FÉLIX PALAZZI 29 de julio de 2017
@felixpalazzi
La
antigua virtud de la tolerancia se consolidó en el discurso social y político a
partir de los siglos XVII y XVIII. En ese entonces, y en un primer momento, la
tolerancia, en su ámbito civil, se entendió como una política de Estado
referente a la disidencia o a la pluralidad religiosa. La relación entre
tolerancia y ejercicio del poder es constitutiva al desarrollo de este
concepto.
Humanizándonos
La tolerancia debe encontrar espacio en la ética de todo grupo social en cuanto representa un valor civil y democrático.
Su
sentir y actuar no es otro que la búsqueda del vivir humanamente,
humanizándonos y humanizando a la realidad.
No
obstante, son las instituciones de una sociedad las que deben expresar,
promover, incentivar, educar y vivir valores civilizatorios que busquen el
“bien común” o, al menos, logren superar el “mal común”.
Puede
ser cierto que en nuestra realidad la sociedad adolezca de valores desde los
que se pueda reconstruir y encontrar un horizonte común.
Pero
hay que reconocer que nuestras instituciones están carcomidas por el cáncer de
la intolerancia.
Pensar
y asumir
Reconstruir y sanar el “ethos” del país luego de haber vivido el giro de una lógica civil y democrática a otra militar y revolucionaria, será una tarea que implicará el esfuerzo de todos sectores de nuestra sociedad para pensar y asumir los valores desde los que deseamos vivir y construirnos.
¿Sin
condiciones?
A lo largo de este proceso es importante entender que es absurdo aceptar un diálogo sin condiciones, o al menos sin las condiciones previas de lo que un diálogo implica y significa. También podemos sostener que es una contradicción afirmar que nuestras instituciones son tolerantes, cuando lo que buscan es la rectificación o la anulación del contrario. Cuando la tolerancia es desvirtuada desde el uso del poder y se ofrece como una concesión o un permiso, el tolerado o todos aquellos que acepten ser tolerados -de ese modo- estarían admitiendo su propia desigualdad de derechos y, por tanto, la abdicación de los mismos.
“Razones
prácticas”
La necesidad de construir el tejido político de nuestra realidad requerirá de la tolerancia. Al menos como un acuerdo en “razones prácticas” que nos permitan vivir o alcanzar los objetivos que nos propongamos. Según John Rawls la tolerancia se ha de basar en principios o demandas “razonables” y deben justificarse en el ejercicio del poder bajo el “criterio de la reciprocidad”.
El
“otro” ha de ser reconocido como una persona libre con igualdad de derechos y
libre de toda “dominación o manipulación”.
En
consecuencia, la justicia debe ser la instancia que garantice la reciprocidad
de “derechos y deberes” de los grupos e intereses que coexisten en todo
colectivo humano.
Sin la
garantía de la reciprocidad la tolerancia se desvirtúa en una forma cínica de
opresión, en simple concesión a existir que no pasa por el pleno reconocimiento
del derecho de existir en igualdad de condiciones.
Civilidad
y la coexistencia
Avanzar en esta lenta recuperación del tejido sociopolítico desde los valores civiles que permitan rehacer la civilidad y la coexistencia, será la tarea que nos debe ocupar durante los próximos años.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
@felixpalazzi
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