Ysrrael Camero 05 de junio de 2016
Nada
de esto es una sorpresa sino la consecuencia de la destrucción. Hemos pasado
del desabastecimiento a la escasez. El fantasma del hambre cubre con su sombra
a Venezuela entera. Con el hambre llega la desesperación, el abuso, la
indignación y la protesta. El gobierno tendrá que aprender por la mala que con
el hambre de la gente no se juega.
La
semana pasada llegó la legítima indignación pública a unas pocas cuadras del
Palacio de Miraflores. Hombres y mujeres hambrientos protestaron en la Avenida
Urdaneta y en la Avenida Fuerzas Armadas, mientras elementos de los colectivos
atacaban a los periodistas que pretendían dar la noticia.
El
reloj está corriendo, tic-tac-tic-tac, y la explosión ahora ocurre a diario, en
los sectores populares, en todo el país. Desplazar el conflicto no evitará el
estallido, lo colocará en las bases de un edificio que se desploma ladrillo a
ladrillo.
Largas
colas han crecido a las puertas de supermercados, panaderías, abastos y
farmacias, hombres, mujeres, niños, ancianos, uno detrás del otro, se colocan a
las puertas de estos establecimientos desde la madrugada. Sin saber que
esperar, sin tener idea de lo que han de encontrar, “a ver que llega” dirá
algún alma desesperada.
A
cierta hora llegan unos motorizados, los “colectivos”, a imponer su “orden”,
llegan nuevos abusos, pasando por encima de la multitud que ha hecho su cola
pacientemente incorporan una lista de “su gente”. Grita un motorizado “acá hay
50 antes de la señora”. Llegan en tropel, hay tensión, pero pocos se atreven a
protestar. Los primeros en entrar se llevan el grueso de la mercancía, los
productos regulados desaparecen en poco tiempo. Pronto serán los bachaqueros
quienes los venderán en espacios clave, en la Redoma de Petare, por ejemplo.
Este
es el primer escenario de conflicto. Las colas han sido lugar de encuentro de
una población hambreada e indignada, cada día más hastiada del abuso. Allí se
ha incrementado la irritación, la ira popular, al mismo ritmo en que han
desaparecido productos básicos para la vida cotidiana, la leche, el arroz, la
harina de maíz.
LAS ALTURAS DEL PODER
En las
alturas del poder, en Miraflores, en Fuerte Tiuna, han venido monitoreando la
situación. A pesar de que sus neveras están llenas saben que la escasez de
alimentos y medicinas reina en las calles de Venezuela. Son los responsables del hambre, son quienes
hicieron negocios con la destrucción de la producción nacional.
Entre
los pasillos del poder circulan quienes importaron alimentos para PDVAL,
quedándose con los dólares, y dejando corromper la comida en el puerto. Por
esos mismos rincones del poder pululan los responsables de tantas
expropiaciones, los que dijeron que importarían medicinas para quedarse con el
dólar preferencial que les facilitaba un alto pana.
El
hambre del ciudadano común es apenas daño colateral del mórbido enriquecimiento
de la pequeña nomenklatura. Se enriquecieron con el hambre de las mayorías,
pero ahora están preocupados. Tic-tac-tic-tac, vienen por ellos, lo intuyen, el
aire se siente distinto, es una sensación en la boca del estómago que no logran
ocultar con ningún elixir exótico.
EL CUERO SECO SE LEVANTA
La
expansión del hambre ha traspasado la raya amarilla, aquella frontera que
separa el miedo de la indignación desesperada y la ira popular. Entre enero y
abril de este año más de dos mil protestas registradas cubrieron a Venezuela.
En los primeros cinco meses de 2016 los saqueos, frustrados o efectivos, han
superados los dos centenares.
Las
cifras de lo ocurrido entre marzo y abril son dramáticas. Solo en el estado
Miranda saquearon tres camiones y hubo dos intentos de saqueo en locales de
alimentos. En Zulia saquearon cinco camiones, dos farmacias, y ocho locales de
venta de alimentos, intentando saquear una más.
En
oriente el fenómeno es similar, en el estado Sucre, uno de los más pobres del
país, saquearon cinco camiones, intentando saquear un sexto sin éxito, así como
intentaron saquear un local de alimentos. En Aragua, Falcón, Portuguesa y
Cojedes saquearon un camión que cargaba comida en cada estado. En Guárico fue
un local de alimentos el saqueado.
En
Caracas se registró el saqueo en un local de alimentos, pero fueron cuatro los
intentos, en mayo saquearon un camión. En Apure tres camiones. En Lara un
camión y un intento de saqueo en un local de alimentos. En Bolívar un intento
en un lugar de venta de alimentos. En Anzoátegui saquearon dos camiones y hubo
un intento de saqueo en un local de alimentos.
En
Nueva Esparta hubo un intento de saqueo en un lugar de venta de alimentos. En
Carabobo fue un camión y un intento en un local. En Trujillo un camión
saqueado, y en Táchira un local de alimentos, junto con dos intentos, uno de
saqueo de un local de alimentos y otro de un camión. Estas son apenas cifras
preliminares del Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social.
