Por Ángel Alayón
Los clientes llegan pidiendo
canillas. No hay. Algunos preguntan cuándo habrá. Otros preguntan hasta cuándo.
Nadie obtiene respuesta. No siempre hay café, ni azúcar ni leche. Pero hoy hay.
Miguel pide dos con leche y nos sentamos a conversar sobre las
dificultades de administrar una panadería y pastelería en tiempos de escasez.
Los mostradores están
parcialmente vacíos. El suministro de harina de trigo ha caído un 28% este año
en comparación con el año pasado y el problema se ha agravado durante los
últimos dos meses. El diagnóstico de un economista keynesiano sería parecido al
de un psiquiatra: depresión.
Una señora pide dos cafés
grandes. Le dan cuatro bolsitas de azúcar. No las usa. Las mete en la cartera.
Buena parte de la harina que
llega proviene de revendedores de productos regulados, los llamadosbachaqueros,
los agentes del mercado negro. El saco de 45 kilos de harina de trigo tiene un
precio regulado de 12.000 bolívares, sumando costos de transporte y
descarga. En el mercado negro oscila entre 48.000 y 52.000 mil bolívares
el saco. Pero no hay mucha en el mercado y hay que cuidarse de los
estafadores. Cuando se consigue la mercancía, debe pagarse de
inmediato: a culo de camión. En el mercado negro no existe el
crédito.
Tampoco hay facturas que
reflejen el costo real de la materia prima. Sólo hay precios que reflejan la
escasez, una escasez que el Banco Central de Venezuela ya no publica y que ha
llegado a un nivel tal que algunos panaderos han comenzado a importar harina de
trigo utilizando un serviciopuerta a puerta: un canal humanitario comercial.
“Imagínate: si la importo yo mismo el saco me sale en 55.000 bolívares y ya no
dependo de los bachaqueros ni de la inestabilidad en el suministro”. La
competencia sigue limitando los precios, no los controles. Adam Smith
sonríe con desdén.
La señora de las cuatro
bolsitas de azúcar se sienta cerca de nosotros. La acompaña un hombre que
podría ser su esposo. Beben sus cafés y el efecto estimulante es inmediato.
Hablan de los precios y de lo que no se consigue. De eso hablamos todos. La
vida es lo que pasa mientras conversamos sobre nuestras aventuras y desdichas
en la más reciente visita al mercado.
Miguel cuenta que antes
devolvían los huevos que no alcanzaban un peso mínimo. Control de
calidad. El método Deming. Costo-efectividad. Una docena debe pesar 2
kilos al menos, pero ahora las aceptan hasta de 1,8. “Haz la prueba en tu casa.
Ahora pesan cada vez menos y la amarilla es casi blanca”.
Los huevos ya no son lo que
eran. Las gallinas tampoco. Tampoco nosotros.
“Hemos dejado de hacer
algunos productos. Ya no se pueden hacer canillas como antes. Los costos no
dan. Los precios regulados lo impiden. Sólo las hacemos cuando tenemos todos
los productos a precios regulados. A los precios reales que conseguimos la
harina debemos maximizar el valor que obtenemos por ella. Ya no hacemos ni
siquiera golfeados. Ahora nos rinden más las bandejas de pizza, a pesar de que
el tomate sea importado”
Miguel saluda un cliente.
“¿Cómo está la vaina? Tú sabes, echándole bolas”. Se despide. Toma otro sorbo
de café y continúa.
“No tenemos opción. La
alternativa es quebrar. Buscamos como sea la materia prima al precio que sea o
cerramos las puertas, enviamos la gente a sus casas y dejamos a los clientes
sin productos. Porque el problema no es sólo la harina de trigo. Tampoco se
consigue manteca, mantequilla, margarina ni aceite. Y ni hablar del azúcar o la
leche. Ahora mismo el problema es el azúcar. Me dicen que se retrasó la
distribución porque los transportistas tienen miedo de que los saqueen en la
Autopista Regional del Centro”
En otra mesa dos niños y su
madre comen una pizza demasiado pequeña para los tres. En otra, un hombre come
una pizza demasiado grande para un hombre solo. Los niños y su madre notan la
desproporción. Es su breve estudio sobre la desigualdad.
“Nosotros subíamos precios
dos veces al año. Eso fue hasta 2014. El año pasado tuvimos que subirlos tres
veces. Ya en el 2016 hemos aumentado precios la misma cantidad de veces que el
año pasado y aún no llegamos a mitad de año. Lo jodido es que aumentamos los
precios pero ganamos menos”
Le pregunto sobre
contabilidad de costos, sobre la Sundde, sobre los márgenes de ganancia.
“Olvídate de un método de fijación de precios que tenga algo de racionalidad.
Subimos precios cuando nuestras cuentas por pagar llegan a dos o tres semanas y
los departamentos de cobranzas comienzan a presionar. Es la única manera de no
retrasarnos en los pagos y seguir produciendo. Emparejando deudas y manteniendo
el capital de trabajo”. Empiezo a hablarle de los trabajadores y Miguel no
espera que formule la pregunta.
“Aquí les damos desayuno y
almuerzo, pero empezamos a notar que hay gente que no come y se lleva comida a
sus casas para sus hijos. Es fuerte. La inflación no perdona. Los robos han
aumentado. Se llevan comida en los pantalones o la sacan como basura y luego la
buscan. No son la mayoría, pero impactan en los costos. Aumentamos salarios
cada vez que subimos precios. Así tratamos de que mantengan sus condiciones de
vida, a pesar de la economía que vivimos”
Ya no queda café sobre la
mesa. La señora de las bolsitas de azúcar se fue sin dejar de hablar. No quedó
pizza ni en la mesa de la familia ni en la del hombre. Son las siete de la
noche y los clientes desaparecen con el sol. “Es el toque de queda. Ya tenemos
que cerrar”. Le dice a la cajera que se apure, que hay que irse, se voltea
hacia mí, me da la mano: “Esto cada vez más es un sálvese quien pueda”.
20-06-16
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