Gustavo Linares Benzo Domingo, 25 de mayo de 2014
Lo extraordinario es que
alguien pueda seguir pensando que el chavismo representó algo positivo
Esta sensación de suciedad, abandono,
deterioro, postración en una palabra, exacerbada porque no hay agua, no debe
ser única en nuestra historia. Quizás sea única en la memoria de quienes hoy
estamos vivos, en el recuerdo de los más viejos. Quizás algún partidario de
Chávez, quizás muchos, la verdad eso no tiene la más mínima importancia, crean
o sientan sinceramente que antes de 1999 su situación era muchísimo peor, que
lo que están pasando hoy es pasajero, que bien vale sufrir un poquito ante la
felicidad que han tenido, que han recibido sea palabra más exacta, como si la
felicidad fuera un regalo de Chávez.
Lo que sí puede ser único, insólito,
es que se soporte tan estoicamente, que esta penuria se lleve con tanta
aparente tranquilidad, sólo como una molestia pasajera. Lo extraordinario de
esta situación es que ante tanta incuria, todavía alguien, así sea uno solo,
pueda seguir pensando que el chavismo representó algo positivo en la vida del
país, que lo sigue representando y que lo que ocurre es que Maduro es un pésimo
gobernante, que no está haciendo lo que haría el Comandante. Ya todo el mundo
sabe, al menos así lo dice a las encuestadoras tirias y troyanas, que este
gobierno es épicamente inepto. Pronto, si es que no ha ocurrido ya, esta
administración pasará por debajo del umbral del 30% de aprobación, es decir por
debajo del núcleo duro del chavismo radical.
Sin embargo, ¡cuánta falta hace
Chávez! suspiran muchos todavía, si el Comandante estuviera vivo habría agua y
harina. Lo insólito es que tantos estén engañados, que no vean la evidencia más
palmaria de que efectivamente vamos por el camino de Chávez, es decir, hacia
cuarenta mil asesinatos al año, hacia el país más violento del mundo, hacia una
inflación de tres dígitos, hacia una deuda externa, ya la más alta de toda
nuestra historia, que sea tres y cuatro veces el PIB, o sea impagable. Hacia
una economía de guerra pero sin guerra, al desabastecimiento como regla: van
dos años en una sola cola.
Miseria
Despejar esta incógnita es necesario
para cambiar al país. Qué hay en la mente de tantos venezolanos, es cierto que
cada vez menos, pero aun muchos, que son capaces de creer sinceramente que el
camino de Chávez conduce a algo distinto de la miseria, a algo que no sea un
todos contra todos en que al pobre lo matan y el menos pobre se va. Hay
respuestas fáciles pero falsas. La complicidad de boliburgueses y malsines sólo
hiede en la conciencia de muy pocos. No, no es verdad que sólo torvas razones
pueden justificar que alguien piense que Chávez fue bueno y que inauguró una
nueva era. Hay otras razones, pero el problema es que precisamente no son
razones, no son ideas racionales, sino emociones por un lado y engaños por
otro.
El carisma de Chávez. Aparte de la
obviedad de que el millón de millones de dólares que gastó como si fueran suyos
hacen que cualquiera sea buenmozo (chequera mata galán), en alguna medida el
Gigante Eterno conectó con importantes sectores de la población. Pero hablamos
del carisma como si lo justificara todo, como si al líder carismático todo se
le permitiera. Todo lo contrario: el primer objetivo de la educación, que por
obvio no se dice, es enseñar a distinguir la verdad de la mentira, lograr que
las personas no se dejen engañar. Y, por el contrario, el aparato cultural de
Chávez fue muy hábil para mentir carismáticamente. La primera mentira, que
Chávez no tenía la culpa de nada, que los errores eran de los ministros, los
éxitos del Presidente.
Eso recuerda el cuento de hadas de que
Lula no sabía que en la oficina de al lado se repartía el billete parejo para
lograr que los diputados apoyaran sus medidas. Sobre todo porque Hugo Chávez
gobernó siempre con los mismos: si ocurría el milagro de que saliera de
alguien, o bien "iba a otro destino" dentro del gobierno, o
reaparecía al poco tiempo en un alto cargo.
Su pésimo gobierno, disfrazado con
barriles a cien dólares, se debió directamente a él, como a ningún otro
Presidente en nuestra historia. Con el truquito de los regaños en Aló
Presidente engañó a muchos incautos.
La otra gran mentira fue el recurso a
esconder su responsabilidad en los otros. Así como cuando los presidentes no
eran eternos los nuevos le echaban la culpa a los viejos, por más años que
pasaran, Chávez se pasó quince años cargando las culpas sobre la mal llamada
Cuarta República, y cuando ya sonaba fastidioso, sobre el capitalismo. Así, los
videojuegos capitalistas eran los culpables de que los homicidios se
triplicaran en Venezuela aunque se reducían en el resto del planeta, como si
Call of Duty sólo se vendiera en Caracas.
La lucha política es una lucha por el
corazón del pueblo. Pero esa lucha no puede ser con el arma de la mentira, del
engaño, del señuelo. Hay otros caminos.
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