La
respuesta del gobierno ha sido una mezcla perversa de represión y humillación.
Mientras bloquea la posibilidad de una salida constitucional y democrática a la
crisis política se dedican a reprimir las protestas sociales asociados con el
hambre y la escasez de medicinas. Disfrazada de una extensión de las OLP se
activa un aparato represivo nacional militarizado.
LOS CLAP LLEVARÁN EL CONFLICTO A CADA
COMUNIDAD
Sabiendo
que no puede resolver el problema de la escasez en el corto plazo el gobierno
ha decidido, irresponsablemente, desplazar el escenario del conflicto de las
colas en los establecimientos al seno de cada comunidad. Queriendo ver
desaparecer las colas activaron los Comités Locales de Abastecimiento y
Producción (CLAP), coordinados por los impopulares Consejos Comunales, para
repartir unas escasas bolsas de comida.
Múltiples
escándalos de corrupción circulan alrededor de los Consejos Comunales, robo de
recursos, enriquecimiento de unos pocos a partir de la explotación de las
necesidades de muchos. Nuestras comunidades populares son cada día más
diversas, política y culturalmente, no así estas instituciones. Los Consejos
Comunales fueron concebidos como instrumento de construcción de una nueva
hegemonía política. Los reconocidos por el gobierno están vinculados al
chavismo. Sobre ellos caerá la terrible responsabilidad de construir las listas
para la distribución de las bolsas de comida.
Está
claro que no habrá comida para todos, y las bolsas probablemente quedarán
distribuidas entre aliados y amigos locales de los miembros del Consejo
Comunal, el primer círculo de distribución será para los camaradas del PSUV.
Para los demás, las grandes mayorías, queda el hambre y el abuso de los
bachaqueros. Hacia la comunidad local se está desplazando el conflicto por los
recursos limitados, quienes diseñen la lista recibirán la presión de los
excluidos, de los hambrientos.
Las
Fuerzas Armadas tendrán la otra pata de este sistema de distribución local de
alimentos, más allá de la retahíla de ministerios de los despachos oficiales,
serán los verdes quienes manejaran la movilización de la comida. Entonces,
sobre unas Fuerzas Armadas corrompidas por múltiples negocios y sobre las
organizaciones locales del chavismo caerá esta última etapa de la crisis. Ellos
serán los encargados de la distribución. Los verdes harán negocios y los rojos
distribuirán el hambre. La frase “el que parte y reparte se lleva la mejor
parte” tendrá una terrible vigencia.
.., LA MANO DEL QUE TE DA DE COMER
El
otro factor que es imprescindible tomar en cuenta es el mecanismo de control
político y social que pretenden tener los CLAP sobre la sociedad. Obligar a
todos a comer de una misma mano es el sueño del totalitarismo chavista. En
medio de un escenario político de confrontación, impregnado de fuerzas
crecientes que pugnan por construir un cambio hacia la democracia, la perversa
tentación de chantajear políticamente a la población con la comida se convierte
en un tema central.
Esto
constituye una humillación aberrante que exacerbará los conflictos dentro de
las comunidades. La discriminación política para repartir alimentos, en un
escenario donde se colocarán alcabalas para detener el cambio político, bajo la
forma de recolecciones de firmas, y reafirmazos, de amenazas contra empleados
públicos, funcionarios y “beneficiarios” de los decadentes programas sociales
del chavismo, generará más indignación que sometimiento.
A lo
largo de estos 17 años el chavismo ha apelado a diversas formas de chantaje y
de control político para establecer la sumisión social. Ante el reto del 2003 y
2004 las Misiones Sociales fueron usadas para controlar a la población,
encuadrándola, controlándola, para ganar el Revocatorio de 2004.
Pero
el escenario actual es distinto, por dos razones fundamentales. Primero, porque
la escasez de alimentos y medicinas que sufrimos actualmente, representa la
crisis más profunda de nuestra historia contemporánea, por lo que no estará el
gobierno abasteciendo comida sino distribuyendo hambre. Y segundo, por el
factor esperanza, me explico, si algo ha logrado remover el resultado electoral
del 6 de diciembre y la campaña por el Referéndum Revocatorio es la indefensión
aprendida que el chavismo había implantado. Con unos escasos ingresos
petroleros y con la percepción mayoritaria de que cualquier escenario electoral
terminaría con un fracaso para el gobierno, el factor esperanza puede ser más
efectivo que el chantaje por hambre.
En
resumen, la acción irresponsable de intentar trasladar el conflicto por la
comida al seno de cada comunidad, tendrá un efecto terriblemente corrosivo en
Venezuela. No podrán los CLAP distribuir alimentos inexistentes, porque no se
ha aumentado la producción ni hay divisas para importar, por lo que solo
distribuirá localmente más hambre y miseria. El enfrentamiento entre incluidos
y excluidos se instalará alrededor de quien escriba la lista. Se ha colocado en
manos de los militares y de las organizaciones locales del chavismo, una bomba
de tiempo activa y potente. Son los Juegos del Hambre en Venezuela, y el
gobierno es el responsable central. Tic-tac-tic-tac…
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