Soplan vientos de cambio |
Ysrrael Camero 01 de diciembre de 2015
Un
fantasma recorre Venezuela, la necesidad de un cambio en el rumbo, convertida
ahora en una masiva exigencia popular. Exigencia que emerge de una realidad, la
sociedad ya cambió, lo reflejan las más diversas encuestas, y las elecciones
del 6 de diciembre serán la expresión político electoral de este cambio, que
tomará los curules de la Asamblea Nacional.
Desde
los recorridos en la Isla de Margarita o en Tucupita, hasta las caminatas en la
serranía de Perijá en el Zulia, desde los predios de las ciudades de Coro y
Punto Fijo en Falcón, hasta las comunidades de Puerto Ayacucho se eleva similar
clamor. En sitios tan distintos como la urbanizada y popular Caracas y los
caseríos guariqueños se escucha la misma exigencia: ¡esto tiene que cambiar!
En las
encuestas no sólo estamos viendo el derrumbe en la popularidad del gobierno de
Nicolás Maduro, sino también la convicción creciente y mayoritaria de que su
gobierno es responsable de la crisis que cotidianamente vive la familia
venezolana. El gobierno está perdiendo las elecciones en todo el país.
Hay
también una claridad meridiana en otra convicción, la de que este gobierno es
incapaz de aprender, de enmendar las políticas y de rectificar el rumbo. Esta
pérdida de credibilidad no se limita a Maduro, sino que se extiende a toda esa
pequeña elite que lo rodea, a esa nomenklatura que se ha adueñado del Estado,
que usa el poder para enriquecerse a partir de la depauperación progresiva de
las grandes mayorías. Una nomenklatura que ha perdido conexión con las grandes
mayorías, que se encuentra aislada del padecer real de los venezolanos de a
pie.
La
destrucción de la moneda y el enriquecimiento de esta pequeña nomenklatura son
dos procesos paralelos que los sectores populares perciben con creciente
claridad. La escasez, las largas colas para adquirir escasos productos, la
expansión de una delincuencia homicida que actúa con total impunidad, todo esto
es paisaje cotidiano del venezolano.
De la
percepción del fracaso gubernamental nace también otra certeza, que comparten
los más diversos sectores y prácticamente todos los analistas, no hay
recuperación económica sin cambio político, no hay resolución de los problemas
sociales de las grandes mayorías sin que haya un cambio en el funcionamiento y
en la correlación del poder. El problema económico y social de Venezuela es un
problema fundamentalmente político porque descansa en la manera en que funciona
el poder. El modelo político dominante se articula medularmente con el modelo
económico, esa convicción impregna toda la exigencia de cambio.
Este
es el mapa de la Venezuela de 2015, mapa a partir del cual emerge esta
exigencia masiva, sólida, de cambio. La nueva Asamblea Nacional, electa el 6 de
diciembre, será expresión de esa exigencia. Una expresión distorsionada por las
condiciones electorales, por el abuso de poder y el ventajismo gubernamental,
pero mayoritaria a favor de una transformación política sustancial.
Parece
evidente que el chavismo se quedará en minoría en el nuevo Parlamento. Los
candidatos de la Mesa de Unidad Democrática están ganando, con ventaja
apreciable, en sitios que antes le eran adversos, como Puerto Cabello,
Guarenas, el sur de Valencia, en las zonas populares de Caracas, en todo el
estado Barinas. El voto que estarán recibiendo los candidatos de la MUD será
una exigencia de cambio político, para que sea posible la recuperación
económica y social.
Entonces,
la Asamblea Nacional que se instalará el 5 de enero de 2016 será depositaria de
una soberanía popular, diversa y plural. Será expresión de esta nueva
Venezuela, tan distinta a la de 2013, cuando el pueblo fue convocado por última
vez a expresarse en las urnas electorales.
He
hablado de necesidad, de exigencia, pero no aún de certeza. Este detalle es
importante, porque implica que el voto que los candidatos de la MUD recibirán,
en abrumadora mayoría, en avalancha, no será un cheque en blanco, sino una
exigencia condicionada a un desempeño. La frustración y el miedo son
sentimientos poderosos en la Venezuela de hoy, así como la desconfianza
cotidiana, y eso también tiene expresión política.
