Por Daniel Fermín
La gran conquista de la
sociedad venezolana en el siglo XX fue la política. Esta hizo posible –y es
siamesa de- la democracia. La política representó un avance sin igual para un
país que se dedicó, durante todo el siglo XIX, a la guerra, al exterminio
fratricida, a matarse entre sí.
Así, la imposición dio lugar a
la negociación y al diálogo. Conversando se entendió la gente. Diversidad de
actores, de intereses, de maneras de pensar se encontraron el la esfera
política y, a través de la conciliación, trazaron los grandes acuerdos que
permitieron dibujar, en la diversidad y la heterogeneidad, un norte compartido
para Venezuela.
En la lucha de la civilización
contra la barbarie, la política fue crucial. Y lo fue porque hablar de política
es hablar de civismo, de resolver las diferencias de manera civilizada, sin
violencia; de reconocerse y, sobre todo, de respetarse. No, no hubo un reparto
de cuotas entre gente de superficialidad ideológica, que pensaba más o menos
igual. Lo contrario, quienes se entendieron ayer en Venezuela representaban
ideas contrarias, en algunos temas diametralmente opuestas incluso. Allí el
valor de dibujar ese futuro compartido, no en la uniformidad, sino en la
diversidad.
Por supuesto, la política
entró en crisis: las instituciones no lograron responder al ritmo de los cambio
sociales, incluso de los promovidos en positivo por ellas mismas; la
corrupción; el rentismo; el papel de las elites; la crisis de representación.
Esto y mucho más. Sobre sus ruinas surgieron el chavismo y el primer
antichavismo antipartido, con un mensaje muy similar.
La antipolítica se instalaría
en el imaginario, con consecuencias muy reales: la promoción del militarismo y
la vuelta del “gendarme necesario”, el takeover de los dueños de
medios de la actividad que normalmente compete a los dirigentes políticos.
Hasta 2006, cuando la política fue retornando, tímidamente. No, no son
antipolíticas las críticas a la política, a los políticos ni a los partidos. Sí
lo son, sin embargo, los procederes intransigentes y contrarios al
entendimiento, al reconocimiento del contrario, a la libertad de pensamiento,
acción y asociación. Aunque lo digan los políticos, no hay política en
exterminar al contrario, en volverlo polvo cósmico. Nada más lejos. Los
desafíos del presente exigen una vuelta a la política, en medio de alarmantes
exhibiciones de comportamientos pre y anti políticos que nos hacen
preguntarnos, con preocupación, hacia dónde va esto…
El oficialismo no cree en la
política. Su planteamiento participativo no es sino una pantomima tutelada y
nariceada en el chantaje rentista. Hoy, cuando el modelo hace aguas y la
popularidad se ha ido para no volver, es evidente: colectivos paramilitares,
malandros y militares representan el sostén del régimen.
¿Y del otro lado? La
existencia misma de la MUD representa un logro político. Con todas las críticas
que puedan hacerse, justificadas y no tanto, poner de acuerdo a un abanico tan
amplio de maneras de pensar, de partidos y hasta de egos, es una muestra
política contundente. Que la MUD deba ampliarse, ir más allá de la rosquita
ejecutiva y asumir una mayor conducción es cierto, pero no desmiente lo
anterior.
En esta lucha de más de cien
días, una lucha de resistencia, se ha agudizado el conflicto. Y justo cuando
más falta hace, pareciera que el gran ausente es la política. La calle es un
instrumento político, pero no puede sustituir a la política. Así, la calle
genera presión, deja claro el mensaje de todo un pueblo, pero la calle no puede
ser un fin en sí mismo. Tampoco la calle puede convertirse únicamente en una
épica para el enfrentamiento heroico contra militares y malandros armados. La
naturaleza asimétrica del conflicto lo imposibilita. La política debe recobrar
fuerza para conducir esta lucha y los dirigentes deben orientar la acción
colectiva planteando una agenda concreta y realizable.
El régimen ha sido
inclementemente violento frente al clamor popular. Como respuesta, parte de
quienes hoy protestan de diversas maneras en el país, en el desespero y la
frustración, están convencidos de que la única manera de derrotarlos es en su
mismo terreno. Sí, indigna y entristece la manera en la que supuestos sectores
de izquierda celebran y ríen con la represión, las arremetidas paramilitares y
el fetiche de la prohibidera; pero también preocupa, mucho, cómo muchos de
quienes dicen luchar por la libertad pretenden imponerse a sus vecinos, a sus
compañeros de lucha, con métodos que les hacen parecerse a lo que tanto dicen
enfrentar. La intransigencia y la violencia no hacen sino afianzar las bases
del chavismo, no importa cómo quiera llamarse quien las enarbole.
¿Dónde está la política?
Quizás el título, por provocador, es muy duro. La verdad es que desde la
Asamblea Nacional se han hecho intentos genuinos por encauzar políticamente el
conflicto. Sobre todo la Consulta Popular del pasado 16 de julio representó un
triunfo de la política. El resultado de esa jornada abrumadora plantea nuevos
desafíos, incluida la negociación. Sin complejos, sin tenerle asco a la
palabra. Venezuela no puede seguir siendo el país en el que gobierno y
oposición no se hablan. Debe plantearse una agenda concreta, no un show, que
siente las bases para resolver la crisis y superar el conflicto, dándole al
pueblo la última palabra como dueño de su destino. Podrá decirse que al régimen
no le interesa, y eso es verdad, y ese reto solo la política y la presión
popular pueden encararlo.
Conducción, liderazgo, dirigencia.
En corto, política. No serán los colectivos que amedrentan y asesinan los que
llevarán al país al siglo XXI, pero tampoco los que, en barricadas, deciden que
no les da la gana ni le importa la opinión del vecino porque sí, por malandraje
de otro estrato o ideología.
Vamos pues, de vuelta a la
política. Este país de todos tenemos que hacerlo todos. Nadie quiere una
guerra, queremos paz y entendimiento. La política motorizó el más grande cambio
social de la historia de Venezuela, es hora de que lo haga de nuevo.
Publicado en PolítiKa UCAB el 21 de julio de 2017.
22-07-17
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