Por Luis B. Petrosini
Tengo la opinión, con todo
el derecho a equivocarme, de que la historia de la economía mundial no reseña
un caso similar al que ha vivido este país en los últimos años. Cierto es que
ya hacia finales del pasado siglo XX nuestro proceso político, económico y
social mostró clarísimas señales de fragilidad y surgió la imperiosa necesidad
de un refrescamiento que impulsara reformas estructurales de fondo con un
replanteamiento de sus objetivos fundamentales y la instrumentación de
políticas públicas que de forma definitiva lograsen mejorar las condiciones de
vida de una parte importante de la población. Igualmente, la colectividad
clamaba por un cambio sustancial en el ejercicio de la política, diría que
cansada ya de los tortuosos malabarismos que constituían lo cotidiano en esa
actividad.
Pues bien, las elecciones de
finales de siglo produjeron un cambio radical en el esquema político nacional y
una esperanza surgió en los albores de un nuevo siglo, el cual se mostraba
auspicioso con la administración que daba sus primeros pasos. Poco tiempo
después cambiaron las condiciones del mercado petrolero internacional y los
precios de nuestro principal producto de exportación se elevaron
vertiginosamente, con lo que el gobierno comenzó a disponer de los más grandes
recursos económicos de nuestra historia.
Pero ocurrió lo insólito. Un
gobierno que había ganado limpiamente unas elecciones tomando como bandera la
lucha contra la corrupción, el uso racional de los recursos públicos y el
absoluto respeto por los derechos humanos y la libertad de expresión comienza a
desviarse hacia el camino contrario y a la vuelta de los años se convierte en
una vulgar dictadura, ciertamente con métodos distintos a los recordados de los
años ochenta en nuestro continente, pero dictadura al fin y al cabo.
Esos defensores de los
derechos de los oprimidos -que los habrían de rescatar del oprobio en que
vivían- no han hecho otra cosa que incrementar ostensiblemente su número y
convertir a este país en un territorio física y psicológicamente destrozado,
cuando nunca antes gobierno alguno había dispuesto del volumen de recursos que
estos incapaces han tenido en sus manos, solo que para dilapidarlos e
incrementar las arcas personales de algunos privilegiados. De allí la opinión
de que no se conoce en la historia de la humanidad una sociedad que, sin sufrir
una guerra o una tragedia de proporciones inconmensurables y disponiendo de
recursos económicos equivalentes al de la suma de varios países juntos de
proporciones similares, pase por la espantosa tragedia que Venezuela
experimenta en la actualidad.
Lo increíble de todo esto es
que los jerarcas del régimen todavía creen que pueden seguir engañando a una
población agobiada por auténticas plagas que cada día le hacen más difícil sus
condiciones de vida. Resultaría estéril describirlas pues las conocemos de
sobra. Solo Maduro y sus íntimos parecen ignorarlas y no sufrirlas.
Frente a este auténtico
drama el pueblo venezolano está urgido de un cambio en las políticas públicas
que se han adelantado y, para lograr ese objetivo, no existe otra opción que un
cambio de gobierno lo antes posible. Para suerte nuestra, la Constitución
Bolivariana de Venezuela, esa que en innumerables oportunidades fue definida,
tanto por el extinto Hugo Chávez como por Nicolás Maduro como la mejor del
mundo, nos ofrece una opción clara y muy bien definida, la cual no es otra que
la del Referendo Revocatorio. Tenemos constitucionalmente ese derecho y que el
régimen se niegue a permitirlo en este mismo año es un desconocimiento más de
nuestra Constitución que está abriendo caminos insospechados por sus terribles
consecuencias.
La tragedia venezolana es de
unas proporciones tan gigantescas que el mundo entero ya está enterado hasta en
sus mínimos detalles de los problemas y sus magnitudes, de modo que las
consecuencias comienzan a advertirse. Si, además, no posee el régimen los
recursos necesarios para continuar comprando conciencias alrededor del mundo,
se explica entonces la auténtica desesperación que Nicolás Maduro comienza,
cada vez con mayor frecuencia, a mostrar en sus fastidiosas peroratas públicas.
Tuve la paciencia y disciplina requeridas para escucharlo recientemente,
rodeado de lo que él asume como su única fuente de sostén, el mundo militar.
Toda suerte de loas fueron desparramadas hacia la Fuerza Armada y aunque los
presentes aplaudían discretamente sus caras demostraban un enorme hastío. Me
pregunto qué pensarán las familias de la mayoría de estos señores que -salvo
los auténticos privilegiados- están sufriendo las mismas plagas que el resto de
la población. ¿O es que alguien puede suponer que la Fuerza Armada es un islote
apartado completamente del resto de la sociedad venezolana?
Como si le faltara una
aceituna al coctel, los hechos documentados en el informe Almagro son de una
precisión y detalle que estremecen a cualquiera que tenga un mínimo de
sensibilidad. La lectura de sus conclusiones no hace sino confirmar lo que
todos sabemos, el desastre que vivimos. A la expectativa de si será
posible o no la aplicación de la Carta Democrática le opongo la importancia de
su activación en función de la divulgación de lo que ocurre y de la búsqueda de
soluciones negociadas que logren detener esta tragedia. Lo que sí veremos con
claridad será la catadura moral y ética de los dirigentes latinoamericanos y
del Caribe.
05-06-16
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