Por
Vladimiro Mujica, 29/05/2014
La
revolución chavista es un caso “de librito” del Estado todopoderoso y opresivo,
retratado magistralmente en la novela de George Orwell 1984. Parafraseando el
término orwelliano, uno podría hablar de SOCICHA o SOCIalismo CHAvista para
referirse a la versión tropical del Socialismo Inglés descrito en la novela.
Especialmente creativo y digno de análisis es el uso del doble lenguaje en el
SOCICHA. La lista es extensa: Los Ministerios del Poder Popular, son en
realidad los reductos de la oligarquía chavista; la paz es la guerra contra el
pueblo; el abastecimiento seguro es la gerencia de la escasez; el plan Patria
Segura no protege a nadie; la nacionalización de Pdvsa es en realidad la
entrega al capital extranjero, etc, etc.
Pero donde
los estrategas de mercadeo político de SOCICHA han sido especialmente tóxicos y
difíciles de desenmascarar es en el uso artero de la palabra fascista para
referirse a los opositores al régimen autoritario de la oligarquía chavista y
sus herederos. La verdad del asunto es que todo lo que históricamente ha
caracterizado al fascismo, desde la creación del término en la Italia de
Mussolini, está presente en la conducta del chavismo.
La
similitud es de tal magnitud que resulta casi increíble que el régimen haya
tenido éxito en endilgarle su conducta al adversario en una operación de
travestismo político de proporciones históricas. Sin intentar una comparación
exhaustiva, uno podría distinguir varios rasgos importantes que revelan la
inequívoca naturaleza fascista del chavismo.
Primero y
principal, la pretensión de controlar el movimiento sindical y obrero hasta el
punto de crear organizaciones gobierneras paralelas. Segundo, la obsesión por
la hegemonía comunicacional. Tercero, el secuestro de todas las instituciones
públicas y la anulación de los balances y contrapesos esenciales para la
existencia de la democracia.
Cuarto, la
formación de bandas armadas y brigadas de asalto para aterrorizar a los
adversarios políticos. Quinto, la conformación de un partido hegemónico,
beneficiario único de los privilegios del poder. Sexto, el control desembozado
de las instituciones creadoras de valores cívicos y sociales, como las escuelas
y las universidades. Séptimo, la distorsión de la historia para ajustarla a la
versión heroica del líder supremo.
Mussolini
en Italia y Chávez o Maduro en Venezuela. Octavo, la polarización extrema de la
sociedad, el desprecio y la exposición al odio de quienes se oponen al avance
de la presunta epopeya popular representada en el fascismo.
Las
similitudes no terminan aquí, pero pienso que la situación se parece mucho a
aquello de que si un animal maúlla, es peludo, con cola y caza ratones, lo más
probable es que se trate de un gato.
El chavismo
es pues un representante por excelencia de una cierta izquierda patriotera y
reaccionaria cuyas prácticas son indistinguibles de las del fascismo. A muchos
venezolanos les ha tomado años reconocer esta perturbadora realidad pero las
evidencias de la represión desembozada de estos últimos tres meses, con su
doloroso saldo de muertos, heridos y encarcelados, revelan finalmente contra
quiénes estaban destinadas las armas y los equipos que Venezuela tiene años
comprando en una escalada bélica promocionada como un mecanismo de defensa
contra nebulosos planes de invasión imperiales. En realidad, es una patraña más
que ahora se exhibe impúdicamente en su verdadera dimensión: la historia de que
la revolución era pacífica pero armada debe entenderse en el sentido de que la
revolución no trae paz y que las armas son para usarlas contra el pueblo si
este se rebela contra sus presuntos benefactores.
Asi
entendidas las cosas, los resultados de las elecciones del pasado domingo
constituyen una verdadera zurra, una pela, al fascismo encubierto del SOCICHA.
El reconocimiento apresurado de los resultados electorales de parte del PSUV
hace pensar que algunos de sus líderes están genuinamente preocupados por el
oneroso precio político de la represión y las violaciones a los derechos
humanos que se han cometido ante los ojos de todos los venezolanos y el resto
del mundo durante estos tres meses interminables de sufrimiento. Pero el hecho cierto
es que sus propios desafueros y la indomable resistencia ciudadana han
terminado por desenmascarar al régimen y a su sofisticada operación de
manipulación política y sicológica en el ámbito nacional e internacional.
La
respuesta ciudadana constituye una señal contundente de que es perfectamente
posible conciliar la protesta cívica y pacífica con la participación electoral
y que la convergencia de ambas es en realidad indispensable para enfrentar a un
adversario tan poderoso como la oligarquía chavista. El movimiento de protesta
liderado por los estudiantes, combinado con la sabiduría del liderazgo opositor
y la MUD en escoger dos candidatas indiscutibles para reemplazar a los alcaldes
prisioneros de la injusticia, ha terminado por abrir un boquete enorme en la
armadura de teflón que protegía al régimen y que le permitía promocionarse como
un defensor de los intereses del pueblo. El costo ha sido elevadísimo, pero ahí
están los resultados. Paradójicamente, el oponerse abiertamente y con un
lenguaje bien definido ha terminado por ser el mejor remedio contra la
polarización, porque es impensable pretender explicar los resultados de las
elecciones en San Cristóbal y San Diego sin concluir que los indecisos, y
probablemente parte del chavismo, votaron por las dos mujeres representantes de
la voluntad popular que el régimen pretende desconocer.
Dura y
compleja la lección de estas jornadas de protesta y que el liderazgo opositor
está obligado ética y políticamente a analizar en profundidad. En entenderla
está la clave para derrotar al verdadero fascismo representado por la
oligarquía chavista sin darle oportunidad de que se esconda nuevamente bajo el
ropaje de izquierda progresista y popular.
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