PAULINA GAMUS 25 MAY 2014
Los profetas procuran
vaticinar el fin del Gobierno de Nicolás Maduro, un hecho que solo puede llegar
con el voto popular
Cada vez que se habla de la afición que
sienten muchas personas por las predicciones de astrólogos, videntes,
tarotistas, fumadores de tabaco, lectores de la borra del café y demás
individuos con supuestas facultades para otear el más allá y adivinar el
porvenir, se piensa que su éxito solo es posible en países subdesarrollados,
incapaces entre muchas incapacidades, de superar el estado primario de los
pueblos en que prevalece el pensamiento mágico. Nada más alejado de la
realidad, Inglaterra es quizá el país con mayor número de esotéricos y afines
en el mundo moderno y si quisiéramos avergonzarnos por lo que sucede en
Venezuela desde hace quince años, sírvanos de consuelo que la nación más
poderosa del mundo en tiempos en que aún era Imperio, estuvo gobernada por un
presidente muy popular -Ronald Reagan- quien a su vez estuvo dominado por su
esposa Nancy y esta a su vez por la astróloga Joan Quigley. Esa intérprete de
los designios astrales le hacía saber a doña Nancy cuáles eran los días buenos,
cuáles los neutrales y aquellos que se debían evitar para la toma de decisiones
trascendentales. Fue tan poderosa su ascendencia sobre la Primera Dama que
logró modificar la agenda de la Casa Blanca con sus predicciones. Los días eran
clasificados por colores según el consejo de la astróloga Quigley y se decidían
los más convenientes para la seguridad y el éxito del presidente. El asunto
alcanzó tales proporciones que condujo a que el presidente Reagan despidiera a
su jefe de Gabinete, Donald Regan, por estar este en desacuerdo con el método
de toma de decisiones según se presentaba el color del día.
Dicho esto los lectores podrían ser un
poco más comprensivos con lo que ha venido ocurriendo en Venezuela casi al
unísono de la llegada de Hugo Chávez al poder y de su división del país en dos
bandos enfrentados: los que están conmigo y los “sinmigo”, es decir, los
opositores que debían ser aplastados como alimañas. Para un pueblo acostumbrado
a vivir en democracia, a expresar públicamente y sin temores sus opiniones, a
criticar abiertamente a los gobernantes sin que eso le acarreara consecuencias
que lamentar, lo que nos estaba ocurriendo no podía ser normal. Algo había en
aquel hombre ordinario, insolente, abusador y vociferante para que más de la
mitad del país estuviera postrada a sus pies. Empezó a correr el rumor de unos
babalaos que, instalados en la residencia presidencial -el Palacio de
Miraflores-, hacían sacrificios de animales y le daban a beber la sangre al
mismo Chávez. Al mismo tiempo, en Cuba, ya transformada en la sede del
verdadero gobierno venezolano, Fidel Castro tenía bajo sus órdenes a santeros
que con sus Elegua, Obátala,
Changó y Ogun, protegían al pupilo Chávez
Era de lógica que los opositores no
permaneciéramos con los brazos cruzados o mejor dicho, con las mentes cerradas
a estas poco ortodoxas formas de hacer política. Nuestra astróloga más popular
iniciaba sus informes rutinarios con noticias que todos habíamos leído en la
prensa, luego utilizaba un lenguaje bastante críptico para sugerir que en algún
momento Chávez saldría de la presidencia. Antes nos anunciaba que moriría un
personaje famoso y que habría un terremoto en cualquier lugar del planeta lo
que indefectiblemente ocurría. Pero Chávez, ayayay Chávez, ese era realmente un
hueso duro de roer hasta para la astrología. El fracaso estrepitoso de la
astróloga se produjo a raíz del paro semi nacional de fines de 2002 y primeras
semanas de 2003, cuando -ya sin tapujos- nos aseguró que nos libraríamos del
caudillo bolivariano y socialista del siglo XXI. Ante ese desprestigio la
astróloga debió autoexiliarse del país lo que no le impide seguir enviando sus
predicciones pero sin asumir demasiados compromisos. Confieso que todas las
semanas caigo en la tentación de leer lo que nos va a suceder a los
Capricornio, pero ni me dejan una herencia ni aparece la mujer de pelo negro
que me hará daño ni el hombre que está loco por mí ni el negocio que me hará
rica.
Fueron muchos otros los astrólogos que
con sus anuncios de la muy próxima salida de Chávez, previos baños de sangre y
otra serie de tragedias y luego la llegada de un tiempo luminoso para
Venezuela, nos robaban tiempo precioso de nuestras incursiones en Internet.
Entonces se enfermó Chávez. No recuerdo que haya sido algún esotérico quien
advirtiera lo que iba a sucederle a aquel hombre de apenas 57 años. Fueron los
médicos cubanos quienes lo diagnosticaron, operaron, trataron y enterraron.
Pero poco antes del desenlace para algunos fatal, apareció en el escenario
nacional un hombrecito de perenne sonrisa, cola de caballo y ojillos
entrecerrados, que con una vocecita de marcado acento brasilero, nos fue
llevando hasta la fecha exacta en que el comandante presidente pasaría a la
eternidad. No se crea que se trataba de un vidente cualquiera, era nada menos
que el Profeta de América. Su fama devenía de haber vaticinado el ataque
terrorista a las torres gemelas de Nueva York y otras cuántas catástrofes. El
Profeta estaba metido día y noche en nuestros hogares mirándonos con aquellos
ojillos y casi contando los días de vida que le quedaban al moribundo que, al
fin y como era de esperar, murió. El profeta fue elevado rápidamente al rango de
héroe. Pero poco dura la alegría en casa del pobre y de los profetas. Apenas
empezaron las protestas estudiantiles el 12 de febrero de este año, el profeta
le fijó fecha a la inminente salida de Nicolás Maduro: ¡cuatro días! Han pasado
más de tres meses.
Decepcionados de tantos estafadores de
esperanzas parecíamos resignados a soportar indefinidamente al desastroso
sucesor del desastroso Hugo Chávez, cuando un teórico marxista exasesor del
difunto, el alemán Heinz Dietrich, sentenció que a Maduro le quedaban ocho
semanas en la presidencia. Han pasado diez. Pero el 22 de mayo un periódico
alemán publicó como una novedad el plazo de las 8 semanas por lo que suponemos
que Dietrich pidió una prórroga.
Con tantos fracasos a cuestas, es muy
lógico que una parte de la oposición venezolana haya dado paso a otra clase de
profetas, los del desastre. Los que ya no creen en salidas electorales, ni en
diálogos, ni en la dirigencia política que organizó unas primarias impecables y
luego condujo a la oposición a las elecciones del 7-10-12 y del 14-4-13.
Tampoco cree en el candidato que si no le ganó a Maduro en abril de 2014, lo
empató y eso después de un esfuerzo titánico apenas al mes del fallecimiento de
Chávez y de toda la explotación electorera de su muerte. Esos escépticos e
indignados regresan, sin percatarse de ello, al pensamiento mágico y a la
esperanza en soluciones rápidas enviadas por alguna fuerza ignota, una que no
es de este mundo: aquí va a pasar algo o tiene que pasar algo, pero nadie sabe
cómo ni cuándo. Ojalá pasara, me cuesta creer en fuerzas sobrenaturales que
producen milagros, pero que bueno sería que ocurriera alguno para no tener que
esperar a que este infame gobierno sea expulsado por el voto popular.
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