Por Laureano Márquez
La próxima mayoría de la
Asamblea Nacional que ya nadie duda se va a constituir a partir del
próximo domingo, tiene una de las tareas más difíciles que congreso alguno ha
tenido en nuestra historia: administrar la esperanza del alma nacional de que
es posible constituir un país en el cual el que pierde no lo ha perdido todo y
el que gana no es el amo y señor de nuestro destino. Venezuela reclama dialogo,
proyectos, paz. El país necesita resolver problemas. Venezuela tiene que ser un
país vivible donde podamos volver a tener la sensación de que nuestros hijos
pueden alcanzar mejor vida de la que tuvimos nosotros, no solo en
bienestar económico, sino también político y espiritual.
Es importante que en las
primeras de cambio la Asamblea dé la señal de que aquí no se ha venido a
destruir a nadie, porque el miedo es la única cosa democrática que nos va
quedando: no solo tiene miedo quien es víctima de los abusos del poder, sino
también quien lo produce. Y si a este último se le instala en la cabeza la idea
de que lo que vienen a hacerle a él es lo mismo que él ha hecho en los últimos
años, se va a poner belicoso, porque él en la intimidad de su consciencia sabe
muy bien las ruindades que ha hecho, amparado en un discurso que pregona
exactamente lo opuesto de sus acciones y no las quiere para sí.
Creo que se requieren tiempos
de “calma y cordura”, como diría Don Eleazar, de dialogo y reconstrucción pactada.
Aliviar las cargas del que se hunde, porque como nos enseñó el Titanic, los
hundimientos no son buenos, aunque vayas en primera clase. Es tiempo de
malabaristas y equilibristas, de los artistas de la política, de los héroes de
la retirada. Lo que viene es una época nueva que requiere de una actitud nueva.
Desde la misma noche del 6, señores políticos. Muy atentos a como asumen todo,
a como lo administran, a que sentimientos se exaltan y cuales se
aplacan. No es venganza lo que busca la sociedad venezolana, es una alianza
para el progreso, con perdón de la mala palabra. Después de todo, ser líder es
solo trazar caminos razonables de esperanza común.
El año que viene, según todos
los que saben, será el año de la debacle económica, eso es lo primerito que hay
que atender. Para ello también los amos del poder tendrán que oír, negociar y
transigir. Es un “dando y dando”, es un “ven acá que te explico”, un “cómo te
digo lo uno te digo lo otro”, un “sin que me quede nada por dentro” con el que
tanto sabemos lidiar los venezolanos. Si desde las cúpulas no entienden y
procesan lo que les va a suceder, si no abren el camino de una transformación y
transición, si no entienden que ante una derrota no se puede “gobernar con el
pueblo” porque precisamente el pueblo fue el que habló, entonces apaga la luz y
vámonos, como diría Fausto Masó
Debo reconocer que en estas
reflexiones están marcadas por mi cercanía a Luis Vicente León, a quien respeto
y admiro –¡sí, yo también me vendí!-. En “yo tuve TV”, él finalizaba diciendo
que lo contrario al miedo no es la valentía irresponsable del temerario,
sino la esperanza del sensato que proviene de quien hace lo correcto. Los
venezolanos de hoy no podemos pensar en otra cosa que en el futuro, en lo que
nos viene y eso nos angustia. En estos días de adviento una profecía de Isaías
nos llegaba como pedrada en ojo de boticario: “Aquel día, brotará un renuevo
del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el
espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y
valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor”
Ojalá ese día comience el 6 de
diciembre y desde la noche de ese día espíritu del que habla el
profeta se apodere de todos nosotros, para bien de Venezuela. Todos
tenemos mucho miedo, todos necesitamos esperanza.
04-12-15
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