LUIS MANUEL ESCULPI 26 de
julio de 2017
El
proceso no es legítimo. Era previsible desde su origen. Fue concebido como una
maniobra política para pasar a la ofensiva. No importaría desdecirse si se
lograba el objetivo. La campaña ha sido un verdadero desastre. No importa que
la multiplicidad de propuestas nada tengan que ver con su propósito, eso es lo
de menos. A final de cuentas lo de "la mejor del mundo" era solo una
frase. Están conscientes del inmenso rechazo. Las amenazas ya no surten el
efecto esperado. Más de cien días de protestas continuadas lo evidencian. La
apatía es percibida en sus propias filas. El desánimo las recorre. La disputa
por el control subyace en la cúpula. Es soterrada más a veces no puede dejar de
evidenciarse.
De
imponerse no dispondrá de reconocimiento nacional e internacional. Lo del
carácter originario resulta dudoso, no fue aprobada en referéndum. La solución
de los problemas más graves y urgentes de los venezolanos no está asociada a su
realización. Lo saben pero siguen en la búsqueda desesperada de ganar tiempo,
para eso tal vez pueda serle útil.
Todo
indica que si Maduro logra imponer su constituyente no logrará legitimarla. La
crisis económica-social y la inseguridad seguirán su curso, por la obsesión de
mantener sus ya fracasadas políticas. La calidad de vida continuará
desmejorando y la necesidad del cambio político estará presente.
La
semana que se inicia puede resultar crucial, la convocatoria de Maduro solo
será suspendida –como algunos voceros del CNE han sugerido– por un acuerdo de
última hora, o por algunos sucesos imprevistos que obliguen al Gobierno a
retirarla. Hasta ahora la cúpula gobernante, aún contra la voluntad mayoritaria
de los venezolanos, mantiene el propósito de imponerla y constituirla en un
poder supra-constitucional.
En
todo caso "el mundo no se acaba el domingo". La vida continuará, al
igual la lucha social y política. La mayoría que se ha conformado seguirá
expresándose. El Gobierno no las tiene ni las tendrá todas consigo, al
contrario sus dificultades actuales aumentarán. Sus contradicciones tienden a
agudizarse. La tendencia a aislarse internacionalmente seguirá creciendo.
Se
afirma frecuentemente y con razón que conflictos como los que confrontamos, en
definitiva solo se resuelven con una solución negociada. Cuando se habla de
ello el subconsciente colectivo recuerda el último intento del frustrado
"diálogo" promovido por Rodríguez Zapatero y los otros dos ex
presidentes, donde en su preparación, aceptación de condiciones y puesta de
escena se cometieron graves y variados errores.
Las
negociaciones para la resolución de conflictos no pueden ser fruto de la improvisación,
requieren de tiempo para definir las condiciones previas, los garantes
internacionales (si los hay), la agenda de los temas a tratar y acuerdos para
trasmitir a la opinión pública el estado de las conversaciones. En general
estos requisitos no se cumplieron en aquella ocasión, donde la oposición no se
encontraba en su mejor momento después de la inconstitucional suspensión del
referéndum revocatorio.
Ahora
que regresa nuevamente a la palestra el tema, en caso de darse las condiciones
para iniciar conversaciones, las fuerzas democráticas deben tomar muy en cuenta
la experiencia anterior, estando en mejor situación, el Gobierno aún más débil
y la fuerza creciente de la aspiración de cambio político, constituyen cartas
fundamentales a la hora de plantearse cualquier iniciativa en ese sentido.
La
lucha contra la constituyente de Maduro -más en general- todas las
manifestaciones de la acción política y social no pueden cesar, ante le
eventualidad de iniciar conversaciones con algunos protagonistas en el
escenario internacional, ellas no sólo deben mantenerse sino intensificarse;
conservando la ofensiva en todos los planos de la actividad de las fuerzas
democráticas. Eso es posible considerando en primer término que el proceso
intentado por el régimen ha sido totalmente ilegitimado.
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