Por Gregorio Salazar
Ya es demasiado evidente cómo
para la cúpula en el poder aquel librito azul con el escudo nacional en la
portada que el comandante esgrimía ufano en cada alocución televisiva ha dejado
de ser aquel compendio amable, en cuyo articulado decían basar todas sus
ejecutorias, para convertírsele letra a letra, palabra por palabra, en un
verdadero estorbo, un insoportable suplicio.
Y no es que no sigan aludiendo
a la ley de leyes de la República para justificar las tropelías chicas,
medianas o descomunales como las que han intentado para desconocer la nueva
Asamblea Nacional, sino que al adentrarse en su contenido para vulnerarlo
parecen un extraviado desnudo, cansado y sediento, tratando de avanzar
por un bosque de zarzas y choca con el tupido ramaje que le traba el paso
y lo desgarra con sus espinas.
Es triste y patético a
la vez. Si tratan de desproclamar a los diputados de Amazonas se le
encajan como aguijones los artículos 5 y 200. Uno le dice que la soberanía
popular reside intransferiblemente en el pueblo, que la ejerce mediante el
sufragio, y el otro lo punza al recordarle que los diputados gozan de inmunidad
desde su proclamación.
Los araña y les cierra el paso
esa intricada red de disposiciones, como la que le otorga la autonomía del
parlamento para calificar a sus miembros, dictar decretos de amnistía, aprobar
su presupuesto y hasta ese afilado espino del 48 de la Carta Magna que hace
inconstitucional las intervenciones telefónicas no autorizadas, como la hechas
para presentarlas como pretendidas pruebas que invaliden la votación de
Amazonas.
Está claro que para pasar por
encima de esa fronda de prohibiciones la cúpula roja cuentan con un gran
podador que viene a ser el Tribunal Supremo de Justicia, tan enmarañado como
ella y su compañero de viaje en la ruta del creciente desprestigio popular por
la cual evidentemente transitan ambos. No dudamos que la mayoría democrática de
la AN saldrá airosa frente a esos despropósitos.
Pero mientras esa confrontación,
para muchos previsible e ineludible para la unidad opositora, copa los
titulares, el drama social presagiando hambruna crece con los días.
Por todas partes llegan los conmovedores testimonios de las angustias que viven
los padres de familia para proveer del sustento a sus hijos. Del trabajador que
apenas puede llevar en su vianda un poco de arroz con mantequilla o del que
simplemente pierde una jornada de trabajo porque no puede ni quiere cumplirla
con el estómago vacío. Del que camina kilómetros de madrugada para colocarse en
una cola, de la cual saldrá cuatro o cinco horas después llevando tristemente
un kilo de arroz o de harina de maíz o del que se arroja al piso a llorar
cuando luego de horas de cola se acaban los productos regulados.
Maduro, el mismo del “no hay
apuro”, de “el petróleo rebotará” y el “Dios proveerá”, da alguna señal
de vida y designa no un ministro sino toda una brigada de ministros de la
economía, pero al mismo tiempo le entrega una más alta responsabilidad al mismo
personaje que ha afirmado en varias ocasiones que “el control de cambio no es
una medida económica sino política, porque si lo quitamos nos derrocan”. Si esa
es la opinión que va a privar en el nuevo elenco de la economía entonces ya
podemos anticipar los resultados de sus políticas.
Pareja a la crisis social va
la postración del aparato económico y el estado calamitoso de las vitales
instalaciones petroleras. El día que se redactaba este texto se presentó
un lockout eléctrico en las refinerías de Cardón y Amuay, algo nunca visto en
la industria. Venezuela le ha quedado demasiado grande a la cúpula roja y el
pueblo le está señalando la puerta de salida.
Si algo esperamos de la
bancada unitaria es que nos sepa llevar sin traspiés hasta la próxima elección
de gobernadores, la primera medición de los efectos devastadores que ha tenido
en la base popular del gobierno chavista el triunfo democrático del 6D. El
cambio es una realidad en marcha.
15-01-16
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