TULIO HERNÁNDEZ 25 DE MAYO 2014
Ahora que han pasado tantos años,
quince creo, y que podemos evaluar objetivamente sus resultados, cualquier
persona sensata puede concluir que no ha habido en la historia republicana de
Venezuela una clase política más inocua e inútil, hipócrita y arrogante, cruel
y dañina, onanista en extremo, como la élite chavista.
Ahora que hemos visto lo que han hecho
y desecho, sabemos que son un club exclusivo de emprendedores de la nulidad;
capitanes del extravío humano; traficantes de sueños y exclusiones convertidas
en pretexto para sus placeres personales; oportunistas del rentismo petrolero
camuflado en utopías igualitarias; herederos histéricos de dogmas decimonónicos.
Héroes de la nada. Constructores del vacío.
Todo eso me lo ayudó a entender, hace
unos pocos días, Zigmunt Bauman, el sociólogo polaco que al filo de los 90 años
sigue por el mundo oficiando el papel de maestro de pensamiento que ya pocos
pueden ejercer. En una entrevista concedida el 17 de mayo a Nuria Escur, del
diario La Vanguardia, Barcelona, explicó la diferencia, a su juicio
fundamental, entre los nazis y los comunistas.
Los nazis, dijo este hombre lúcido,
“eran transparentes, querían infligir el mal y lo hicieron”. “Sin espacio para
dudas”, agregó. Los comunistas en cambio fueron una gran estafa, “nos
defraudaron”. Y, citando a Albert Camus, el inolvidable autor de La peste,
precisó lo que quería decir: “el comunismo es el mal bajo los eslóganes del
buenismo. Por eso en las filas comunistas surgió la rebelión intelectual”.
“Los eslóganes del buenismo” es la
frase fundamental. El chavismo, ahora degenerado en rodrigueztorrecismo, se ha
ocultado en el buenismo. Los pobres primero, los demás después. Los ricos son
malos. Los gringos también. La oligarquía, los medios privados, la derecha, los
escuálidos, la clase media tonta, perversos todos. Y, en nombre de esas causas
buenas arruinaron el país y lo convirtieron en campo de tiro colectivo y plantación
bananera administrada a su antojo.
Es muy temprano para entenderlo, pero
algún día sabremos por qué esa élite conformada por militares golpistas
surgidos de la clase media baja de pueblos del interior; ultraizquierdistas de
la Liga Socialista, el Cler y Ruptura; comandantes de apellido que fueron los
últimos en bajar del ensueño guerrillero; pequeños y grandes burgueses
oligárquicos que como José Vicente Rangel han estado siempre, gozones, en el
corazón del poder; académicos de nivel, pero comunistas atávicos, como Jorge
Giordani; ex militantes del MAS y la Causa R reconvertidos en seguidores del
militarismo; conformaron esta estrategia del odio, esta fascinación por la
exclusión, que hoy tiene a Venezuela al borde de la guerra con el papa rezando
por ella, al mismo nivel que Sudán y Siria, y tres cancilleres de países amigos
tratando de impedir que la sangre llegue al río.
Personalmente ya no me llamo a
engaños. Como era muy joven cuando Pincohet dio su golpe y Somoza reinaba en
Nicaragua, creí por mucho tiempo que los malos, los dictadores y los tiranos
tenían tras de sí algo genético. Eran militares prusianos, usaban lentes
oscuros, comían niños y escupían los huesos sin más.
Ahora, cuando veo como guardan
silencio ante los abusos de poder y la espantosa violación de derechos humanos
que el régimen rojo oficia en Venezuela, entendí que no es genético, que alguno
de tus mejores amigos de infancia, compinche de la universidad o compañero de
trabajo, no importa si escriben poemas o hacen películas, si no son ordinarios
y toscos como el teniente Cabello y saben comer con cubiertos y pronuncian
correctamente el francés, puede ser un parapinochetico, un decistalin, un
minifranco, solo porque un día compraron una ideología integrista y meses
después de hacerse ministros, embajadores, artistas o intelectuales del
régimen, sintieron que era muy tarde para abandonar la zona VIP del Titanic. Y
allí viajan. Sedados. Pensando que los derechos humanos solo son buenos cuando
estás en la oposición. No en el gobierno.
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