MARUJA TARRE 22 MAY 2014
Profesora Universidad Simón Bolívar, Caracas
@marujatarre
En América Latina, la
cacareada intervención de los EEUU suena hoy en día casi como un chiste
Si yo fuera afgana o iraquí,
indudablemente este artículo tendría otro tono. Pero en América Latina, la
cacareada intervención de los EEUU suena hoy en día, casi como un chiste.
Indudablemente tenemos que aclarar que en el pasado, en el siglo XIX y buena parte
del XX, el intervencionismo fue una triste realidad. El “patio trasero” de
Teddy Roosevelt y sus contemporáneos era todo el Caribe. En esa época los
marines visitantes, podían tardar décadas en irse y dejaban al país peor de lo
que estaba en un principio. Haití es quizás el más triste ejemplo de ese tipo
de intervencionismo.
Pero mucho más recientemente, sin
haberlo leído en libros de historia, puedo recordar la injerencia bien
documentada en el Chile de Allende, la invasión de Republica Dominicana en tiempos
de Juan Bosch, la Contra en Centro América, la desproporcionada invasión de
Granada y la última de todas en 1989, para sacar a Noriega de Panamá. El record
no es desechable. No incluí a Cuba en la lista, porque aparte de Bahía de
Cochinos, los cuentos de Castro sobre conspiraciones americanas parecen obra de
García Márquez y no de algún burócrata de la CIA. Mi preferido es, sin duda
alguna, el tabaco explosivo que lo iba a dejar desnudo y sin barba.
Así que estamos claros: en un pasado
bastante reciente, hubo invasiones, injerencias serias, intentos ridículos por
desplazar líderes y tiranos y una enorme desproporción en el uso de la fuerza.
Pero hoy en día las cosas han cambiado. Toda la política de injerencia en el
Oriente Medio ha sido tan absolutamente catastrófica para los EE UU, desde todo
punto de vista, que no conozco un solo americano que quiera volver a intervenir
directamente, con tropas, en ninguna parte del mundo. Obama fue electo con la
promesa de salirse, lo antes posible, de Irak y Afganistán. Sirios y Ucranios,
que han venido a Washington a pedir ayuda, se han enfrentado a esta nueva
realidad: los EE UU no quieren perder un solo soldado más en una guerra lejana.
Quizás manden drones y le den dinero a alguna facción armada, pero no están
dispuestos a intervenir directamente.
Gobiernos como el de Maduro en
Venezuela o Evo en Bolivia no captan esto o quizás sí lo han comprendido muy
bien (y por eso se atreven a desafiar al monstruo), pero siguen usando la
eterna narrativa de la invasión de marines y de las conspiraciones tenebrosas
para derrocar gobiernos. Prácticamente a diario en Venezuela, la gente de
Maduro acusa a los EE UU de espiar, de haber desatado una guerra económica para
que no se consiga papel higiénico, de enviar malvados espías que incitan a los
delincuentes para que cometan fechorías o a los estudiantes para que salgan a
las calles.
La visión de Maduro es que Obama
prácticamente no duerme pensando cómo puede hacer para derrocar a los héroes
bolivarianos. Incluso se ha dicho que el cáncer que acabó con la vida del Comandante
Eterno fue inoculado por agentes del Imperio y más aún, los antepasados de
dichos agentes, mataron también a Bolívar, para que no siguiera fastidiando. Lo
más sorprendente es que dicha narrativa es aceptada por los chavistas que han
sido adoctrinados desde niños, pero también por un sector muy pequeño pero
extremista de la oposición, que espera una invasión de rubios y apuestos
marines que los vengan a liberar del yugo comunista. Una especie de versión
tropical del desembarco en Normandía.
Quienes usan a la invasión gringa como
una especie de espantapájaros y quienes, en el fondo de su corazón la desean,
ignoran completamente el rumbo que ha tomado la política exterior bajo Obama y
además de todo, el poquísimo interés que siente este Presidente por América
Latina. Obama preferiría que Brasil, España, el Vaticano, o cualquier país del
mundo se ocupase de conseguir soluciones a tantos conflictos y que los jóvenes
soldados americanos “no tengan que seguir muriendo por preservar la democracia
en países lejanos”. Y aquí nos encontramos con una paradoja. En el mundo entero
vemos al intervencionismo norteamericano como deseo de poder, conquista de
petróleo o cualquier otra riqueza por parte de una gran potencia, heredera de
los Imperios del pasado. Los EE UU se ven a sí mismos, como un país que se ha
sacrificado por los demás, enviando soldados y gastando miles de millones en
“búsqueda de la libertad”.
Las dos visiones sobre el papel de los
EE UU son tan divergentes, que nunca lograremos coincidir. Los norteamericanos
se sienten dolorosamente incomprendidos si no se les ve como el país que aporta
democracia y libertad para el mundo, a costa de grandes sacrificios. Visión
idealizada, que dejó de tener vigencia después de la Segunda Guerra Mundial. En
los “patios traseros” se tiende a ver a Washington con la visión expuesta en
“Las venas abiertas de América Latina”. Libro, cuyo autor Eduardo Galeano
reconoce que está pasado de moda, pero que Chávez regaló como una gran novedad
a Obama en Trinidad en 2009, la única vez que se encontraron frente a frente.
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