Fernando Mires 05 de junio de 2016
(Desde
Alemania, recordando Armenia, pasando por Turquía, hasta llegar a Venezuela)
1.
La
prensa aplaudió la resolución del Parlamento Alemán (Bundestag) (02.06.2016).
acerca de debatir y dictaminar sobre un tema histórico, el genocidio cometido
por Turquía en el pueblo armenio el año 1915. El hecho, ampliamente documentado
por una extensa bibliografía es apenas mencionado en la historiografía oficial
turca.
Por
cierto, y como era de esperarse, Erdogan expresó su malestar en contra de la
injerencia de Alemania en la historia de Turquía. Desde su punto de vista,
tenía sus razones.
A ese
zorro de la política que es Erdogan no se le escaparon los alcances políticos
del acto. A través de una revisión del pasado un grupo parlamentario intenta
condenar el presente de un gobierno “amigo” que no se caracteriza precisamente
por seguir con rigurosidad la carta de los derechos humanos. Sin embargo, hay
un problema ¿por qué lo hacen ahora y no antes?
¿Sufrieron
los impulsores de la resolución sobre Armenia un repentino ataque de humanismo?
Tratándose de políticos que no nacieron ayer es inevitable pensar que el grupo
parlamentario intentó, además, extraer dividendos del caso armenio. Por cierto,
marcar distancia con la “islamista” Turquía de Erdogan mostrándose al público
como esclarecidos occidentales. De paso, cosechar algunos votos de los clientes
del partido de la xenofobia, el DfU. Y todo a bajo costo. Los que vivieron en
los tiempos del genocidio otomano en Armenia ya están muertos y los muertos no
discuten.
Discutir
sobre el pasado siempre será más fácil que hacerlo sobre el presente.
Por
supuesto, ninguna persona con sensibilidad puede ni debe callar frente al
genocidio cometido al pueblo armenio, no importa cuanto tiempo haya pasado.
Pero –he aquí la pregunta pesada- ¿es tarea de un Parlamento dictaminar acerca
de los acontecimientos de la historia universal o sobre hechos que no forman
parte del inventario político de nuestro tiempo? ¿Por qué no protestan los
parlamentarios en contra de los feroces ataques realizados por Erdogan en
contra del pueblo kurdo, hechos que no ocurrieron hace un siglo sino en estos
precisos momentos?
Inevitablemente,
aunque uno no quiera, es imposible evitar la capciosa pregunta: ¿No será porque
la mayoría de los kurdos son musulmanes y los armenios asesinados hace más de
un siglo eran cristianos?
A ese
juego doble y escurridizo no se prestó Angela Merkel. Ante la sorpresa de
muchos periodistas ella no asistió a la sesión del supuesto debate histórico.
Más
allá del juicio que la canciller Merkel tenga sobre Erdogan y su gobierno
–seguramente no es muy positivo- ella sabe que Turquía es una pieza vital para
la estabilidad y la seguridad de Europa. Como era de esperarse, Merkel fue
acusada de practicar una Realpolitik. Como si eso fuera un delito.
Distinto
hubiera sido si los historiadores del país, reunidos en un gran congreso
hubiesen discutido y dictaminado sobre el caso armenio. Ese dictamen –con la
presencia formal de algunos parlamentarios- habría tenido más resonancia que aquel “debate” realizado por diputados
algunos de los cuales solo se informaron el día anterior de lo que había
sucedido en la Armenia de 1915.
2.
Interesante:
el mismo día en que tuvo lugar el debate parlamentario sobre Armenia el Canal
ZDF realizó una larga entrevista a Joschka Fischer. Como hablando de soslayo el
inteligente ex ministro del exterior deslizó una frase que evidentemente no
quiso continuar. ¿Por qué Turquía y no Rusia?
Evidentemente,
¿por qué no Rusia? ¿No son las masacres cometidas al pueblo chechenio tan
condenables como las cometidas por el Imperio Otomano a los armenios hace un
siglo? ¿No son los bombardeos que realiza Putin sobre la población civil siria
actos de vandalismo internacional?