Una pequeña nomenklatura con el poder |
UNA NOMENKLATURA AISLADA Y EN DECLIVE
Así
como ha venido ocurriendo un cambio en la sociedad también el régimen ha venido
mutando. Hace tiempo que no hay democracia en Venezuela. Se han venido
reforzando todos los elementos autoritarios presentes desde su origen en el
régimen, y la mutación no ha terminado.
Por
eso es tan importante la elección del 6 de diciembre, podría ser el punto de
inflexión de una de dos transiciones posibles, aquella que nos llevaría a un
régimen abiertamente autoritario o aquella que nos puede conducir a un nuevo
régimen democrático.
Ante
la pérdida del apoyo popular la desesperación de la pequeña nomenklatura
gubernamental se ha desbordado. La violencia política contra los candidatos de
la alternativa democrática ha vuelto a hacer su aparición. Ataques en Petare
contra las movilizaciones de Pizarro, en Yare contra Capriles, en Caricuao, en
Guayana, finalizando trágicamente con el asesinato de Luis Manuel Díaz en
Altagracia de Orituco durante un mitin de Lilian Tintori. Parece que estamos en
presencia de una escalada impulsada desde las altas esferas del poder que
controla la nomenklatura. Pura desesperación con el objetivo de atemorizar a un
electorado cansado y molesto.
La
táctica oficialista de la violencia política no es nueva. Desde la aparición
del chavismo en el escenario político venezolano, el 4 de febrero de 1992, ha
sido la violencia política una seña identitaria de su accionar. Su discurso,
político e histórico, desarrolla grandes apologías a la violencia,
reivindicando la guerrilla de los años sesenta y los golpes de Estado de 1992.
Ha empleado, desde 1998, la violencia política como herramienta recurrente, no
podemos olvidar “la esquina caliente”, el bloqueo violento a los parlamentarios
en el Congreso en 1999, la acción de los “círculos bolivarianos” hasta llegar a
la violenta presencia de los “colectivos”.
El
empleo de esta táctica en 2015 tiene sabor a derrota para el oficialismo. Se
trasluce desesperación. Apelar también al chantaje clientelar, a la presión
criminal contra los ciudadanos que decidieron apostar al cambio, refleja el
agotamiento de una antigua pasión.
Pero
no será la última carta que el poder jugará. Hasta el último día intentarán
escamotear el proceso de cambio y arrebatar la victoria a las fuerzas
democráticas. Hay circuitos claves para que el triunfo democrático sea posible,
allí las fuerzas del continuismo intentarán presionar el día de los comicios.
La Mesa de Unidad Democrática se ha fortalecido organizativa y políticamente
para responder a esa coyuntura. La comunidad internacional está atenta a lo que
ocurra el día de las elecciones.
Si
sabemos actuar con firmeza democrática las fuerzas reaccionarias del
conservadurismo gubernamental no podrán impedir la victoria de los candidatos
de la MUD en la gran mayoría de los circuitos de Venezuela. El cambio se abrirá
paso, y entonces se presentará una encrucijada clave.
El 5 de enero de 2016 una nueva Asanblea Nacional |
LA
ENCRUCIJADA DEL 2016
En la
construcción colectiva de un cambio político democratizador una victoria
electoral de la oposición que se convierta en una Asamblea Nacional con mayoría
democrática representaría el inicio de una transformación en la correlación
institucional del poder, pero no necesariamente en su funcionamiento.
Frente
a una Asamblea Nacional de mayoría democrática nos encontraríamos con otros
cuatro poderes tomados por quienes están comprometidos con la continuidad del
proceso de autocratización. Un escenario de cerco pretendería convertir una
victoria electoral de los demócratas en una nueva frustración. El conflicto
institucional se encontraría a la orden del día.
Es
imperativo reclamar la nueva legitimidad popular ganada por la Asamblea
Nacional, como representación plural de una nueva Venezuela, la que exige y
construirá un cambio democrático, frente a la pequeña nomenklatura que se
atrinchera menguada en el poder.
El
gobierno jugará a dividir a la oposición a través del juego “del palo y la
zanahoria”, por un lado amenazará con la violencia política, con la represión,
con el abuso institucional, mientras que por el otro deslizará la zanahoria de
la cohabitación. Esta última constituye una trampa-jaula tremendamente
peligrosa que podría dar al traste con las posibilidades de una transición a la
democracia.
