ANGEL OROPEZA miércoles 21 de mayo de 2014
@angeloropeza182
La política es esencialmente el
cultivo de la persuasión, la tolerancia, el diálogo y la negociación para
resolver las diferencias propias entre personas que piensan distinto, por
encima de otros métodos como la represión, la violencia y la destrucción del
contrario. La política es un producto de la civilización y el progreso de las
sociedades. La represión, la brutalidad y la fuerza son lo primitivo, la
barbarie. La primera representa lo propiamente humano, mientras las últimas son
las peores expresiones de lo más bajo y salvaje de la naturaleza animal.
Una de las creencias más peligrosas es aquella formulada por Carl von Clausewitz, según la cual la guerra sería "la continuación de la política por otros medios". Nada más falso. La guerra y la violencia son la negación de la política, así como la enfermedad es la antítesis de la salud. La política es precisamente el antídoto contra la aniquilación entre humanos por el simple hecho, inevitable y al mismo tiempo deseable, de pensar distinto.
La anterior reflexión viene al caso a propósito de la decisión tomada la semana pasada por la Mesa de Unidad Democrática de retirarse temporalmente de las mesas de trabajo y conversaciones con el gobierno. La oposición organizada venezolana está decidida, y ha dado suficientes muestras de ello, a actuar siempre dentro del marco de la "política". Por eso, la decisión de levantarse de la instancia de conversaciones no se hizo en aquella oportunidad para "patear" la mesa, como algunos erróneamente interpretaron, sino justamente para que la mesa funcione, para que el sector civilista del oficialismo reaccione y evite que se bloqueen las soluciones políticas a la crisis. Porque una mesa de conversaciones que no ofrezca resultados, que no conduzca a nada, al final muere de mengua. Y justamente la oposición, para que no muera, exige que empiecen a aparecer productos tangibles de tal instancia de debate y encuentro.
El objetivo de la oposición está en mantener las soluciones a la crisis venezolana en el terreno de la política. En cambio, en la acera oficialista, es cada vez más evidente la existencia de un sector de mentalidad militarista –aunque no exclusivamente militar- que no está interesado en que la crisis tenga una salida política, y que parece ganado a la idea que esto se resuelva por la vía de la violencia, bien sea para no perder la influencia que hoy tiene, por no estar dispuesto a ceder beneficios o por propia vocación.
Un presidente de la República que llama a diálogo, y luego no puede implementar medidas mínimas para que ese diálogo funcione, habla de la existencia de una fuerza guarimbera en contra muy fuerte a lo interno del gobierno, que no sólo prefiere cualquier salida menos la salida política, sino que es tan poderosa que es capaz de neutralizar incluso a quien ocupa el mayor cargo público de la nación. Razón pareciera tener entonces Ramos Allup cuando califica a Maduro como un preso político más, en este caso rehén de grupos radicalizados a lo interno del oficialismo que prefieren cualquier otra solución menos una salida política.
Parte entonces de la explicación de por qué tanta parálisis en el gobierno en términos de rendimiento, del por qué la salvaje represión y también del por qué las conversaciones tienen tantos obstáculos, es la coexistencia de varias agendas ocultas que se solapan al interior del oficialismo, algunas de las cuales no son para nada democráticas y mucho menos pacificas.
Si Maduro piensa que la represión y el uso de la fuerza bruta es la salida, está cayendo en el juego del ala militarista y violenta del oficialismo, y ese juego a quien menos beneficia es a él. Maduro, como líder civil, debería hacer todo lo posible por mantener este juego en el ámbito de la política, del dialogo y la negociación, lo cual pasa por ceder en algunas cosas para evitar perder en todas, y no precisamente por la acción de la oposición.
El país tiene salida en la medida en que sus actores principales entiendan la necesidad e importancia que esto se mantenga en el terreno de la política. En esa esfera, se pueden tener visiones distintas, proyectos diferentes, y todos ellos coexistir. Pero el día que se olvide esto y caigamos en la búsqueda o aceptación de salidas no políticas, se abre la puerta de entrada a la violencia, y eso es el comienzo de la dimensión desconocida, esa donde nadie sabe qué puede pasar, pero en la que lo único seguro es que todos perderemos.