El
hoy, no el ayer, es el tiempo de la política. Eso fue lo que quiso decir
Joschka Fischer
Fischer
fue claro. Si vamos a hablar sobre las delicadas relaciones Alemania
-Turquía hay que hacerlo en los términos
que impone una Realpolitik. Y lo dijo así, utilizando esa misma palabra con la
cual fue estigmatizada la Merkel. La razón según Fischer es obvia: si alguna
vez los potenciales conflictos con la Rusia de Putin escalan, Turquía deberá
ser aliada de Europa como lo fue en la Guerra Fría en contra de la URSS. Si en
cambio los conflictos con Turquía escalan, Rusia nunca apoyará a Europa. Parece
que en ese punto no hay por donde equivocarse.
Varias
veces durante la entrevista se refirió Fischer a la necesidad de implementar
una Realpolitik apoyando en todos los términos a la política internacional de
su antigua rival, Angela Merkel. Evidentemente, el ex ministro estaba
realizando un esfuerzo por reivindicar el verdadero sentido de la idea de la
Realpolitik tanto en las relaciones con Rusia como con Turquía.
Realpolitik
significa hacer política de y en la realidad. Lo contrario a la Realpolitik es
política de la irrealidad. ¿Puede alguien imaginar una política irreal o una
política de la irrealidad? La política, se quiera o no, será siempre real. La
política es Realpolitik.
El
término Realpolitik fue usado por primera vez por el legendario canciller Otto
von Bismark, fundador del moderno estado alemán. Con ello entendía Bismark una
política ausente de sobrepesos ideológicos, morales y religiosos. Su objetivo
era lograr un equilibrio entre los diversos imperios europeos, evitar la
carrera armamentista y con ello, nuevas guerras.
Bismark,
evidentemente, seguía la línea de Maquiavelo en el sentido de que la lógica de
la política internacional debe estar subordinada a las relaciones reales ( y no
imaginarias) de poder. De acuerdo a esa línea, antes de cada confrontación es
preciso medir las fuerzas del enemigo. Si estas son superiores, o similares, es
necesario establecer pactos a fin de evitar una destrucción mutua. Las
discusiones ideológicas, religiosas, o la apelación a valores humanistas en
nombre de una supuesta moral universal, debían, según Bismark, ser dejadas de
lado si el objetivo era no perder las posiciones alcanzadas.
Un
estudioso de la política de Bismark, el notable jurista Carl Schmitt, entendió
perfectamente el sentido de la Realpolitik bismarkiana. En su libro central,
“El Concepto de lo Político”, acuñó Schmitt la frase: “Humanidad es
bestialidad”. Con ello intentó señalar que en nombre de los grandes valores
morales universales han sido cometidos los más espantosos crímenes de la historia.
El
propósito de Schmitt era entender a la política como una práctica que tiene
lugar en el plano de la realidad concreta de acuerdo a la dimensión exacta de
las diferencias entre fuerzas antagónicas en el marco de la lucha por el poder.
De acuerdo a Schmitt, la política debe ser regida de acuerdo a condiciones de
tiempo y lugar muy determinadas y siguiendo un delineamiento preciso de los
intereses reales de cada grupo antagónico.
Tiempo
después de Schmitt, el teórico máximo del humanismo socialdemócrata alemán,
Jürgen Habermas, intentaría en un breve ensayo (traducido al español como “Una
guerra en el límite entre el derecho y la moral”) invertir las formulaciones de
Schmitt, proponiendo una intervención humanista –es decir, basada en principios
éticos- en la región del Kosovo. Esa intervención tuvo efectivamente lugar.
Pero no se hizo –en contra de lo que suponía Habermas- en nombre de valores
humanitarios universales, sino para asegurar la estabilidad geopolítica de
Europa. Así lo reconoció el mismo Joschka Fischer. Así es la Realpolitik
entendida en el sentido maquiavélico, bismarkiano y schmitiano del término.
3.
El
tema de la Realpolitik ha sobredeterminado otra discusión que tiene lugar en
latitudes muy lejanas a la Alemania de Merkel y a la Turquía de Erdogan. Pues,
precisamente cuando Merkel era atacada por llevar a cabo una política realista,
en la OEA, su secretario general Luis Almagro presentaba un documento destinado
a activar la Carta Democrática, procedimiento mediante el cual el gobierno de
Venezuela deberá ser cuestionado por su dictatorial política interior. Para
muchos, una heroica quijotería. No obstante, Almagro en su función no podía
hacer otra cosa. Lo que está en juego en este momento es la credibilidad de la
OEA.
En
cierto sentido la actitud de Almagro también sigue principios derivados de una
política real.