Legislar,
controlar al poder y ser foro político de la Nación venezolana son las
funciones de la Asamblea Nacional. Partiendo de un resultado electoral positivo
para la MUD se abren varias opciones de acción política dentro de este espacio.
Vamos a repasar algunas:
La
ruptura inmediata:
Los
sectores más radicales podrían hacer una lectura del hecho político de la
victoria electoral opositora como un plebiscito sobre el gobierno de Nicolás
Maduro. Partiendo de allí podrían pensar en impulsar la renuncia inmediata del
Presidente. Es posible que pretendan impulsar esa agenda desde el 7 de
diciembre, pero las resistencias institucionales serían inmensas, y el cambio
no tendría capacidad de asentarse efectivamente. Es muy poco probable que
prospere y esta vía de acción podría derivar en una nueva ola de frustraciones.
La
leal oposición institucionalizante:
Una
parte de la oposición en la AN podría pretender contener su acción al escenario
institucional parlamentario, apaciguando la movilización social, que verían
como amenaza y no como oportunidad. Evitarían la confrontación política directa
esperando que la incapacidad gubernamental y la crisis se vayan llevando al
gobierno, elección tras elección. Centrarían su acción política en la
capitalización electoral de la crisis socioeconómica, enfocándose en la
realización de las elecciones de 2016 y 2018.
Esta
es una ruta tentadora para la “política cortesana” moderada, desconfiada ante
la movilización de masas y la protesta, dada para la construcción de acuerdos
entre pocos. Esta línea de acción parte de algunas premisas, la primera es que
el régimen no puede prescindir de la realización de elecciones competitivas, la
segunda es que la crisis socioeconómica seguirá hundiendo al gobierno de
Maduro, la tercera es que la moderación política hace posible tender puentes
con sectores del régimen dispuestos a transitar a un esquema de alternabilidad
política y progresiva constitucionalización e institucionalización del
ejercicio del poder.
Esta
convivencia institucional genera un área de confort para la política
tradicional, un espacio para la construcción de consensos entre sectores del
Estado y la oposición, para alianzas coyunturales en torno a hechos puntuales,
siempre y cuando no comprometan el funcionamiento medular del poder.
Hay un
error fundamental en esta línea de conducta, que deriva de dos limitaciones,
primero, de un diagnóstico equivocado de las características del régimen
político, según el cual estamos simplemente en un gobierno ineficiente y
corrupto pero con un régimen susceptible a la democratización, maleable al
cambio institucional, y segundo, de las inseguridades respecto a las
capacidades de las fuerzas democráticas, “hasta acá podemos llegar, no podemos
hacer más nada”.
Convertirse
en la leal oposición es una peligrosa tentación, que podría abrir paso a
escenarios de cohabitación y a episodios de cooptación. Apaciguar la protesta
social y la movilización sería el error central de esta postura, porque
permitiría el aislamiento de la Asamblea Nacional por los otros cuatro poderes,
bloqueando la posibilidad de dar una respuesta política efectiva a la
autocratización del sistema. Así, la AN sería un escenario estéril para
impulsar la democratización.
El
ariete democratizador:
En
este escenario la nueva mayoría democrática convierte a la Asamblea Nacional en
la vanguardia de un amplio movimiento social democratizador del régimen
político, tomaría la decisión de impulsar la movilización, de acompañar
efectivamente la protesta social, visibilizándola, articulándola con
iniciativas parlamentarias, denunciando la represión, protegiendo a los líderes
sociales.
El
Parlamento sería un ariete contra el sistema autoritario para impulsar cambios
en el funcionamiento y en la correlación de poder, dentro y fuera de las
instituciones, en una agenda de transición a la democracia.
En
este escenario es más difícil para el régimen establecer un cerco alrededor de
la AN ya que la mayoría democrática actuaría como vocera de fuerzas sociales
movilizadas que respaldan el proceso de cambio.
