Miguel Méndez Rodulfo 28 de julio de 2017
Venezuela
enfrenta, si se quiere, su hora más terrible en estos nefastos 18 años de
infame gobierno. El país está en una encrucijada, los presagios no apuntan nada
bueno, pero forzosamente hemos de llegar a una definitoria. Muchos analistas
políticos consideran que la polarización es extrema; sin embargo, tengo mis
reservas al respecto. Creo que la polarización opera cuando hay dos bandos más
o menos igualados y ninguno puede reducir al otro. En el retrato de hoy, 85% de
los venezolanos adversan férreamente al gobierno chavista; esa mayoría aplastante, la razón que la
asiste, el apoyo de la comunidad internacional y su deseo de luchar cívicamente
por un cambio, puede y debe inclinar la balanza a su favor. No obstante esto no
será nada fácil. Otro argumento esgrimido por los analistas es que cada parte
quiere aplastar a la otra y eso inevitablemente tiene el potencial de
desestabilizar al país. Tampoco estoy muy de acuerdo con esto, porque la
oposición tiene muy claro que la gobernabilidad se basa en la inclusión, la
libertad, el respeto y el reconocimiento de las minorías. De manera que de
haber un nuevo gobierno democrático, la oposición chavista tendrá su espacio
político y no será perseguida ni obstaculizado su accionar político. Lo que es
claro es que esto no es así para el régimen, que si quiere borrar a la
oposición y negarle todos sus derechos políticos.
El
gobierno llama al diálogo para que éste le proporcione piso político a la
constituyente; la oposición se niega naturalmente a justificar ese exabrupto
jurídico, con lo que el régimen amenaza con obligar a la MUD a sentarse cuando
la ANC se haya aprobado. Zapatero también llama al diálogo, pero los convidados
de Vladimir a la 1, claman por una negociación y aducen, cosa que es cierto,
que los conflictos se inician en los reductos de las partes, pero siempre
terminan en la mesa de negociación. El tema es que el diálogo, mucho menos la
negociación, es extremadamente difícil de justificar con un gobierno que
quebranta la Constitución y las leyes y le da una patada a la mesa cuando
quiere. ¿Cómo se dialoga así? Además, por la propia culpa del gobierno, el
control político de la oposición se ha ido diluyendo de la MUD, con lo cual se
instala en el país el germen del caos, de la multiplicidad de actores en el
conflicto, algo que socava el diálogo.
Lo que
los amigos de Villegas nos dicen es que si no hay negociación, habrá guerra
civil, porque el régimen aunque escuálido (nunca mejor usado el término), tiene
el poder de las armas. De manera que nos conviene negociar. Así debemos
conformarnos con unos cuantos magistrados en el TSJ, algunos rectores en el
CNE, el respeto a la Asamblea Nacional y a la Fiscalía General. A cambio,
tendríamos que dejar que se cumpla el período constitucional: o sea, Maduro
entrega en 2019. Esta solución negociada, dicen, toma a la Constitución como
guía. Lo que olvidan es que la Carta Magna establece también el revocatorio,
algo que el gobierno obvió groseramente, y no estipula que una constituyente se
convoque en esos términos. La manipulación del régimen al TSJ para promover una
constituyente espuria e inmoral, habla a las claras del irrespeto por los
preceptos constitucionales. ¿Luego entonces, cuál Constitución va a ser la
guía?
El
“arreglo anterior” no explica que pasa si se aprueba la constituyente y el
gobierno arrasa con todo. Las protestas multitudinarias contra la permanencia
del régimen en el poder, no comenzaron en abril por la constituyente, se
iniciaron porque ya es imposible vivir con la escasez cada día mayor de
alimentos, una inflación galopante que es la más alta del mundo y una ausencia
casi total de medicinas, algo que parece que los analistas no consideran cuando
proponen que dejemos a Maduro terminar su mandato. La constituyente en sí misma
es una trampa, para todos incluido el gobierno. Si la hacen e intentan
aplicarla, la ira popular incontrolada incendiará el país. Si no se hace (que
aún es una posibilidad), porque el gobierno se la piense bien, haya asimilado
la presión internacional y se convenza que Trump puede suprimir las compras de
petróleo venezolano, o bien porque la MUD negocie su cancelación a cambio de
las condiciones anteriormente expuestas, el gobierno verá mermado su apoyo en
los dos casos y la oposición sufrirá credibilidad en el segundo. Los días que
vienen son muy difíciles. Los militares jugarán un rol fundamental. Ni la
mayoría está comprada con un cargo público, o una prebenda del Arco Minero, y
todos saben que el Estatuto de Roma los perseguirá en caso de delitos de lesa
humanidad. Esto último y la decisión de EEUU de evitar que Venezuela se
convierta en otra Siria, es lo que impediría una guerra civil. En tanto el
pueblo no ceja en su empeño de salir de esta calamidad de gobierno.
Miguel
Méndez Rodulfo
Caracas
28 de julio de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico