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viernes, 3 de junio de 2016

El Uruguay de Almagro por @daVinci1412


Por Gioconda San Blas


Para Raquel, Graciela, Diana y tantos otros afectos uruguayos

Corrían los tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En ese entonces, a Uruguay se le llamaba la “Suiza de América”, un enclave de democracia rodeado de autoritarismo por todas partes, donde viví por unos años con mi familia. El consulado de Venezuela en Montevideo, ubicado en una bucólica placita de la Ciudad Vieja, escondía el brazo largo de la dictadura. Los venezolanos en Uruguay (supongo que en cualquier parte) necesitábamos visa de entrada a nuestro propio país, como mecanismo de control sobre los adversarios del régimen en el exterior, a sabiendas de que entrar en la sede del consulado significaba, por convenios diplomáticos internacionales, pisar suelo venezolano y sujetarse a sus leyes.


Pasaron los años, Venezuela estrenó democracia en 1958 mientras Uruguay cayó en las garras de la dictadura en 1973, por 12 oscuros años, al unísono con Brasil, Chile y Argentina. Una de mis antiguas condiscípulas en el Liceo Santo Domingo de Montevideo, Elena Quinteros, militante de organizaciones políticas opuestas a la dictadura, víctima recurrente de persecución y tortura, cayó definitivamente el 28 de junio de 1976 en un asalto de la policía uruguaya a la embajada de Venezuela donde Elena se había refugiado. Nunca más se supo de ella, a pesar de los insistentes reclamos de nuestro gobierno. 

A raíz de ese incidente, Venezuela rompió relaciones diplomáticas con Uruguay el 5 de julio de 1976, suspensión que se mantuvo hasta el 1º de marzo de 1985, luego de la restitución de la democracia en el país sureño. La dictadura aventó al exilio a muchos uruguayos, de los cuales unos cuantos escogieron a Venezuela como su destino, donde hicieron importantes aportes a nuestro desarrollo como país.

Habiendo nacido en 1963, el actual Secretario General de la OEA Luis Almagro no pudo haber sabido de estos hechos sino por referencias históricas, aunque es probable que el conocimiento de esos y tantos otros desmanes dictatoriales hayan influido en la formación de su pensamiento político.

Almagro, ese viento fresco que nos ha llegado a la OEA luego de la insulsa gestión de su predecesor en el cargo, es firme en sus posiciones nada acomodaticias. “No soy traidor ni de ideas, ni de principios, y esto implica que no lo soy de mi gente, los que se sienten representados por los principios de libertad, honestidad, decencia, probidad pública (sí, de los que suben y bajan pobres del poder), democracia y derechos humanos”, responde con elegancia el uruguayo a las groserías del mandamás local.

No se detiene allí Almagro. Fiel a sus principios y compartiendo los dolores del pueblo venezolano, se dirige al Presidente del Consejo de Seguridad de la OEA para solicitar laaplicación de la Carta Democrática Interamericana (CDI) al gobierno de Venezuela, en un documento de 132 páginas que resulta un exhaustivo y documentado catálogo de las violaciones a derechos humanos, civiles, sociales y de todo orden cometidas por el régimen a lo largo de estos años. “Estamos ante alteraciones graves del orden democrático”, lo que amerita un conjunto de recomendaciones para hacer posible “una solución que […] debe ser venezolana y entre venezolanos”.

La primera, el referéndum revocatorio en 2016, “de cuya realización depende la democracia venezolana”, seguida por la liberación inmediata de los detenidos por razones políticas, resolución de la vulneración a derechos básicos a la alimentación, la salud, la seguridad, cesación inmediata del bloqueo del Poder Ejecutivo a las acciones del Poder Legislativo, reestructuración imparcial del TSJ, lucha contra la corrupción, entre otras recomendaciones.

Una Carta que se ha convertido en pesada carga para el régimen, que ha respondido de la única manera en que sabe hacerlo: con un lenguaje soez más propio de bajos fondos que de la más alta magistratura del país.

Cada quien quedará ante la historia como lo que es. Y en ese particular, la figura de Luis Almagro se asocia en mi pensamiento y en mis recuerdos a ese Uruguay amable, democrático, principista en el que pasé mi adolescencia y donde me formé para la defensa de la libertad; ese Uruguay de mis afectos, mantenidos en el tiempo como si éste no pasara.

“Tiranos, temblad” reza uno de los versos del Himno Nacional de la República Oriental del Uruguay. ¿Almagro lo habrá tenido presente cuando escribió su solicitud de activación de la CDI?

TUITEANDO

Descansa en paz, angelito: Gabriela Montero le dedica una canción al niño Oliver Sánchez, de 8 años, fallecido por falta de medicamentos para el tratamiento de cáncer.

02-06-16




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