Por Luis Pedro España
Ningún venezolano escuchó en
el pasado una protesta, concentración o manifestación en la cual los
participantes se quejaran por hambre. En ningún gobierno de la era petrolera se
sometió al pueblo a no tener qué comer. Si alguien necesitaba un indicador de
fracaso, pues a esta desgracia nos ha llevado este régimen perverso.
En los últimos quince días
han ocurrido protestas y saqueos en distintos puntos de distribución y venta de
los poquísimos alimentos que la red centralizada y controlada de bienes logra
repartir por el país. El último invento, los comités locales de abastecimiento
y producción, no han sido sino la gota que derramó el vaso. En un intento, más
que desesperado y completamente absurdo, de tratar de saltar las distorsiones
que ellos mismos crearon a alguien se le ocurrió los repudiados CLAP.
Las intenciones de estos
comités locales seguramente comprendían estas multifuncionalidades que tanto
gustan a los gerentes improvisados. Los CLAP no solo le cortarían el suministro
a los revendedores, sino que también le harían llegar el preciado abastecimiento
a las zonas populares (hoy convertidas en masas opositoras) por medio de los
activistas del partido a través de sus métodos clientelares y de chantaje
político.
Los CLAP fueron
relativamente inofensivos, ciertamente no llegaban ni a complemento, hasta que
nuevamente a algún gerente improvisado se le ocurrió darles la exclusiva.
Alguna tentación similar tuvo el gobierno hace unos meses cuando pretendió que
todos los “bienes sensibles” se distribuyeran por medio de las cadenas
públicas. La idea se desmontó con rapidez cuando algún sensato advirtió la
inmensa brecha, de más de 1 por 100, que hay entre los establecimientos
públicos y privados. Pero el mezquino deseo de capitalizar políticamente el
hambre del pueblo siguió allí.
Sin reparar en la lección anterior
y, otra vez, movidos más por el siempre prominente interés político sobre
cualquier otro, la población advirtió que la poca distribución de bienes era
trasladada de los centros de abastecimiento, donde tradicionalmente hacía su
cola a los comités locales de abastecimiento y producción.
La mecha puede que no
comenzara en Caracas, pero como siempre fue más explosiva y llamativa que en
cualquier otro lugar. El viernes pasado la avenida Fuerzas Armadas estalló
contra el novísimo sistema y desde ese momento ha sido una cadena de protestas
y manifestaciones frente a los centros de compra. Cada vez que el guardia o
empleado de la tienda avisa, o un simple rumor de que el producto regulado se
terminó se esparce entre los desesperados compradores, la situación termina
como ya sabemos, con bombas lacrimógenas y perdigones. Esto es ya una explosión
social, esta es la versión 2016 del 27 de febrero.
En todas las capitales de
estado, en todos los centros poblados importantes del país ocurre algún evento
de protesta casi a diario. Unos son más llamativos que otros, pero en todos la
desesperación es la misma: el hambre.
Ante este drama, que se suma
a la crisis humanitaria del sistema de salud y de los derechos humanos, ¿qué
hace el gobierno? Nada, absolutamente nada. No tiene nada que hacer porque la
solución simplemente no pueden aplicarla. Cualquier acción simplemente refuerza
el error. Para que ocurra algo distinto simplemente tienen que dejar de ser
gobierno. Por eso tienen que seguir con el discurso frívolo y pueril, cuando no
la mentira y el cinismo.
No tienen ninguna otra
fórmula o política. Frente al hambre del pueblo solo les queda la Guardia
Nacional o la policía.
09-06-16
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