Por Fernando Mires
(Desde Alemania, recordando
Armenia, pasando por Turquía, hasta llegar a Venezuela)
1.
La prensa aplaudió la
resolución del Parlamento Alemán (Bundestag) (02.06.2016). acerca de debatir y
dictaminar sobre un tema histórico, el genocidio cometido por Turquía en el
pueblo armenio el año 1915. El hecho, ampliamente documentado por una extensa
bibliografía es apenas mencionado en la historiografía oficial turca.
Por cierto, y como era de
esperarse, Erdogan expresó su malestar en contra de la injerencia de Alemania
en la historia de Turquía. Desde su punto de vista, tenía sus razones.
A ese zorro de la política
que es Erdogan no se le escaparon los alcances políticos del acto. A través de
una revisión del pasado un grupo parlamentario intenta condenar el presente de
un gobierno “amigo” que no se caracteriza precisamente por seguir con
rigurosidad la carta de los derechos humanos. Sin embargo, hay un problema ¿por
qué lo hacen ahora y no antes?
¿Sufrieron los impulsores de
la resolución sobre Armenia un repentino ataque de humanismo? Tratándose de
políticos que no nacieron ayer es inevitable pensar que el grupo parlamentario
intentó, además, extraer dividendos del caso armenio. Por cierto, marcar
distancia con la “islamista” Turquía de Erdogan mostrándose al público como
esclarecidos occidentales. De paso, cosechar algunos votos de los clientes del
partido de la xenofobia, el DfU. Y todo a bajo costo. Los que vivieron en los
tiempos del genocidio otomano en Armenia ya están muertos y los muertos no
discuten.
Discutir sobre el pasado
siempre será más fácil que hacerlo sobre el presente.
Por supuesto, ninguna
persona con sensibilidad puede ni debe callar frente al genocidio cometido al
pueblo armenio, no importa cuanto tiempo haya pasado. Pero –he aquí la pregunta
pesada- ¿es tarea de un Parlamento dictaminar acerca de los acontecimientos de
la historia universal o sobre hechos que no forman parte del inventario
político de nuestro tiempo? ¿Por qué no protestan los parlamentarios en contra
de los feroces ataques realizados por Erdogan en contra del pueblo kurdo,
hechos que no ocurrieron hace un siglo sino en estos precisos momentos?
Inevitablemente, aunque uno
no quiera, es imposible evitar la capciosa pregunta: ¿No será porque la mayoría
de los kurdos son musulmanes y los armenios asesinados hace más de un siglo
eran cristianos?
A ese juego doble y
escurridizo no se prestó Angela Merkel. Ante la sorpresa de muchos periodistas
ella no asistió a la sesión del supuesto debate histórico.
Más allá del juicio que la
canciller Merkel tenga sobre Erdogan y su gobierno –seguramente no es muy
positivo- ella sabe que Turquía es una pieza vital para la estabilidad y la
seguridad de Europa. Como era de esperarse, Merkel fue acusada de practicar una
Realpolitik. Como si eso fuera un delito.
Distinto hubiera sido si los
historiadores del país, reunidos en un gran congreso hubiesen discutido y
dictaminado sobre el caso armenio. Ese dictamen –con la presencia formal de
algunos parlamentarios- habría tenido más resonancia que aquel “debate”
realizado por diputados algunos de los cuales solo se informaron el día
anterior de lo que había sucedido en la Armenia de 1915.
2.
Interesante: el mismo día en
que tuvo lugar el debate parlamentario sobre Armenia el Canal ZDF realizó una
larga entrevista a Joschka Fischer. Como hablando de soslayo el inteligente ex
ministro del exterior deslizó una frase que evidentemente no quiso continuar.
¿Por qué Turquía y no Rusia?
Evidentemente, ¿por qué no
Rusia? ¿No son las masacres cometidas al pueblo chechenio tan condenables como
las cometidas por el Imperio Otomano a los armenios hace un siglo? ¿No son los
bombardeos que realiza Putin sobre la población civil siria actos de vandalismo
internacional?
