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domingo, 3 de enero de 2016

En la cola del pernil por @miropopiceditor


Por Miro Popic


La lucha por el pernil se ha vuelto tan feroz como la cacería de votos de la clase gobernante ante la escasez anunciada y denunciada que mostrarán el próximo domingo.

Simplemente la adorada pierna de cochino no aparece por ninguna parte, mucho menos a precio regulado. Pocas piezas son tan buscadas, preciadas y apetecidas como las extremidades traseras del animal más parecido a los hombres, animal perseguido, injustamente acusado, vilipendiado y humillado, sin el cual la mayoría de los humanos, a excepción de musulmanes y judíos, no podemos vivir sin ellos.


En el mundo campesino antiguo se decía que quien posea un cerdo nunca será pobre. Ahora los pobres recurren al tradicional cochinito navideño convertido en alcancía para poder redondearse el salario básico triturado por la inflación bolivariana.

No es más que la válvula que todo sistema simbólico necesita para transgredirse a sí mismo.

Para mí, de todas las carnes, la de cerdo es la más exquisita. Así lo comentamos en casa cada vez que nos toca hornear su delicada naturaleza, donde a las primeras emanaciones de su bronceado sacrificial, las papilas gustativas se disparan a millón y el estómago se prepara para recibir la más sabrosa recompensa que a los hombres dieron los dioses.

¿Por qué nos gusta tanto la carne de cerdo? Voy a ir directo al hueso con la respuesta: porque es la que más se parece a la carne humana.

PLATO ÚNICO 

La proximidad biológica entre el cerdo y el hombre es una de las razones que exprimen ciertos antropólogos para explicar los tabúes que rodean el consumo de su carne.

El historiador francés Michel Pastoureau, en su ensayo Le Cochon (Gallimard, París 2009), dice que "este parentesco, conocido ya por las sociedades antiguas, ayuda a comprender mejor no sólo los tabúes, sino también el simbolismo tremendamente ambivalente de este animal, formado a la vez por la atracción y el rechazo".

La mitología griega, rica en imágenes argumentales, narra como los compañeros de Ulises fueron convertidos en cerdos tras la derrota de Troya, mientras él pudo salvarse gracias a una hierba protectora que le proporcionó el dios Hermes y así, luego de empatarse con Circes, logra que vuelvan nuevamente a su naturaleza humana.

Desde la época griega y hasta con el propio Aristóteles se estimó al cerdo como el animal más cercano a los hombres, cuya cercanía biológica confirmaría luego la ciencia. Durante siglos se utilizó su cuerpo para estudiar la anatomía humana y en la Edad Media las escuelas de medicina practicaban anatomía deshuesando chuletas y perniles, ante las prohibiciones eclesiásticas que impedían descuartizar el cuerpo humano después de la muerte. Somos, pues, primos hermanos.

Pero la tesis más audaz adelantada por algunos antropólogos plantea que la carne de cerdo tiene el mismo sabor de la carne humana, lo que nos convierte casi en caníbales cada vez que pedimos un sándwich de pernil en cualquier arepera o encrucijada o una rodilla de cochino en la Colonia Tovar.

Los romanos consideraban la carne de cerdo como la más sabrosa de todas las carnes porque, como lo escribió el historiador Plinio el Viejo en su Historia Natural, "presenta cincuenta sabores diferentes mientras los demás animales solo tienen uno". La carne de cerdo es la más blanca de todos los cuadrúpedos que consumimos y su color viene dado por la baja cantidad de mioglobina que contiene en su estructura, con una rica gama de sabores y texturas, baja en grasas saturadas, y con una terneza que nace en el tamaño pequeño del animal y el poco ejercicio que hace comparado con la musculatura del ganado bovino, lo que representa menor proporción de fibras musculares rojas. Como omnívoro insaciable que es, el cerdo arrasa con todo lo que pueda comer y es capaz de crecer rápidamente hasta llegar en pocas semanas a una edad de sacrificio que más que en tiempo se mide en kilos antes de ir al matadero, cuando el tejido conjuntivo es más soluble.

Numerosos estudios confirman que el cerdo es el más inteligente de todos los animales de la granja (no olviden que es él quien encabeza la rebelión contada por George Orwell) y, según Pastoureau, es "capaz de mostrar afecto y emoción, de manifestar sus alegrías y sus miedos, el cerdo se comporta a menudo como un ser humano". Lo cual no excluye que muchos humanos se comporten como cerdos.

02-01-16




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