Por: Daniel Rojas
Son tres días que ningún
venezolano debe olvidar, menos quien estaba en el litoral cuando la fuerza de
la naturaleza arrasó con poblados y segó la vida de miles de personas
Fue en el año 2001 cuando
Erwinson Mota retornó a la tierra que lo vio nacer. Después de dos años, dejó
el refugio que habitó con sus familiares en el estado Portuguesa y decidió
reencontrarse con su pasado inmediato: volvió a Carmen de Uria, el pueblo
que durante la tragedia de Vargas, ocurrida en diciembre de 1999, quedó borrado
del mapa.
Han pasado tan solo 16 años de
esos días y su memoria se mantiene intacta, así como erizada su piel al
recordar cómo 12 de sus parientes más cercanos desaparecieron cuando el río
embravecido se los llevó, para siempre. Nunca consiguió sus
cuerpos y, desde ese momento, cada lluvia lo lleva a ese recuerdo y el
inmenso dolor que viene con éste.
“Perdí a mi abuela Gregoria
Salinas, mi tía Camila, tías Inés, tía Teresa, tía Griselia, mi tío Guillermo,
y sobrinitos y primitos. Los cuerpos de los vecinos que quedaron tapizados
sí se consiguieron, pero los que se llevó el río no. No conseguí nunca a mis
familiares”, relató quien solía ser el vigilante de la Escuela Carmen de Uria.
Él logró salvarse, pues corrió
sin mirar hacia atrás y, haciendo caso omiso al estruendo que brotaba desde las
entrañas de la tierra, se resguardó en una venta de pescados.
“Ahí estuvimos desde la mañana
hasta la tardecita. El deslave empezó desde las 4:00 de la mañana y el río
comenzó a crecer a esa hora. Todo esto se lo llevó desde las 9:30 a 10:00 de la
mañana. De allí nos fuimos al Tigrillo y nos sacaron en helicóptero. A los dos
días pudimos regresar y conseguimos cadáveres por todas partes”, rememoró.
“A mis familiares los conseguí
buscando en varias partes de Caracas, en el Poliedro. En La Gran Colombia
conseguí a mi mamá, a mi papá y a mi abuela, y a otros en El Valle”, puntualizó
Mota, quien ahora se dedica a la construcción.
El recuerdo latente
Carmen de Uria, pueblo que se
emplazaba en un estrecho valle con salida al mar Caribe, fue declarado
camposanto luego de que aproximadamente 800 de sus habitantes murieran
trágicamente tras esa erupción fluvial provocada por las incesantes lluvias
de los días 15, 16 y 17 de diciembre de 1999.
Las zonas más afectadas por
ese desastre natural fueron las costas de los estados Vargas, Miranda y Falcón.
Producto de ello,miles de personas fueron desplazadas y pueblos enteros
quedaron devastados, así como universidades, grandes hoteles, clubes,
importantes comunidades y vialidad.
Pero Carmen de Uria se niega a
desaparecer y hoy se alza triste y digna entre la polvareda, el sol fulgurante,
la melancolía de sus piedras, las ruinas de sus viviendas, las cabillas que
ahora cualquier persona roba y que sirvieron de soporte para las casas, la
iglesia desprovista de gran parte del techo, el botadero de basura en el
que han convertido al pueblo y la poca gente aferrada a continuar allí, aunque
la montaña trasera y los alrededores sean el recuerdo viviente de la
devastación sufrida.
Entre el recuerdo y la desidia
Cuando el equipo de
Contrapunto llegó a Carmen de Uria, el señor Erwinson Mota pintaba de
blanco algunas piedras decorativas dispuestas a las afueras de la Iglesia de
Carmen de Uria, o lo que quedó de ella.
Hoy, 16 de diciembre, se
oficia la misa anual con la que los sobrevivientes y demás varguenses recuerdan
a sus muertos y piden a la Virgen de Fátima que interceda para que el
gobierno regional cumpla con la promesa de restaurar el templo religioso y
convertir al destrozado pueblo en un parque recreacional conmemorativo, tal
como lo ordenó, en 2005, el fallecido presidente Hugo Chávez.
“El mismo gobernador (Jorge
Luis García Carneiro) vino para acá y propuso un proyecto, pero eso quedó en
veremos”, recordó Mota, mientras señala que justo detrás de donde conversamos
se erguía su casa, donde perdió a sus 12 familiares. La vivienda estaba ubicada
frente a la iglesia.
Él y quienes se mantienen
fieles al recuerdo de Carmen de Uria reclaman a las autoridades haberlos
olvidado, por eso con recursos propios pintan paredes del templo, barren, ponen
flores y organizan todo para la homilía.
También limpian la imagen del
inmenso Jesucristo de yeso que siempre se ha mantenido impávido en la iglesia.
Y es que durante el deslave, la mitad del templo quedó anegado y la
estatua católica solo perdió el brazo derecho.
“Nunca hemos querido
arreglarla porque esto queda como un recuerdo de lo que nos pasó. Dios nos
ayudó ese día para que el río dejara de destruir nuestro estado”, dijo Mota.
El Corazón de Uria aún Palpita
Julio Díaz, a raíz de la
tragedia que también lo enlutó a él con la pérdida física de cinco familiares
suyos, creó el grupo El Corazón de Uria aún Palpita y desde entonces se ha
dedicado a tratar de conservar la memoria colectiva para que Carmen de Uria no
quede en el olvido.
“Cuando se cumplieron los 10
años de la tragedia el gobernador vino y entró en la iglesia, estuvo un rato
sentado, después salió, y esto me da rabia porque uno se siente engañado,
porque dijo que acá se respiraba una paz grandiosa y que ayudaría a restaurar
la iglesia y la casa parroquial, pero no pasó nada”, afirma con pesar.
Sin embargo, sin la
colaboración gubernamental, los varguenses conmemorarán el décimo sexto
aniversario de estos tres días que cambiaron sus vidas.
Carmen de Uria fue famoso por
sus heladitos de vaso con los más diversos sabores, por los pozos en la montaña
y las olas para los surfistas. Hoy da cobijo a muy pocas familias, a una
fábrica de lanchas, un depósito de vehículos destartalados y un botadero de
escombros.
Hacia ese lugar, ahora
inmundo, mira y señala Julio Díaz. “¿Usted ve esa mata grande que se ve allá,
detrás del basurero? Esa era mi casa, teníamos mamones y una mata de mangas,
eran sabrosísimos. De eso no quedó nada, nos quitaron todo, ni siquiera
tengo título de propiedad”, lamenta el lugareño, ahora errante entre Naiguatá y
Barquisimeto, estado Lara, donde compró un terreno y construyó su casa.
“De Uria se acuerdan para
botar escombros o poner estacionamientos de chatarra, pero nunca para hacer un
homenaje a los sobrevivientes", manifiesta Díaz.
Esos sobrevivientes son los
que se rehusan a irse, o son los que regresan mirando entre los escombros
esperando encontrar a sus muertos. Esos sobrevivientes son los que miran a los
visitantes con los ojos apagados por lo inolvidable y son los mismos que aún,
cuando miran esa inmensa montaña en lontananza, se estremecen al recordar
que la furia del agua que brotó por debajo de la tierra les cambió la vida para
siempre.
16-12-15
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