Américo Martin 15 de junio de 2016
A Gustavo Coronel
Después
del frustrado atraco contra las firmas del revocatorio surge con fuerza
volcánica la interrogante en todos los labios: ¿habrá o no RR este año? La
posición asumida por las dos partes del juego político ha tomado las alturas
máximas: todos los líderes de la MUD sostienen la afirmativa mientras los del
gobierno juran y perjuran la negativa. Podría quizá –conceden- realizarse fuera
de tiempo útil, en 2017, antes “no sería factible”. No hay quien no sepa que en
las condiciones precarias en que se encuentran, no están jugando para vencer.
Esa posibilidad se les fue. Solo tratan de impedir que el otro gane. ¿Y eso con
qué fin?
Adornado
con una sonrisa que quiere ser burlona, Diosdado descubre el juego y, sin
quererlo, el deterioro que como un cáncer hace metástasis en el cuerpo de la
sedicente revolución. Atrapado en su
confusa manera de razonar, reconoce que Maduro está condenado a la derrota pero
-¡no contaban con su astucia!- hará trampa, de modo que el presidente que
hundió al país lo siga haciendo por un tiempo más. Tras ocupar su lugar, el
vice lo nombraría a su vez vice suyo y renunciará para devolverle el cargo,
como si nada hubiera ocurrido.
Una
maniobra tan tonta y peligrosa para sus autores que tiendo a creerla un nuevo
desvarío de este personaje, a quien no le pasará por la cabeza la ira
incontenible que se levantaría, encabezada por muchos millones de frustrados
electores y por la ola más enérgica aún del hambre. El desdichado Maduro se
hundiría hasta las eses si le parara a supercherías como esa. Dudo que lo haga
pero si me equivoco ¡pues con su pan que se lo coma! Si tan mal le ha ido hasta
hoy, es de imaginar el infierno en que se le convertiría el tiempo que le
quede.
En
fin, ¿habrá o no habrá RR? No soy adivino. Por eso creo que debemos esforzarnos
en hacer nuestra parte a sabiendas de que eso acerca el resultado, lo ayuda, lo
hace posible. He repetido hasta el fastidio que en política los “adivinos”, los
enfáticos, los que dicen tener claro lo que ocurrirá tienen todo el derecho de
pensar así, pero quizá se estén resignando voluntariamente a la tribuna; los
resultados podrían sorprenderlos. Parto de su buena fe. Varios de ellos
prometen hacer lo que corresponde así crean que de todas, todas, los malignos
se saldrán con la suya.
Ojalá
me equivoque, rematan.
Y yo
certifico que lo dicen sinceramente. Pero los del noble oficio político se
deben limitar a estudiar minuciosamente la dirección de la tendencia,
estimulándola o conteniéndola según la posición que defiendan. Y la tendencia
–analizados todos los factores, incluido ahora el internacional- va fuertemente
en contra del gobierno. La alternativa
democrática avanza con la corriente, el gobierno contra ella. Por lo tanto cada
uno hará lo que le toca. La oposición empujará la carreta hasta donde más lejos
llegue, y el gobierno, el más inescrupuloso, falaz y autocrático del Continente
-salvo la clásica excepción que todos conocen- pondrá su diabólica imaginación
a inventar obstáculos infames para salirse con la suya. Son los retos que asumirá
sin temor, sin deprimirse, sin vacilar el que viene venciendo desde el 6D y
fortaleciendo su organización, su capacidad de responder y de movilizar
precisamente por lo que aprende de las pruebas cada vez más exorbitantes a las
que se le somete.
No dar
íntimamente por seguro lo que finalmente ocurrirá, sino luchar denodadamente
para lograrlo, aprovechando las fortalezas que brinda la mencionada tendencia y
superando sus debilidades. Es así como entiendo la política y la índole del
liderazgo.
Hay
otro aspecto muy digno de interés. Dado que la corriente le es adversa, el
gobierno está extremando el uso del poder para contener la ofensiva
democrática. Los abusos se multiplican. Los atropellos, las infracciones
constitucionales, las violaciones a los
DDHH. Es un costo que está pagando, que no imaginamos hasta dónde llegará, pero
que lo está afectando en tres dimensiones esenciales:
La
primera es la dimensión internacional. Pocos líderes, gobiernos y movimientos
foráneos quieren retratarse con Maduro y sus compañeros y muchos elevan la
teoría de que para la legitimidad del poder no basta el origen electoral, sino
que igualmente es indispensable el “desempeño” democrático, como lo subrayan,
por ejemplo, los artículos 2 y 3 de la Carta Democrática Interamericana.
En
este punto es preciso no equivocarse. Los venezolanos están doblegados por el
hambre y otras carencias indignantes. Sencillamente no aguantan más. El cambio
democrático lo llevan ya en su conciencia y su corazón. Pero precisamente por
eso la oposición no debe trabajar para que el país sea castigado en un sentido
que pueda empeorar la tragedia social.
La
segunda es la dimensión interna. Es ya inocultable el descontento que prende en
el ánimo de los chavistas, ante los cuales la cúpula madurista ya no se
contiene. La amenaza y la represión directa están a la orden. Muchos no se
atreven a hablar abiertamente pero deslizan su creciente descontento contra el
madurismo, culpable, según piensan con razón o sin ella, de hundir el proyecto
revolucionario original. Este peligroso malestar pareciera extenderse hacia
algunos altos oficiales muy amigos del fallecido fundador del movimiento.
La
tercera es el pueblo y el país. Disparando misiles en todas las direcciones el
gobierno no sabe hacer nada. ¡Y el tiempo vuela!
El
agobiado pueblo te observa. ¡Cuánto te convendría poner tu destino en sus manos
con las garantías democráticas que tanto
has abominado!
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