Por Gioconda San Blas
Para Raquel, Graciela, Diana
y tantos otros afectos uruguayos
Corrían los tiempos de la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En ese entonces, a Uruguay se le llamaba la
“Suiza de América”, un enclave de democracia rodeado de autoritarismo por todas
partes, donde viví por unos años con mi familia. El consulado de Venezuela en
Montevideo, ubicado en una bucólica placita de la Ciudad Vieja, escondía el
brazo largo de la dictadura. Los venezolanos en Uruguay (supongo que en
cualquier parte) necesitábamos visa de entrada a nuestro propio país, como
mecanismo de control sobre los adversarios del régimen en el exterior, a
sabiendas de que entrar en la sede del consulado significaba, por convenios
diplomáticos internacionales, pisar suelo venezolano y sujetarse a sus leyes.
Pasaron los años, Venezuela
estrenó democracia en 1958 mientras Uruguay cayó en las garras de la dictadura
en 1973, por 12 oscuros años, al unísono con Brasil, Chile y Argentina. Una de
mis antiguas condiscípulas en el Liceo Santo Domingo de Montevideo, Elena Quinteros, militante de
organizaciones políticas opuestas a la dictadura, víctima recurrente de
persecución y tortura, cayó definitivamente el 28 de junio de 1976 en un asalto
de la policía uruguaya a la embajada de Venezuela donde Elena se había
refugiado. Nunca más se supo de ella, a pesar de los insistentes reclamos de
nuestro gobierno.
A raíz de ese incidente, Venezuela rompió relaciones
diplomáticas con Uruguay el 5 de julio de 1976, suspensión que se mantuvo hasta
el 1º de marzo de 1985, luego de la restitución de la democracia en el país sureño. La
dictadura aventó al exilio a muchos uruguayos, de los cuales unos cuantos
escogieron a Venezuela como su destino, donde hicieron importantes aportes a
nuestro desarrollo como país.
Habiendo nacido en 1963, el
actual Secretario General de la OEA Luis Almagro no pudo haber sabido de estos
hechos sino por referencias históricas, aunque es probable que el conocimiento
de esos y tantos otros desmanes dictatoriales hayan influido en la formación de
su pensamiento político.
Almagro, ese viento fresco
que nos ha llegado a la OEA luego de la insulsa gestión de su predecesor en el
cargo, es firme en sus posiciones nada acomodaticias. “No soy traidor ni de
ideas, ni de principios, y esto implica que no lo soy de mi gente, los que se
sienten representados por los principios de libertad, honestidad, decencia,
probidad pública (sí, de los que suben y bajan pobres del poder), democracia y
derechos humanos”, responde con elegancia el uruguayo a
las groserías del mandamás local.
No se detiene allí Almagro.
Fiel a sus principios y compartiendo los dolores del pueblo venezolano, se
dirige al Presidente del Consejo de Seguridad de la OEA para solicitar laaplicación
de la Carta Democrática Interamericana (CDI) al gobierno de
Venezuela, en un documento de 132 páginas que resulta un exhaustivo y
documentado catálogo de las violaciones a derechos humanos, civiles, sociales y
de todo orden cometidas por el régimen a lo largo de estos años. “Estamos ante
alteraciones graves del orden democrático”, lo que amerita un conjunto de
recomendaciones para hacer posible “una solución que […] debe ser venezolana y
entre venezolanos”.
La primera, el referéndum
revocatorio en 2016, “de cuya realización depende la democracia venezolana”,
seguida por la liberación inmediata de los detenidos por razones políticas,
resolución de la vulneración a derechos básicos a la alimentación, la salud, la
seguridad, cesación inmediata del bloqueo del Poder Ejecutivo a las acciones
del Poder Legislativo, reestructuración imparcial del TSJ, lucha contra la
corrupción, entre otras recomendaciones.
Una Carta que se ha
convertido en pesada carga para el régimen, que ha respondido de la única
manera en que sabe hacerlo: con un lenguaje soez más propio de bajos fondos que
de la más alta magistratura del país.
Cada quien quedará ante la
historia como lo que es. Y en ese particular, la figura de Luis Almagro se
asocia en mi pensamiento y en mis recuerdos a ese Uruguay amable, democrático,
principista en el que pasé mi adolescencia y donde me formé para la defensa de
la libertad; ese Uruguay de mis afectos, mantenidos en el tiempo como si éste
no pasara.
“Tiranos, temblad” reza uno
de los versos del Himno Nacional de la República Oriental del Uruguay. ¿Almagro
lo habrá tenido presente cuando escribió su solicitud de activación de la CDI?
TUITEANDO
Descansa en paz,
angelito: Gabriela Montero le dedica una canción
al niño Oliver Sánchez, de 8 años, fallecido por
falta de medicamentos para el tratamiento de cáncer.
02-06-16
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