Cualquier salida no política implica la negación del otro y la primacía de la violencia y el salvajismo. Y eso, ya de arrancada, no es ninguna salida. Detener a los violentos que hacen vida dentro del gobierno es una tarea común de quienes, sean oficialistas u opositores, no quieren a Venezuela sumergida en más sangre. Porque, lamentablemente, más sangre, dolor y caos no sólo son siempre posibles, sino que además está previsto en algunas agendas ocultas.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140521/la-hora-de-las-agendas-ocultas
Una de las creencias más peligrosas es aquella formulada por Carl von Clausewitz, según la cual la guerra sería "la continuación de la política por otros medios". Nada más falso. La guerra y la violencia son la negación de la política, así como la enfermedad es la antítesis de la salud. La política es precisamente el antídoto contra la aniquilación entre humanos por el simple hecho, inevitable y al mismo tiempo deseable, de pensar distinto.
La anterior reflexión viene al caso a propósito de la decisión tomada la semana pasada por la Mesa de Unidad Democrática de retirarse temporalmente de las mesas de trabajo y conversaciones con el gobierno. La oposición organizada venezolana está decidida, y ha dado suficientes muestras de ello, a actuar siempre dentro del marco de la "política". Por eso, la decisión de levantarse de la instancia de conversaciones no se hizo en aquella oportunidad para "patear" la mesa, como algunos erróneamente interpretaron, sino justamente para que la mesa funcione, para que el sector civilista del oficialismo reaccione y evite que se bloqueen las soluciones políticas a la crisis. Porque una mesa de conversaciones que no ofrezca resultados, que no conduzca a nada, al final muere de mengua. Y justamente la oposición, para que no muera, exige que empiecen a aparecer productos tangibles de tal instancia de debate y encuentro.
El objetivo de la oposición está en mantener las soluciones a la crisis venezolana en el terreno de la política. En cambio, en la acera oficialista, es cada vez más evidente la existencia de un sector de mentalidad militarista –aunque no exclusivamente militar- que no está interesado en que la crisis tenga una salida política, y que parece ganado a la idea que esto se resuelva por la vía de la violencia, bien sea para no perder la influencia que hoy tiene, por no estar dispuesto a ceder beneficios o por propia vocación.
Un presidente de la República que llama a diálogo, y luego no puede implementar medidas mínimas para que ese diálogo funcione, habla de la existencia de una fuerza guarimbera en contra muy fuerte a lo interno del gobierno, que no sólo prefiere cualquier salida menos la salida política, sino que es tan poderosa que es capaz de neutralizar incluso a quien ocupa el mayor cargo público de la nación. Razón pareciera tener entonces Ramos Allup cuando califica a Maduro como un preso político más, en este caso rehén de grupos radicalizados a lo interno del oficialismo que prefieren cualquier otra solución menos una salida política.
Parte entonces de la explicación de por qué tanta parálisis en el gobierno en términos de rendimiento, del por qué la salvaje represión y también del por qué las conversaciones tienen tantos obstáculos, es la coexistencia de varias agendas ocultas que se solapan al interior del oficialismo, algunas de las cuales no son para nada democráticas y mucho menos pacificas.
Si Maduro piensa que la represión y el uso de la fuerza bruta es la salida, está cayendo en el juego del ala militarista y violenta del oficialismo, y ese juego a quien menos beneficia es a él. Maduro, como líder civil, debería hacer todo lo posible por mantener este juego en el ámbito de la política, del dialogo y la negociación, lo cual pasa por ceder en algunas cosas para evitar perder en todas, y no precisamente por la acción de la oposición.
El país tiene salida en la medida en que sus actores principales entiendan la necesidad e importancia que esto se mantenga en el terreno de la política. En esa esfera, se pueden tener visiones distintas, proyectos diferentes, y todos ellos coexistir. Pero el día que se olvide esto y caigamos en la búsqueda o aceptación de salidas no políticas, se abre la puerta de entrada a la violencia, y eso es el comienzo de la dimensión desconocida, esa donde nadie sabe qué puede pasar, pero en la que lo único seguro es que todos perderemos.
Cualquier salida no política implica la negación del otro y la primacía de la violencia y el salvajismo. Y eso, ya de arrancada, no es ninguna salida. Detener a los violentos que hacen vida dentro del gobierno es una tarea común de quienes, sean oficialistas u opositores, no quieren a Venezuela sumergida en más sangre. Porque, lamentablemente, más sangre, dolor y caos no sólo son siempre posibles, sino que además está previsto en algunas agendas ocultas.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140521/la-hora-de-las-agendas-ocultas
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