El hoy, no el ayer, es el
tiempo de la política. Eso fue lo que quiso decir Joschka Fischer
Fischer fue claro. Si vamos
a hablar sobre las delicadas relaciones Alemania -Turquía hay que hacerlo
en los términos que impone una Realpolitik. Y lo dijo así, utilizando esa misma
palabra con la cual fue estigmatizada la Merkel. La razón según Fischer es
obvia: si alguna vez los potenciales conflictos con la Rusia de Putin escalan,
Turquía deberá ser aliada de Europa como lo fue en la Guerra Fría en contra de
la URSS. Si en cambio los conflictos con Turquía escalan, Rusia nunca apoyará a
Europa. Parece que en ese punto no hay por donde equivocarse.
Varias veces durante la
entrevista se refirió Fischer a la necesidad de implementar una Realpolitik
apoyando en todos los términos a la política internacional de su antigua rival,
Angela Merkel. Evidentemente, el ex ministro estaba realizando un esfuerzo por
reivindicar el verdadero sentido de la idea de la Realpolitik tanto en las
relaciones con Rusia como con Turquía.
Realpolitik significa hacer
política de y en la realidad. Lo contrario a la Realpolitik es política de la
irrealidad. ¿Puede alguien imaginar una política irreal o una política de la
irrealidad? La política, se quiera o no, será siempre real. La política es
Realpolitik.
El término Realpolitik fue
usado por primera vez por el legendario canciller Otto von Bismark, fundador
del moderno estado alemán. Con ello entendía Bismark una política ausente de sobrepesos
ideológicos, morales y religiosos. Su objetivo era lograr un equilibrio entre
los diversos imperios europeos, evitar la carrera armamentista y con ello,
nuevas guerras.
Bismark, evidentemente,
seguía la línea de Maquiavelo en el sentido de que la lógica de la política
internacional debe estar subordinada a las relaciones reales ( y no
imaginarias) de poder. De acuerdo a esa línea, antes de cada confrontación es
preciso medir las fuerzas del enemigo. Si estas son superiores, o similares, es
necesario establecer pactos a fin de evitar una destrucción mutua. Las
discusiones ideológicas, religiosas, o la apelación a valores humanistas en
nombre de una supuesta moral universal, debían, según Bismark, ser dejadas de
lado si el objetivo era no perder las posiciones alcanzadas.
Un estudioso de la política
de Bismark, el notable jurista Carl Schmitt, entendió perfectamente el sentido
de la Realpolitik bismarkiana. En su libro central, “El Concepto de lo
Político”, acuñó Schmitt la frase: “Humanidad es bestialidad”. Con ello intentó
señalar que en nombre de los grandes valores morales universales han sido
cometidos los más espantosos crímenes de la historia.
El propósito de Schmitt era
entender a la política como una práctica que tiene lugar en el plano de la realidad
concreta de acuerdo a la dimensión exacta de las diferencias entre fuerzas
antagónicas en el marco de la lucha por el poder. De acuerdo a Schmitt, la
política debe ser regida de acuerdo a condiciones de tiempo y lugar muy
determinadas y siguiendo un delineamiento preciso de los intereses reales de
cada grupo antagónico.
Tiempo después de Schmitt,
el teórico máximo del humanismo socialdemócrata alemán, Jürgen Habermas,
intentaría en un breve ensayo (traducido al español como “Una guerra en el
límite entre el derecho y la moral”) invertir las formulaciones de Schmitt,
proponiendo una intervención humanista –es decir, basada en principios éticos-
en la región del Kosovo. Esa intervención tuvo efectivamente lugar. Pero no se
hizo –en contra de lo que suponía Habermas- en nombre de valores humanitarios
universales, sino para asegurar la estabilidad geopolítica de Europa. Así lo
reconoció el mismo Joschka Fischer. Así es la Realpolitik entendida en el
sentido maquiavélico, bismarkiano y schmitiano del término.
3.
El tema de la Realpolitik ha
sobredeterminado otra discusión que tiene lugar en latitudes muy lejanas a la
Alemania de Merkel y a la Turquía de Erdogan. Pues, precisamente cuando Merkel
era atacada por llevar a cabo una política realista, en la OEA, su secretario
general Luis Almagro presentaba un documento destinado a activar la Carta
Democrática, procedimiento mediante el cual el gobierno de Venezuela deberá ser
cuestionado por su dictatorial política interior. Para muchos, una heroica
quijotería. No obstante, Almagro en su función no podía hacer otra cosa. Lo que
está en juego en este momento es la credibilidad de la OEA.
En cierto sentido la actitud
de Almagro también sigue principios derivados de una política real.