La
Asamblea Nacional se convertiría efectivamente en el foro político de la
Nación, en el espacio para la construcción de grandes acuerdos sociales
conectados con una agenda de democratización. Con iniciativa política y
movilización social hay más posibilidades que el bloque de poder autoritario se
rompa internamente, de ese quiebre pueden desprenderse sectores enteros
dispuestos a sumarse en el tránsito hacia una democracia. El aislamiento
gubernamental sería mayor y las posibilidades de cambio político se
incrementarían. La ruptura democratizante se abriría paso, dejando atrás al
gobierno y poniendo en jaque a las fuerzas autoritarias ante un nuevo bloque
político y social: una alianza democrática con presencia institucional
unificada y con movilización social orgánicamente implantada en puntos neurálgicos
de las redes que conforman la nación venezolana.
REFLEXIONES FINALES:
La
democratización no se dará sin resistencia, y ésta no podrá vencerse sin
movilización. Para que podamos transitar a la democracia se requiere que todas
nuestras acciones políticas amplíen y consoliden la alianza social que sostiene
la agenda del cambio y la democratización. Eso implica claridad unitaria en el
diagnóstico, una estrategia unitaria en ejecución y un conjunto de acciones
tácticas que converjan hacia el mismo objetivo.
Lo
primero es terminar de asimilar que en Venezuela no vivimos en un régimen
político democrático, sino en un autoritarismo competitivo en progresivo
deslizamiento autocratizante. Es importante ser consciente de este proceso de
degeneración del régimen político venezolano que refuerza en cada momento sus
características autoritarias y se hace menos competitivo.
Hay
quienes creen, desde su buena fe, que la transición a la democracia en
Venezuela es solo cuestión de tiempo, y que se dará dentro de una dinámica
legal-institucional, que puede ser seguida de elección en elección, hasta que
los autoritarios se retiren del poder y los demócratas terminen de alcanzarlo.
Lamentablemente
este tipo de regímenes no se comporta así. Si no se le opone una fuerte
resistencia, si no se moviliza a los sectores comprometidos con el cambio
democratizante la naturaleza del régimen se impone, deviniendo en un cerrado
autoritarismo. No debemos perder eso de vista.
¿Qué
tiene que ver este diagnóstico con el rol de la nueva Asamblea Nacional? Mucho,
casi todo, por no decir todo, si tenemos claro que el objetivo de la Mesa de
Unidad Democrática es conducir a Venezuela a un sistema democrático. Si
partimos de este diagnóstico nuestra labor implica tres procesos, primero,
detener el deslizamiento autoritario del régimen, segundo, revertir
políticamente la autocratización del sistema y tercero, impulsar cambios que
impulsen la democratización, la transición a la democracia.
Este
es el rol histórico que las fuerzas democráticas tienen en la Asamblea Nacional,
y cada uno de estos procesos enfrentará grandes resistencias institucionales,
sociales y políticas. Inevitablemente el 2016 será un escenario de agudización
de la crisis económica y social.
Hay
tres funciones centrales en una Asamblea Nacional, legislar, controlar al poder
y ser foro político de los problemas de los venezolanos. Ante las críticas
condiciones de la sociedad venezolana esta última función ha de colocarse en el
centro del discurso político, ser caja de resonancia de los problemas de los
venezolanos, accionar para su resolución para ser el principal impulsor del
cambio político en Venezuela. Por ende:
·
Debe propiciarse la ampliación y consolidación
de las alianzas sociales que propicien el cambio político democrático. La
Asamblea Nacional debe movilizar sus recursos para ampliar y fortalecer dicha
alianza.
·
La Asamblea Nacional ha de ser el espacio
privilegiado para el diálogo político y la negociación, en la búsqueda de un
cambio pacífico hacia la democracia. Se debe restablecer el diálogo en la
Asamblea Nacional con miras a construir el cambio.
·
Es imperativo que la Asamblea Nacional tenga
una fuerte iniciativa política.
·
Hay que propiciar el cambio en los poderes
públicos para restablecer su autonomía e independencia.
·
Hay que realizar gestos claros de ruptura
política que mantengan la movilización para presionar mayores cambios en el
funcionamiento del poder.
Si
desde la Asamblea Nacional una nueva mayoría impulsa la democratización, la
confrontación política, la movilización, podría conducir a Venezuela a la
democracia. Eso no está asegurado, es una decisión, y el mes que transcurrirá
entre las elecciones del 6 de diciembre de 2015 y la instalación del nuevo
Parlamento el 5 de enero de 2016 será el período clave para ajustar el rumbo.
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