Por Ramón Hernández
No es difícil calcular cuánto
tiempo hace que mi ex amigo el cronista no repasa los manualitos de Marta
Harnecker y Gabriela Uribe que le aclararon los puntos y las íes en los pocos
debates en los que participó como estudiante universitario; muchos de los
cuales, para eludir trompicones, resolvía con una salida graciosa de las muchas
que tenía por ser oriental, anzoatiguense, por más señas. Con la carcajada de
la concurrencia sus carencias ideológicas eran olvidadas y su sobrevivencia
como dirigente estudiantil quedaba garantizada.
Sin necesidad de ejercer la
profesión adquirida, y valido del respaldo de antiguos adversarios, ni respingó
cuando le tocó compartir cátedras, posiciones y las alcahueterías contra las
que tanto arengó desde su pupitre de estudiante. En la cátedra era el dueño del
conocimiento y los estudiantes de la ignorancia, y encontró maneras de que fuese
duradero: jaló, ascendió, jaló más y se alió con quien le garantizó seguir
subiendo, en prestigio o en compasión, porque también la hubo “por su
debilidad”.
El ascenso fue emparejado con
premios de concursos en los que pocos participaban, siempre era mejor para los
patrocinantes que se lo ganara alguien que declararlo desierto. Ya no hizo
falta Marx, apenas quedó reducido a una que otra cita nunca confirmada, ni el
cuadernito de la editorial Quimantú.
Aclimatado en el mundo
académico, su nombre apareció siempre entre los abajo firmantes y exigiendo
mejores salarios. Quien ahora figura entre sus mejores amigos era su peor
enemigo en los buenos tiempos de la bohemia. Ahora dicen que eran meras
inconsistencias gramaticales, pero le abrió un expediente porque el alcohol lo
entretenía fuera de la cátedra, y si en clase hablaba de lo que había aprendido
de Federico Álvarez no aguantaba la sed, el cuerpo se le hacía un puercoespín y
se caía en un vacío cuando trataba de memorizar a Héctor Mujica y su imperio de
la noticia.
No tenía tiempo para leer a
Marx, mucho menos a Manuel Scorza ni a Borges. Una vez en el callejón de la
puñalada dijo con petulancia de borracho que cuando tuviera ganas de leer un
buen libro lo escribiría. Al rato soltó una carcajada. Ahora es diputado
reelecto, por su estado natal, y con los ojos desorbitados, sin asimilar la
derrota de su pandilla política, se atreve a decir que aunque el pueblo se
equivocó, la actividad de la nueva Asamblea Nacional no será obstaculizada,
pero llama a combatir de todas las maneras. Se amarran locos y se cobra el
sábado. Vendo ejemplar de Cucurulo y otro de El Bola.
02-01-16
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