Fernando Mires 30 de mayo de 2014
Cuando los conceptos socioeconómicos y
políticos no son suficientes para captar el curso de los fenómenos, los
observadores piden prestado conceptos a otras disciplinas, lo que es legítimo.
El conocimiento debe ser multidisciplinario o no ser. En ese sentido la
recurrencia al concepto de “fobia” para caracterizar a la actual irrupción de
los partidos populistas europeos, es acertada. Todos esos partidos son fóbicos:
xenofóbicos, eurofóbicos y algunos, homofóbicos.
Las fobias son aversiones a
determinados objetos. Los objetos de las fobias –una de las enseñanzas de
Freud- son sustitutivos, es decir, el objeto de la fobia reemplaza al objeto
que produjo la aversión (o al deseo aversionado). Ahora, si aceptamos la idea
también freudiana de que el ser humano es miedoso por naturaleza, tener una que
otra fobia es más bien normal. El problema aparece cuando el objeto de la fobia
adquiere una representación persistente hasta el punto en que se convierte en
determinante de la conducta, sea esta individual o colectiva.
La xenofobia oculta en la forma del
aversión al extranjero el miedo a lo extraño y ese, a “lo otro” que atraviesa
nuestras vidas desde que supimos que íbamos a morir. La eurofobia de los
propios europeos actúa así frente al miedo a la pérdida del “yo” es decir, de
la identidad local (nacional, cultural, idiomática, familiar). Sobre esos
puntos han insistido diversos analistas. De ahí que la receta del
“euro-populismo”, la de expulsar a lo “extraño” y volver a esa patria-familia
imaginaria habitada solo por “los nuestros”, sea tan eficaz.
En algunos casos la fobia puede ser
complementada con un avanzado narcisismo (amor al yo o al nosotros). “Nosotros,
si somos tan liberales, no podemos aceptar a culturas impregnadas por el Islam”
proclama el islamofóbico Geert Wilders en Holanda. El mensaje surte efecto: en
nombre de la libertad del “nos-otros” serán limitadas las libertades de “los
otros”.
La tarea de los analistas, así como la
de los políticos democráticos, no es por lo tanto suprimir o anular el
miedo-odio (en la mayoría de los casos es imposible) sino re-localizarlo en el
objeto que le dio origen (suponiendo que este exista, diría Lacan). El problema
es que esos políticos son una mercancía muy escasa.
La ausencia de políticos en
condiciones de localizar el lugar y el objeto que producen las aversiones
colectivas es decir, de políticos capaces de nombrar las cosas por su nombre,
es un tema que preocupa a Timothy Garton Ash en su artículo ¿“Conseguirá Europa
despertar? publicado dos días después de las elecciones al Parlamento Europeo.
(EL País, 27 de Mayo)
Con vehemencia Garton Ash se refiere
al peligro que significaría para Europa si personas como Jean Claude Juncker
siguieran a la cabeza de la U E. Para Garton Ash, Juncker es un simple
administrador, no un político. Pero –es la pregunta obvia– ¿Es Martin Schulz
mejor? Al escuchar las alocuciones pre-electorales de los candidatos uno tenía
la impresión de que ambos hacían lo posible para hablar mucho sin decir nada.
En Europa hay no pocas razones para
sentir miedos. Pero esas razones han sido desviadas por los populismos fóbicos
hacia objetos sustitutivos. La tarea de los políticos demócratas es entonces
encontrar las razones reales que producen los miedos. Eso implicaría
confrontarse con la realidad, la que, por supuesto, no siempre es bella.
Imposible no recordar a Max Weber
cuando en su clásico texto “Política como Profesión” anotaba que la conversión
de la política en práctica burocrática es la condición que prepara el camino a
los peores demagogos. Así paso justamente en la Alemania que Max Weber no
alcanzó a vivir. Así puede pasar también en la Europa del siglo XXl –lo dice
con su autoridad de historiador- Garton Ash.
No decir la verdad se paga muy caro en
política. Pero hay dos modos de no decir la verdad: Uno es sustituir al objeto
de la verdad por un objeto de la mentira y eso es lo que hace el populismo
fóbico. El otro es callar sobre la verdad y eso es lo que hacen los burócratas
que controlan la maquinaria de la UE. En cierto modo, existe entre ambos
sectores, un maligno complemento.
Se puede estar por ejemplo en contra o
a favor de Putin, pero no se puede hacer
como si Rusia o Ucrania no existieran. Se puede estar a favor o en contra de la
llegada de más extranjeros, pero no se puede callar que Europa en su debido
momento no brindó apoyo a los rebeldes sirios. Hoy miles de sirios llenan los
edificios para refugiados. Pronto vendrán miles de egipcios huyendo de la
terrible dictadura militar que asola a su patria con el consentimiento de EE UU
y la EU.
Se puede estar a favor o en contra de
EE UU, China, y Japón, pero no se puede negar que la política mantenida por sus
estados con respecto al medio ambiente es suicida. Se puede depender del gas
ruso o de empréstitos chinos, pero eso no obliga a callar frente a la sistemática violación a
los derechos humanos que ocurre en China o Rusia. Sobre la base de la
hipocresía y la desidia burocrática representada por la carísima UE, son
alimentadas no pocas fobias políticas de nuestro tiempo.
El momento es peligroso. Porque una
cosa es que en Europa existan partidos fóbicos -siempre los ha habido- y otra muy distinta es si estos comienzan a
articular entre sí sus respectivas fobias.
Hay por cierto quienes minimizan el
problema argumentando que cada partido populista es distinto al otro: que no se
puede comparar, por ejemplo, a los “civilizados” populismos de Holanda y Gran
Bretaña con los nazis de Grecia y Hungría. Quizás hay que recordar que el
fascismo de Mussolini, el cual se autodefinía como una variante del socialismo,
era diferente al rabioso ultranacionalismo de Hitler y, a la vez, ambos muy
diferentes al integrismo militar-cristiano de Franco. Eso no impidió que los
tres unieran sus destinos.
Hoy vemos a Marine Le Pen, enemiga del
divorcio y contraria al matrimonio homosexual, en alianza con el
“liberal-islamofóbico” Geert Wilders, quien se dice defensor de los derechos de
los homosexuales y de la libertad corporal. Quizás pronto, el catolicismo
antisemita de Hungría convergerá con el cristianismo ortodoxo y homofóbico de
Rusia.
El miedo y el odio suelen producir
lazos más profundos que el amor y la razón. Esa es al menos una de las
lecciones que nos deja la historia de la Europa Moderna. Incluyendo en esa
historia a los excelentes libros escritos por Timothy Garton Ash.
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