Carlos Raúl Hernández/Jesús Rafael González 07 de
Diciembre de 2015
El
6D triunfó la estrategia democrática, pacífica, constitucional y electoral
contra un gobierno que ha manejado poderes económicos, políticos y administrativos
ilimitados desde 1999. La sagacidad del liderazgo de la Unidad, le permitió
hacerse cercano de los sectores populares y representar para ellos la
posibilidad de de mejorar su terrible situación. Al examinar los planteamientos
que hacían los candidatos en los circuitos de las capitales y del interior,
satisface descubrir como la inmensa mayoría se expurgó de radicalismos,
serpientes verbales, posiciones irredentas, discusiones abstrusas e
irrelevantes.
A
cambio se encajó en las necesidades fundamentales de la mayoría. Esa nueva
semiología política fue común a casi a todos ellos, pero particularmente
notoria en el caso de las mujeres candidatas. Los candidatos hoy diputados,
rompieron con el estilo político y la jerga que con frecuencia hizo que el
mensaje opositor no llegara a sus destinatarios deseados. Ese renacimiento del
lenguaje político será muy importante para la nueva confrontación electoral,
esta vez por las gobernaciones, que tendrá lugar en 2016.
Si
la alternativa democrática hubiera caído en debates como aquellos de la partida
de nacimiento de Maduro, las tropelías de Cabello, los yates de Aristóbulo, las
misas negras en el CNE, las incidencias de la familia Flores, insultos a las
FF.AA, o en cazar las peleas que planteaba Jorge Rodríguez, posiblemente el
resultado hubiera sido otro. Muchos observadores descolgados hubieran preferido
que la Unidad se enredara en una diatriba permanente con los capitostes del
gobierno y seguramente no la hubieran llamado “Muda”.
Por
fortuna no fue así y tampoco la Unidad se atascó en la búsqueda de falsas
opciones distintas a la electoral. Ahí están los resultados de no buscar
atajos. Hay políticos necesarios porque uno sabe que debe hacer exactamente lo
contrario de lo que ellos dicen. Desde 2006 la oposición definió su estrategia
pacífica, democrática, constitucional y electoral, después de los años locos anteriores (2001-2005), que se
pensó equivocadamente habían sido asimilados
en pleno y que no se repetirían.
Antes
de 2006, el destino puso la conducción de la disidencia en manos de “gerentes”
y de pequeños partidos autoritarios, unipersonales, que tomaron el nombre de
“sociedad civil”, y nos llevaron de derrota en derrota. Aquella conducción zoqueta tuvo su holocausto
en el retiro de las candidaturas a la Asamblea Nacional en 2005. Un tanque
totalitario que avanzaba sobre las instituciones, y una oposición que lo
pellizca, que se retira de los espacios de poder, fueron la combinación
perfecta para que la revolución tomara
control de todo.
En
2006 comenzó la cadena de avances que
culmina en el triunfo rotundo del 6D-15. Primero la candidatura presidencial de
Manuel Rosales en 2006, que resucitó a la oposición muerta el año anterior.
Luego se triunfa por un pelo en el revocatorio de 2007. En las elecciones
regionales de 2008, se obtienen ocho triunfos en los estados de mayor población
incluso la Alcaldía Metropolitana. Y en 2010 la oposición gana en votos y
pierde en curules, porque la gracia genial de 2005 permitió al chavismo reformular leyes electorales
y circuitos a su antojo.
En
2012 Capriles clava bandera en 46% frente al galáctico en pleno apogeo de su
poder y riqueza, y en 2013 arañó 50% de los votos. Este triunfo fue posible
gracias a la Unidad y su estrategia defendida contra la oposición de la
oposición, los terminator de tuiter. Conocidos como opositrolles, una cáfila
depredadora de falsa resistencia, abstencionistas, vagos, salva-tu-voto,
calle-calle-calle y demás fauna, se dedicaron a desacreditar uno por uno a
todos los que planteaban la necesidad de no distraer esfuerzos en necedades
radicaloides y concentrarlos en prepararse para las elecciones parlamentarias.
Gracias a que no les hicimos caso y los derrotamos, hoy aparece la aurora del
cambio.
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