Por Boris Muñoz
A medida que el metro se
desplazaba en dirección este-oeste, los vagones se fueron llenando con grupos
de empleados de distintas dependencias del Estado vistiendo camisas rojas y
militantes con gorras tricolor con la insignia 4-F y franelas de Chávez. La
escena producía un fuerte deja vu. En ocasiones anteriores había hecho
este mismo viaje rumbo a la avenida Bolívar para presenciar algún mitin
importante del chavismo o el cierre de alguna campaña. La última vez fue el 4
de octubre de 2012, a tres días de la última elección de Chávez. Con los
vagones y las estaciones a reventar de gente que clamaba eufórica “Viva Chávez,
corazón del pueblo”, ese día fue sin duda la apoteosis del líder de la
revolución. Pero ahora era distinto. No había en el ambiente ni la pasión ni la
devoción que despertaba el difunto presidente. Aun así la gente asistía a su
cónclave.
Un grupo de mujeres del Banco Bicentenario
hacía lo posible por no mostrar su falta de entusiasmo por el evento. Cuando se
les preguntaba cómo veían las elecciones y si apoyarían la revolución el
domingo con su voto, sin atreverse a hablar, miraban hacia arriba, fruncían el
ceño y la boca con gesto reticente, como suele hacerse en el Caribe para
expresar escepticismo o descontento. No fueron las únicas en mostrar en
entrelíneas su descontento. Poco antes de abordar el metro, tropecé en Centro
Plaza con un grupo de Seguros Federal, otra institución del gobierno. Una joven
empleada lo puso de este modo: “El resultado de las elecciones es aún incierto.
Lo que yo quiero que pase no puedo decirlo. Pero puedes interpretar mi
silencio”. Un compañero de trabajo suyo, Jonathan Pereda, mitigó su descontento
con una fórmula:
“Hay mucha gente cansada.
Todavía hay muchos chavistas, aunque no todos apoyan a Nicolás Maduro ni están
contentos con quienes nos gobiernan. Pero el 6D definirá muchas cosas, porque
si gana la oposición es mucho lo que se puede perder. Se temen las represalias
contra el chavismo. El odio de la oposición es lo que no le ha permitido
superar al chavismo hasta ahora”.
Sin embargo, al llegar a la
avenida Bolívar cualquier escepticismo o duda personal se disolvía en el
espíritu de grupo. La tarde transcurrió entre el acostumbrado ambiente de
verbena: baile, guachafita, camaradería, alcohol. Y –la última moda– drones que
sobrevolaban las cabezas de la multitud para mostrar que la revolución sigue
teniendo poder de convocatoria, apiñamiento, apretujón. Es decir que sigue
siendo un cuerpo rojo-rojito, como le gustaba proclamar al extinto comandante
Chávez.
Maduro cruzó la avenida
Bolívar para presidir la tarima donde se encontraban algunos de los candidatos
a la Asamblea Nacional. Desde una distancia cercana, veían muchos de los
rostros que ocupan el poder desde hace casi dos décadas: Darío Vivas, José
Vicente Rangel, Elías Jaua, Jacqueline Farías, Freddy Bernal, Jorge Rodríguez,
Cilia Flores y el propio Maduro, quien, alternativamente, cantaba, bailaba o
contaba anécdotas domésticas de su relación con Flores, la primera combatiente.
Nicolás Maduro y distintos
representantes del oficialismo en tarima durante el cierre de campaña del PSUV,
el jueves 3 de diciembre en la Avenida Bolívar de Caracas. Fotografía de
Verónica Aponte.
Los discursos no dejan duda de
cuál es la estrategia para traer de nuevo al redil a las ovejas remisas. El
mensaje es el más simple y trillado que se pueda imaginar: la realidad no
existe y si nos vemos forzados a reconocerla, pues nada es culpa nuestra. Todo
—el desabastecimiento, la inflación y hasta la corrupción— es culpa de la
derecha apátrida. Se trata de repetir lo mismo más allá de lo obsceno. “No nos
van a confundir. El pueblo sabe quiénes son ellos y quiénes somos nosotros.
Vamos a defender todas las reivindicaciones. Vamos a seguir defendiendo nuestra
soberanía. La ultraderecha sabe que no tiene vida con nosotros”, clamaba la
primera comandante, Cilia Flores. Y, a la par, todo se trata de ser leal a Chávez.
“Chávez vive y está aquí con nosotros. La patria no se vende, la patria se
defiende”, gritaba ya sin voz la almirante Carmen Meléndez.
En su intervención, Ernesto
Villegas trató de restarle trascendencia a los comicios parlamentarios,
argumentando que la oposición había inflado su importancia para hacerle creer
al mundo que sería la última oportunidad de la democracia en Venezuela.
Sin embargo, en más de un
sentido, el dilema planteado por Nicolás Maduro, es cierto. El domingo 6 de
diciembre cuando los venezolanos vayan a los centros de votación tendrán que
elegir entre dos modelos. Maduro bramó que los venezolanos elegirían entre el
modelo de “la patria revolucionaria, bolivariana y chavista. Y el de la
antipatria: entreguista, pitiyanqui y muy corrompido”.
Una de las asistentes al cierre del campaña del PSUV. Fotografía de Verónica Aponte.
Desafortunadamente para el
gobierno, para la gente en la calle, el verdadero dilema se plantea en otros
términos.