Hablando
en términos reales en Venezuela no solo hay una catástrofe económica inducida.
Hay además presos políticos destinados a ser canjeados, hay una justicia
adherida al poder ejecutivo y sobre todo –esto es lo que importa más a Almagro-
hay un desconocimiento de la voluntad ciudadana expresada en la sustitución de
la Asamblea Nacional por un mercenario Tribunal de Justicia. La supresión de la
potestad parlamentaria venezolana podría sentar un caso precedente que no debe
ser seguido por ningún país latinoamericano. Había entonces que actuar.
Desde
el punto de vista político, Almagro sobrevaloró tal vez la disposición
democrática de los gobiernos representados en la OEA. La impresión general es
que la condena al gobierno de Venezuela no será mayoritaria y si lo es, lo será
a través de documentos muy amplios y difusos. Contrasta ese hecho con las
declaraciones emitidas por una gran cantidad de ex-presidentes
latinoamericanos.
La mayoría
de los ex-presidentes han condenado de modo categórico las violaciones a los
derechos humanos y políticos que tienen lugar en Venezuela . ¿Cómo explicar
esta aparente contradicción? La respuesta no puede ser más simple: mientras los
ex-presidentes opinan de acuerdo a principios elementales de la ética política,
los presidentes en ejercicio lo hacen desde el punto de vista de los intereses
políticos que representan.
Al
parecer nos enfrentamos con una discordancia entre ética y política real. De
acuerdo a Kant, cuando se presenta esta discordancia estamos frente a un
síntoma de mal funcionamiento en la
ética o en la política. Pero si seguimos la línea de Maquiavelo y no la de Kant
(o lo que es casi lo mismo, la de Schmitt y no la de Habermas) no podemos sino
conceder cierta razón a los gobiernos hoy tildados de cobardes por un sector
extremadamente emocionalizado de la opinión pública venezolana.
Política
es lucha por el poder. Ese es el único punto en el cual están de acuerdo todos
los filósofos políticos de la modernidad. Eso no significa que la política sea
inmoral. Solo significa que la moral política, a diferencias de la moral
personal, debe estar subordinada a
objetivos y relaciones de poder. O si no, no es política. En cambio, si un
político falla a los intereses de quienes lo eligieron, no acata a la moral de
la política.
En
términos más claros: los gobiernos latinoamericanos solo condenarán al régimen
de Venezuela bajo la condición de que esa condena no signifique aumentar
problemas internos o, si mediante el acto de condena pueden obtener ciertas
ganancias políticas, o si el gobierno de Venezuela atenta en contra de la
soberanía nacional de uno o varios países.
La
política es y será así. Es por eso que a ciertos columnistas venezolanos, desatados en vendavales de
injurias en contra del “traidor” presidente Mauricio Macri solo se les puede
recomendar que escriban sus próximos artículos en las revistas del corazón.
Porque de política no entienden nada.
Pensemos
políticamente: Macri comenzó su gobierno aplicando correcciones económicas al
precio de polarizar la de por sí muy polarizada política argentina. Luego del
periodo de ajuste, Macri decidió llevar a cabo un intenso programa de política
social. Para ello requiere del apoyo del Parlamento, esto es, del peronismo
no-cristinista. En síntesis: Macri necesita des-polarizar. En ese marco –mucho
más que en la candidatura de la señora Malcorra a la secretaría general de la
ONU- se inscribe la política internacional del gobierno Macri.
Desde
el punto de vista de una moral universalista, Macri puede ser criticado. Pero,
hay que tener muy claro que esa moral no tiene nada que ver con la moral de la
política real. Al fin y al cabo los electores de Macri lo eligieron para que
terminara con la ineficacia política, administrativa y económica con la que
sumió el cristinismo a Argentina y no para que liberara a Venezuela de alguna
tiranía. Duro es decirlo, pero así son las cosas.
Por
esas mismas razones los venezolanos no deben esperar que la solución de sus
problemas provenga desde alguna galaxia o desde la OEA. En el mejor de los
casos una resolución internacional podría ayudar a deslegitimar algo más al
gobierno. Pero la liberación política de la nación solo puede ser llevada a
cabo desde el interior, luchando todos unidos a favor de la única posibilidad
democrática que se presenta en estos momentos: el revocatorio.
Eso
también es realismo político. Eso también es Realpolitik.
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