SILVIA AYUSO 05 de junio de 2016
Con la invocación
de la Carta Democrática Interamericana para Venezuela, el secretario
general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, se ha
jugado, literalmente, la principal carta que tenía en su baraja para afrontar
la crisis que vive el país sudamericano.
El
paso dado no ha sido una sorpresa. El
jefe de la OEA lleva meses endureciendo el tono frente al Gobierno de
Nicolás Maduro. Sí ha sorprendido —y hasta molestado— el momento elegido,
cuando está en marcha una
nueva iniciativa de diálogo liderada por tres expresidentes, el español
José Luis Rodríguez Zapatero, el dominicano Leonel Fernández y el panameño
Martín Torrijos, que cuenta con el apoyo explícito y mayoritario de la región,
incluso de Estados Unidos.
¿Se ha
precipitado Almagro, como afirmó en su momento la
canciller argentina, Susana Malcorra, que acaba de reiterar que la Carta no es
la mejor manera de resolver la crisis venezolana? ¿O ha logrado ya el
uruguayo su objetivo, vista la oleada de iniciativas diplomáticas en marcha
desde que aumentó su presión?
Al
igual que la mayoría de expertos consultados por este diario, David Smilde
considera que la invocación de la Carta fue “totalmente aceptable y apropiada”,
puesto que la situación de la democracia en Venezuela es “crítica y requiere
atención, discusión y facilitación multilateral”, según el especialista en
Venezuela de la Oficina en
Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA).
Sin la
presión de Almagro, coincide Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano,
“es dudoso que la OEA hubiera abierto siquiera un espacio para debatir
Venezuela”.
El
siguiente paso, y el más crítico, será la convocatoria de una reunión especial
de la OEA entre el 10 y el 20 de junio, tal como ha solicitado Almagro, para
discutir la situación de Venezuela y la aplicación de la Carta Democrática.
Esto podría llevar en caso extremo a la suspensión de Venezuela de la OEA, pero
antes existe todo un abanico de posibilidades, como los buenos oficios, para
intentar una solución a la crisis del país. No obstante, para dar cualquier
nuevo paso, Almagro requiere primero del apoyo de al menos 18 países que
coincidan en su evaluación sobre la “gravedad” de la alteración constitucional
en Venezuela y que aprueben por tanto dar los siguientes pasos.
Algo que
la mayoría de los expertos considera difícil, sobre todo en vista de la tibieza
con que fue acogida su decisión de activar la Carta.
“Hay
poca voluntad entre la mayoría de los Estados miembro para apoyar la invocación
de la Carta”, señala Shifter. “Esto se vio en la
declaración notablemente ‘ligera’ sobre Venezuela que se aprobó el
miércoles y que más que nada consagró el principio de no intervención”, apunta
sobre la reunión que convocó Argentina en un intento de frenar a Almagro. La
cita acabó, tras más de diez horas de negociaciones, con una declaración muy
descafeinada en la que se hace una llamada al diálogo nacional con oferta de
apoyo regional si Caracas acepta.
Un
desenlace “desalentador”, lamenta Eric Farnsworth, vicepresidente deAmericas Society/Council of the
Americas. “El diálogo está bien, pero esta estrategia ya ha sido intentada
con anterioridad y el gobierno (de Maduro) la ha manipulado con resultados
predecibles”, recuerda. “Mientras, el tiempo sigue corriendo desde el punto de
vista de la capacidad para convocar un referéndum revocatorio este año”,
alerta.
Pese a
todo, el entorno de Almagro considera que este “ya ganó”, puesto que incluso la
inocua resolución impulsada por Argentina y otra decena larga de países, o la
celebración misma de una reunión para hablar sobre Venezuela aunque su gobierno
intentó impedirlo, demuestra, afirman, que el secretario general ha logrado lo
que pretendía: movilizar a la comunidad regional que hasta ahora casi no se
atrevía a levantar la voz contra Caracas.
Smilde
no lo ve tan claro. “No creo que ya haya ganado. De hecho, creo que se ha
arriesgado bastante”. Si su iniciativa invocando la Carta fracasa o recibe
pocos apoyos, se producirá un “desgaste serio del liderazgo de Almagro y de las
posibilidades de que la OEA tenga un impacto positivo en la crisis venezolana”,
advierte.
Almagro
“se lo ha jugado todo”, coincide Peter Schechter, director del Adrienne Arsht Latin
American Center. Pero con su maniobra, al menos obligará a que los Estados
se definan, opina. “Tendrán votar a favor de Venezuela o a favor de la OEA. Hay
que mojarse”.
“Por
primera vez, alguien pone en aprietos a aquellos líderes regionales que por
tanto tiempo han preferido titubear y esconderse atrás de insípidos boletines
instando a la inexistente unidad venezolana”, celebra.
Al
igual que la diplomacia argentina, Shifter no cree que la solución a Venezuela
esté en la Carta Democrática. Aun así, subraya, “la región tiene que hablar sin
ambigüedad sobre las violaciones de derechos humanos y de principios
democráticos en Venezuela, o en cualquier parte del hemisferio”. Y para ello se
debe aprovechar cualquier foro, acota Farnsworth. “Desde la inminente Asamblea
General de la OEA (a mediados de mes) a Naciones Unidas, Mercosur, Unasur,
Celac o la Cumbre Iberoamericana”, reclama.
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