RAFAEL LUCIANI 22 de julio de 2017
@rafluciani
La
irracionalidad política en la que vivimos, nacida de una persistente obsesión
por el poder absoluto, es consecuencia del abandono de la senda de la
moralidad. La consecuencia, padecida por todos, es la gradual instalación de un
proceso de deshumanización psicosocial que ha ido conformando una cultura de la
sobrevivencia, afectando así a todos los espacios de la vida pública, sin
excepción, en menor o mayor grado. Esta consiste en considerar como normal la
pérdida del valor sagrado propio de toda vida humana, y en ver a los individuos
como un bien relativo al servicio de una ideología, sea política o económica.
Los documentos del magisterio episcopal latinoamericano, como Medellín, lo
entienden como una «auténtica estructura de pecado que se configura como
verdadera cultura de muerte». De este modo se desfigura aquello que conocemos
como la vida cotidiana, haciéndose pesada y tediosa de llevar.
Los
procesos de deshumanización a los que estamos siendo sometidos todos los
venezolanos se agravan cuando debemos pagar las consecuencias de una inflación
desbocada, el desabastecimiento de medicinas y la inseguridad por doquier.
Estos hechos no pueden ser vistos como meros problemas de una disfuncionalidad
económica, sino como la consecuencia de un sistema ideológico que se ha hecho
estructuralmente incapaz y moralmente indolente ante la verdad de la realidad
que nos rodea. Un sistema es moralmente cuestionable e intencionalmente malo
cuando deja de tener como prioridad a los más pobres y vulnerables. Esos que
hoy padecen hambre y un fuerte deterioro en la salud. El único cambio posible
comienza por colocar nuevamente al ser humano en el centro de las políticas
públicas y respetar el valor sagrado de su vida.
Transitar en paz
Durante
su viaje a Bolivia, el Papa Francisco dijo que «los pueblos quieren ser
artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la
justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al
más débil». En Derecho, a esto se le denomina la soberanía del pueblo y es lo
que se ejerció el día 16 de julio bajo un mecanismo constitucional de consulta
popular, organizado por el pueblo y para el pueblo de modo absolutamente
pacífico y ejemplar.
Hoy
estamos viviendo un acontecimiento en nuestra historia. Uno que nos ha devuelto
la esperanza. El pueblo venezolano, en su mayoría, quiere y ha pedido retomar
la senda de la escucha para sanar la quiebra moral e institucional en la que
hemos caído. Es urgente llegar a un proceso de conciliaciones políticas que de
pie a cambios para enrumbar al país por la senda electoral. Pero el hecho, nos
guste o no, es que mientras muchos se empeñen en criticar todo lo que haga la
oposición, el gobierno seguirá ganando espacio y tiempo, porque cuando se
polariza sólo gana quien tiene el poder.
No
podemos seguir temiendo a palabras como diálogo o negociación, o nunca
encontraremos una salida política, pacífica y viable. Cuando nos cerramos en
nuestras propias ideas, sólo gana quien ostenta el poder. Podemos terminar
recordando las palabras de Jacques Maritain: «la democracia no exige en modo
alguno un acuerdo compartido sobre los fines últimos, sino la aceptación de referencias
mínimas comunes, como el respeto de las minorías, la preocupación por los DDHH,
el sentido y la necesidad de una vida común compartida en el destino de la
nación. En todo esto, lo que debe dominar es la preocupación y el deseo de
reconocer al otro», de reencontrarnos. Esta es la senda moral a recuperar.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologia@gmail.com
@rafluciani
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