Fernando Mires 16 de enero de 2016
No hay palabra que haya sido más
usada en la actual política latinoamericana de un modo tan indiscriminado, y
sobre todo tan repetitivo, como la palabra neoliberalismo. Tanto que a veces se
tiene la inevitable impresión de que sólo es utilizada como medio retórico para
descalificar opiniones divergentes.
Basta que alguien se atreva a
criticar a algún representante de las ideologías estatistas, para ser
calificado de inmediato como neo-liberal.
O basta que un gobierno implemente
cualquier recorte de presupuesto, cualquiera medida antinflacionaria,
cualquiera reduccion de empleos improductivos, cualquier traslado de recursos
financieros del área estatal al áea privada, para que reciba de inmediato el
calificativo de neoliberal por sus enemigos. Como si el neoliberalismo, en
lugar de ser una ideología fuera un estigma.
En gran medida, los llamados
anti-neo-liberales, recurren a la palabra neoliberalismo de un modo muy
parecido a los estalinistas cuando recurrían al concepto de burguesía. Todo
aquello que discrepaba respecto al último informe de la URSS, era calificado
por los comunistas de ayer como una representación de la ideología burguesa.
Lo dicho contrasta con el hecho
objetivo de que de los muchos ideólogos que se denominan anti-neo- liberales,
ninguno ha hecho jamás una crítica seria al llamado neo liberalismo.
¿Pero qué es el neoliberalismo? En
primer lugar, hay que decir que el neoliberalismo no es un cuerpo doctrinario
homogéneo, sino un conjunto de diversas teorías económicas, muchas veces
divergentes entre sí. Unas, como las de Friedrich Hayek, Ludwig von Mieses,
Carl Menger, se refieren fundamentalmente al significado del Estado en la
economía. Las escuelas de Fribourg y Münich (Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow),
ponen el acento en la generación de los precios y de las ganancias, hasta
llegar al monetarismo norteamericano de Milton Friedmann, quien ha propuesto
controlar el área de la producción mediante el manejo de los mecanismos de la
circulación de capital.
Así como las teorías económicas de
Ricardo, Smith y Marx son hijas de la máquina a vapor, las llamadas teorías
neoliberales de nuestro tiempo son hijas de la
robotización, de la computación, y de la digitalización.
En gran medida se trata de teorías
macroeconómicas reactivas, es decir, de teorías que han surgido como respuesta
teórica frente a transformaciones que han tenido lugar en los procesos de
producción contemporáneos. Procesos que han incorporado una tecnología
extremadamente ahorrativa de fuerza de trabajo, hasta el punto que ha tenido
lugar -voy a utilizar por un momento la propia terminología marxista- una
alteración de las relaciones entre capital variable y constante donde el factor
trabajo propiamente tal se ha convertido en un agregado secundario y no
esencial, como ocurría durante el periodo basado en la producción industrial
clásica. O para seguir expresándome en jerga marxista: En virtud del
desarrollo (cualitativo más que
cuantitativo) de las fuerzas productivas han tenido lugar modificaciones
radicales al interior de la composición orgánica del capital.
Ahora bien, el uso y abuso indebido
del concepto de neoliberalismo, que tanto caracteriza a las elites
“izquierdistas” latinoamericanas -pensamiento que trabaja todavía con las
categorías propias a la era de la máquina a vapor- no concuerda en modo alguno
con la presencia real de los llamados neoliberales en la gestión económica de
los diversos gobiernos.
Quien no me crea, pido que se tome la
molestia de analizar el currículum de los ministros de finanzas y economía del
continente. No hay casi ninguno, quizás ninguno, que pueda ser calificado como
neo-liberal. Véanse también los nombres de los principales profesores de
economía en las universidades latinoamericanas. Los así llamados neoliberales,
en el sentido verdadero y no ideológico del término, constituyen una minoría
absoluta. Analícense las publicaciones de instituciones académicas, económicas
y sociológicas. Casi lo único que es posible encontrar en ellas son enconados
ataques al neoliberalismo pero, cosa muy curiosa y sintomática, sin nombrar
jamás a un solo neoliberal, como si el neo neoliberalismo no fuesen los
neoliberales sino un espíritu maligno que recorre el mundo y que de pronto se
apodera de los seres humanos.
En sentido estricto, la contrapartida
del liberalismo o del neoliberalismo es el keynesianismo. Los ideólogos del
anti-neoliberalismo no se declaran, sin embargo, keynesianos. Ellos se declaran
socialistas, y socialistas para ellos significa lo que siempre ha significado
para todas las doctrinas antidemocráticas de todos los tiempos: el estatismo.
El socialismo ha sido y es una
ideología del estatismo político. Si bien no todo estatismo es socialismo, todo
socialismo es estatista. Por eso no ha de sorprender que donde más uso y abuso
obtiene la palabra neoliberalismo es en aquellas naciones en donde desde los
respectivos gobiernos se incuban proyectos autocráticos e incluso
dictatoriales.
La verdad es que la contradicción
entre neo liberalismo y socialismo no existe. Es una simple invención del
estatismo antidemocrático de nuestro tiempo cuyo objetivo no es otro si no la
apropiación del Estado a través de la alianza entre determinadas elites
para-estatales y el populismo de masas.
El neoliberalismo, independientemente
a su existencia real, cumple la función de operar como el polo ideológico
negativo que requiere el estatismo para afirmarse a sí mismo. La verdadera
contradicción, si elevamos el tema al plano político, es la contradicción de
siempre, la misma que ha recorrido a las naciones latinoamericanas desde los
momentos de su propia fundación hasta ahora.
Esa es la contradicción entre
democracia y dictadura.
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