Por Alberto Lovera
A mi comadre Dorita
Cuando las universidades
(UCV, USB, UCAB) presentaron los resultados de la encuesta de condiciones de
vida (Encovi) del 2015 se dispararon las alarmas. En solo un año las cifras de
pobreza se multiplicaron de manera gravísima en unos niveles que dejaron
perplejos hasta los propios investigadores responsables de la encuesta.
No es para menos. Entre el
2014 y el 2015 la pobreza aumentó 53%, llegando a la cifra astronómica de 73%
de las familias y el 76% de las personas. La cifra más alta desde que se llevan
estadísticas de pobreza en nuestro país. Más grave aún, es la primera vez que
la pobreza extrema es mayor que la no extrema.
Gracias al boom petrolero
Venezuela contó con recursos para hacer posible políticas públicas que lograron
que la pobreza declinara en nuestro país. La mala noticia fue que la buena
noticia sólo era sostenible mientras estuviéramos en la época de las vacas
gordas. Si venía el cambio de ciclo a la baja, como en efecto sucedió, no había
cómo sostener la reducción de la pobreza. Sólo se sustentaba con la chequera
petrolera y el endeudamiento, no se procedió a cambiar nada de la dinámica
rentista, se actuó como quien se gana un premio fortuito y se olvida de
aprovechar la buena fortuna para sentar bases sólidas para el futuro.
La situación se ha tornado
más alarmante aún porque seguimos en recesión (caída del PIB), la inflación se
ha disparado a niveles siderales, aunado a una reducción drástica del
abastecimiento de productos de la dieta básica y las medicinas, una merma
significativa de la capacidad de importación por la reducción de los ingresos
petroleros, la persistencia de una política económica que sigue destruyendo la
producción nacional, catalizada por la crisis eléctrica y las decisiones de
reducción de las jornadas de trabajo.
El silencio de estadísticas
oficiales en todos los órdenes no puede esconder el drama que viven los
ciudadanos pobres y en proceso de empobrecimiento. Cada vez son más frecuentes
las historias de personas y familias que ya no comen tres veces al día, de
padres y madres que comen menos para que le alcance a sus hijos, la reducción
calórica de alimentación del venezolano, de trabajadores que se desmayan o
niños y adolescentes en precariedad alimentaria, y sus secuelas para la
producción o la asistencia al sistema escolar.
La propaganda oficial nos
habla de una realidad que ya no existe. Es un insulto a quienes sufren las
penurias de un mermado ingreso que no alcanza para la dieta básica o que sus
productos no se consiguen, el calvario de quienes tienen una afectación de
salud pero no encuentran medicinas o en los centros asistenciales no tienen los
insumos básicos para atenderlos.
Estamos en un país, por más
que el Gobierno se niegue a aceptarlo, que está pasando hambre y situaciones
graves de salud. El empeño de la camarilla en el poder por tratar de
perpetuarse está conduciendo a una situación insostenible. No hay razón
política o ética que pueda justificar sacrificar a la gente por la pretensión
de eternizarse en el poder. Si dudan de que perdieron el favor popular, a pesar
de las evidencias en contrario, sométanse a su veredicto. El referéndum
revocatorio y las elecciones de gobernadores son una encuesta para probarlo. Si
tratan de evadir ese escrutinio es que ya no confían que el soberano es la
fuente legítima del poder, pero no podrán evitar que el pueblo los someta a su
veredicto.
03-06-16
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