desarrollado a lo largo de su carrera, Paganini era capaz de interpretar obras de gran dificultad con tan solo una de las cuatro cuerdas de su violín; lográndolo con tal excelencia que era percibido como si varios violines tocaran al mismo tiempo.
En el camino de la vida hay trechos en los que las cuerdas de nuestro corazón se van rompiendo una a una ante las aflicciones. Momentos en los que el mal nos sorprende como una avalancha; entonces nuestras fuerzas se ven menguadas, las lágrimas cubren nuestro rostro, se pierde la esperanza. Pero siempre hay una última cuerda que podemos tocar. ¡Dios no se muda, está al alcance de una oración! Él puede inspirar en nuestras vidas nuevos caminos para lograr que el concierto no se detenga. El puede sacar de nuestros gastados instrumentos la más sublime melodía. El puede renovar nuestras fuerzas, cambiar el espíritu angustiado por manto de alegría, darnos una salida.
¡Cuando sientas que todo está perdido, no dejes de tocar la última cuerda!
Dios siempre te está esperando.
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