El miércoles dos de diciembre,
en Chacaito, durante el acto de cierre de la oposición en el municipio
Libertador abundaron expresiones de descontento que no tenían que ver con la
ideología o el partidismo que han caracterizado por mucho tiempo los bandos
políticos en Venezuela.
Renzo Yépez, quien vive en el
barrio Las Malvinas de la parroquia El Valle, una zona de clase media y media
baja en el suroeste de la ciudad, esbozó sus razones para apoyar un cambio. “En
primer lugar por la inseguridad. Segundo por el salario. Y en tercero para
darle un futuro mejor a mis hijos y a mis nietos”.
Esas mismas razones suelen
alinear a muchos de los militantes opositores en todo el país, pero también son
compartidas por muchos chavistas. De hecho, aunque no se Yépez, reconoce:
“Voté por mi comandante
Chávez. Él representaba una alternativa, pero aunque la IV República —en
referencia al periodo de la democracia representativa 1958-98— tenía muchos
problemas, en los barrios había abastos donde se conseguía todo lo que uno
buscaba. Ahora no hay ni siquiera productos básicos. Maduro desperdició el
legado de Chávez y no pensó en gente como yo. Por eso voy a votar en contra.
Tengo la esperanza que una representación opositora en la Asamblea Nacional lo
haga mejor”.
Sus palabras resuenan en las
generaciones más jóvenes, pero también entre quienes han visto sus esperanzas y
sus vidas deshacerse a causa de la violencia sin freno de las últimas décadas.
Algunos jóvenes presentes en
el cierre de campaña de la MUD en la Plaza Brión de Chacaito, en Caracas.
Fotografía de Giovanna Mascetti.
“¿Cómo puedo apoyar a este
gobierno cuando un asesino de 17 años mató a mi hijo? ¿Cómo puedo apoyar a este
gobierno si nos expropiaron el pequeño negocio de comida que teníamos en
Catia?”, se pregunta Vincenzo Ianello, un mecánico profesional de electroautos
de 63 años, residenciado en Catia. Jakelin Santana, su mujer, una chef de 54
años, está cansada de la confrontación. “He ido a la iglesia para pedirle a
Dios que nos regale progreso y unión. No podemos seguir siendo enemigos de
nosotros mismos”. Dice que su hijo Victor Santana de 32 años, asesinado hace
cuatro años, murió a manos de un “hijo de Chávez”, pues se trataba de un menor
de edad que ha vivido la mayor parte de su vida en la revolución bolivariana.
Aunque nada reparara esa pérdida, la perspectiva de un triunfo opositor parece
animarlos como una promesa de un futuro mejor.
Aunque lo expresen con
disimulo por temor a ser observados y sufrir represalias o por pudor y
verdadera lealtad, entre el chavismo militante se percibe algo semejante.
Suhey Rondón, empleada del
Instituto Postal Telegráfico, no deja ver quiebres en su identidad política.
“Hay que apoyar a la revolución. Así de sencillo”, dijo luego de asegurar que
el domingo le dará su voto a Freddy Bernal en Catia. Sin embargo, cuando le
pregunté sobre cuál sería el resultado de las elecciones, se mostró menos
determinante. “La mayoría decidirá”, dijo. Su compañero de trabajo Jonathan
Galindo, lo puso en términos aun más abstractos: “Ganará la democracia”. Luego
ambos se miraron y acordaron que sobre todo debía triunfar la paz.
Según el emperador Marco
Aurelio, perder no es otra cosa que cambiar. Es muy probable que el 6D se
demuestre que el chavismo ya no tiene una mayoría de votos en país —y casi sin
duda tampoco una mayoría parlamentaria. El candidato a diputado por el circuito
4 de Caracas, José Guerra cree que el 2016 tendrá una tónica política muy
diferente. “No hay capacidad productiva no utilizada, el precio del petróleo ha
seguido en caída y hay muy pocas reservas internacionales. Eso hará todo más
cuesta arriba. Si la oposición no ganara la mayoría parlamentaria, lo que no
aparece en ningún escenario, ganará de todas maneras la mayoría del voto
popular. El país cambiará porque se hará evidente que el chavismo ya no es
mayoría y ese será un problema mayor para el gobierno que para la oposición”,
me dijo Guerra durante el acto de cierre de su campaña.
Para sobrevivir, el chavismo
deberá obedecer a la ley del cambio y la transformación. El descontento no es
sólo un denominador común entre chavismo y oposición, sino un poderoso vaso
comunicante para trasvasar los votos de un campo hacia el otro. Aquellos que se
dicen chavistas, pero no “maduristas”, han encontrado una vacuna perfecta para
castigar al gobierno sin sentir que han traicionado a su líder. Después de
todo, como ya se ha dicho, Maduro no es Chávez.
Parte de los asistentes al
cierre de campaña de la MUD en la Plaza Brión de Chacaito, en Caracas.
Fotografía de Giovanna Mascetti.
¿Qué hará el presidente Maduro
si la mayoría de los votantes dicen que el modelo revolucionario es errado y
que tenemos que probar otro rumbo? ¿Acatará su voluntad, como le toca a un buen
gobernante, o se lanzará a la calle, como ha amenazado, con sus huestes
paramilitares para seguir sembrando el terror? Ese será uno de los
interrogantes principales que arrojará el 6D. Sin embargo, la población, más
allá de las banderas políticas, ya ha expresado que está cansada de violencia y
que quiere que triunfe la paz.
04-12-15
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