Hablando en términos reales
en Venezuela no solo hay una catástrofe económica inducida. Hay además presos
políticos destinados a ser canjeados, hay una justicia adherida al poder
ejecutivo y sobre todo –esto es lo que importa más a Almagro- hay un
desconocimiento de la voluntad ciudadana expresada en la sustitución de la
Asamblea Nacional por un mercenario Tribunal de Justicia. La supresión de la
potestad parlamentaria venezolana podría sentar un caso precedente que no debe
ser seguido por ningún país latinoamericano. Había entonces que actuar.
Desde el punto de vista
político, Almagro sobrevaloró tal vez la disposición democrática de los
gobiernos representados en la OEA. La impresión general es que la condena al
gobierno de Venezuela no será mayoritaria y si lo es, lo será a través de documentos
muy amplios y difusos. Contrasta ese hecho con las declaraciones emitidas por
una gran cantidad de ex-presidentes latinoamericanos.
La mayoría de los
ex-presidentes han condenado de modo categórico las violaciones a los derechos
humanos y políticos que tienen lugar en Venezuela . ¿Cómo explicar esta
aparente contradicción? La respuesta no puede ser más simple: mientras los
ex-presidentes opinan de acuerdo a principios elementales de la ética política,
los presidentes en ejercicio lo hacen desde el punto de vista de los intereses
políticos que representan.
Al parecer nos enfrentamos
con una discordancia entre ética y política real. De acuerdo a Kant, cuando se
presenta esta discordancia estamos frente a un síntoma de mal
funcionamiento en la ética o en la política. Pero si seguimos la línea de
Maquiavelo y no la de Kant (o lo que es casi lo mismo, la de Schmitt y no la de
Habermas) no podemos sino conceder cierta razón a los gobiernos hoy tildados de
cobardes por un sector extremadamente emocionalizado de la opinión pública
venezolana.
Política es lucha por el
poder. Ese es el único punto en el cual están de acuerdo todos los filósofos
políticos de la modernidad. Eso no significa que la política sea inmoral. Solo
significa que la moral política, a diferencias de la moral personal, debe
estar subordinada a objetivos y relaciones de poder. O si no, no es
política. En cambio, si un político falla a los intereses de quienes lo
eligieron, no acata a la moral de la política.
En términos más claros: los
gobiernos latinoamericanos solo condenarán al régimen de Venezuela bajo la
condición de que esa condena no signifique aumentar problemas internos o, si
mediante el acto de condena pueden obtener ciertas ganancias políticas, o si el
gobierno de Venezuela atenta en contra de la soberanía nacional de uno o varios
países.
La política es y será así.
Es por eso que a ciertos columnistas venezolanos, desatados en vendavales
de injurias en contra del “traidor” presidente Mauricio Macri solo se les puede
recomendar que escriban sus próximos artículos en las revistas del corazón.
Porque de política no entienden nada.
Pensemos políticamente:
Macri comenzó su gobierno aplicando correcciones económicas al precio de
polarizar la de por sí muy polarizada política argentina. Luego del periodo de
ajuste, Macri decidió llevar a cabo un intenso programa de política social.
Para ello requiere del apoyo del Parlamento, esto es, del peronismo
no-cristinista. En síntesis: Macri necesita des-polarizar. En ese marco –mucho
más que en la candidatura de la señora Malcorra a la secretaría general de la
ONU- se inscribe la política internacional del gobierno Macri.
Desde el punto de vista de
una moral universalista, Macri puede ser criticado. Pero, hay que tener muy
claro que esa moral no tiene nada que ver con la moral de la política real. Al
fin y al cabo los electores de Macri lo eligieron para que terminara con la
ineficacia política, administrativa y económica con la que sumió el cristinismo
a Argentina y no para que liberara a Venezuela de alguna tiranía. Duro es
decirlo, pero así son las cosas.
Por esas mismas razones los
venezolanos no deben esperar que la solución de sus problemas provenga desde
alguna galaxia o desde la OEA. En el mejor de los casos una resolución
internacional podría ayudar a deslegitimar algo más al gobierno. Pero la
liberación política de la nación solo puede ser llevada a cabo desde el
interior, luchando todos unidos a favor de la única posibilidad democrática que
se presenta en estos momentos: el revocatorio.
Eso también es realismo
político. Eso también es Realpolitik.
06-06-16
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