Mibelis Acevedo D. 25 de julio de 2017
@Mibelis
Muchos
han coincidido en describir la naturaleza del régimen venezolano como una
inusual mixtura, colcha de retazos identitarios que lo hacía sortear las
rígidas etiquetas. Amasijo de populismo cesarista, autoritarismo competitivo o
“elecciones sin democracia”; militarismo, colectivismo, corporativismo y otros
ismos, hicieron de tal maraña algo difícil de descifrar y por ende, de
contener. Como sierpe que se escurre y se repliega sobre sí misma para copar
cualquier espacio, mientras el chavismo gozó de las mieles de la aceptación
pudo adaptarse y evadir fajas ceñidas: estando su legitimidad lacrada con
votos, incluso la legalidad ofrecía útil comodín a la hora de justificar
transgresiones. Pero la crisis apretando los pescuezos más allá de cualquier
aguante lleva a un gobierno ávido de perpetuación a desechar las últimas
envolturas democráticas, a demoler la Constitución, a erigirse en autocracia.
No obstante, la redefinición no resta singularidad a la anomalía en curso; de
allí la complejidad de contrastarla y prever eventuales escenarios, sabiendo
que persisten los rasgos de su atipicidad.
Veamos:
para un régimen “fuerte”, poseído por el ánimo de fundir la figura del partido
único con las instituciones del Estado –fullería que busca activar la ANC- al
margen incluso de los reparos del mundo (al cual, supone, siempre es posible
aturdir con el jab de la “injerencia”, el elástico principio de “no
intervención”) decidir próximas movidas sería relativamente simple si contase
con el apoyo cuasi absoluto de una nación seducida por su plan. La visión de
secta extendida, el afán totalitario de los mandones se diluye si no conecta
con un movimiento de masas capaz de encuadrar a toda la sociedad. No ha sido
nunca el caso del chavismo, por cierto, ni siquiera cuando su máximo líder
vivía, y mucho menos lo es ahora, cuando la popularidad del gobierno besa el suelo
como una planta rastrera. No hay sistema de control social, no hay deseo de
supresión radical de la política que logre bailar a gusto sobre el vasto
rechazo de un país.
A
diferencia, por ejemplo, del escenario Zimbawe (uno de los fantasmas que nos
rondan) donde en su momento la popularidad del “camarada Bob” amansó ánimos en
medio del más horrendo desmoronamiento social, económico y sanitario de su
historia, sin líder sustentado por su épica y/o real ascendencia, sin mayoría
cuasi absoluta de leales adeptos será muy espinoso avanzar en la concreción de
ese farsesco "nacionalismo tribal” en el que, ajeno a toda realidad,
insiste el madurismo. No hay acá “pico de plata” capaz de hermosear la idea de
inmolarse por la supervivencia del proyecto. No hay tampoco pueblo dispuesto a
ignorar que el hambre hinca su colmillo con brutal sevicia, más cuando a la
vuelta de la esquina persiste la seña de un país donde la perspectiva de hacer
cola para adquirir bienes básicos a precios impagables sonaba a delirante
distopía.
En ese
punto salta otro amargo cotejo: el de la Cuba del castrismo. En país famélico y
hostigado por el control militar, no en balde ese “coco” asoma en los
pronósticos. Pero la tradición democrática venezolana –rara avis para el
cubano- sigue oponiendo terco anticuerpo a la amenaza dictatorial.
Contrarrestando el efecto de algunas dislocadas expresiones de la rabia que
cunde en anarquía, la inédita jornada del 16J convocada por la AN -“acto de
valentía nacional”, dice la columnista y editorialista del Wall Street Journal,
Mary Anastasia O’Grady- ilustra con abundancias nuestro talante pacífico y
electoral, un saber plural hecho “vita activa”, praxis para la transformación;
la convicción contra todo trance de que la solución política siempre es
preferible a la guerra. Frente al terror, la amoralidad del lumpen, la
heteronomía, surge el mneme, la noción del continuo, lo no-interrumpido; esa
memoria de quien vivió la democracia o la lleva impresa en su ADN gracias a sus
mayores, sigue dando médula a la resistencia. Apreciar lo que se tuvo cuando se
ha perdido, presta a la conciencia de una nueva ciudadanía un escudo hasta
ahora inquebrantable.
Sin
contar azarosos “cisnes negros”, toca sumar a las variables el riesgo del
default, la falta de fuelle financiero del Estado: con reservas internacionales
en sus mínimos históricos ($9.986 millones según BCV, la cifra más baja en 20
años) y la restricción del crédito, la capacidad de maniobra parece nula…
¿resolverá la Constituyente este aprieto superlativo? Nada probable. Esto en
medio de la robusta, articulada posición del mundo ante la pretensión de
imponer esa ANC, la solicitud de retirarla e iniciar un proceso de negociación
que permita restaurar el hilo democrático.
¿Está
el madurismo contra la pared? Repasemos la vista: un gobierno impopular,
sitiado por una crisis extrema; sostenido, sí, por la fuerza de los fusiles, en
país con tenaz antecedente democrático. Las contradicciones dan vida a ese raro
espécimen, duro de desmenuzar; un reto enorme, en fin, para quien brega con la
tarea de urdir posibles epílogos, de divisar lo que sigue.
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