Por Antonio Pérez Esclarín
Los militares están formados
para obedecer, dar órdenes y si llegare el caso, ganar la guerra como sea.
En la estructura completamente piramidal del mundo militar los de arriba
mandan y los de abajo obedecen. La mera crítica a las órdenes se considera una
falta de disciplina o incluso un delito. De ahí que el mundo militar privilegia
la obediencia ciega y puede resultar muy peligroso pensar con la propia cabeza.
Tienden a identificarse con las gestas heroicas del pasado, sin importar que
hayan llegado a ocupar los más altos cargos sin haber disparado un tiro o sin
analizar si su conducta actual tiene algo de heroica. Para la cultura militarista,
no hay oponentes o rivales, sólo enemigos que hay que derrotar o incluso
aniquilar. Todo, (recursos, ideas, armas), se orienta a ganar la batalla o la
guerra (no en vano la palabra estrategia en su origen griego, significa
precisamente “el arte de ganar la guerra”) y para lograr tal fin todo suele
estar permitido. De ahí que suele decirse que la primera víctima en todas las
guerras suele ser la verdad. Por ser los únicos que tienen el monopolio del uso
de las armas, resulta extremadamente peligroso si pierden la perspectiva y se
subordinan a una parcialidad política, olvidando que se deben por igual a todos
los ciudadanos. Igualmente resulta extremadamente peligroso que lleguen a
ocupar altos cargos personas de dudosa moralidad o que tienen un carácter
irascible o violento.
La genuina democracia, más que
un régimen de gobierno, es una forma de vida, donde el poder militar se
subordina al poder civil. Se asienta sobre la igualdad de todos los ciudadanos
ante la ley, que se unen para convivir mejor y apoyarse mutuamente y nunca se
sustenta en la fuerza. De ahí la importancia de que se garantice la separación
de los poderes, para controlar las tentaciones impositivas o dictatoriales del
ejecutivo, pues como se viene repitiendo, “el poder corrompe y el poder
absoluto corrompe absolutamente”. La democracia se sustenta en el respeto, el
diálogo, la negociación, y considera la diversidad como expresión de la
verdadera convivencia.
Ya desde Aristóteles, el arte
de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra (de
allí viene parlamento, sinónimo de Asamblea), el diálogo, la negociación,
desechando cualquier recurso a la fuerza y la violencia, que son medios propios
de los pueblos primitivos. Mandar en vez de persuadir, ahogar el disenso por la
fuerza, eran formas prepolíticas, típicas de déspotas y tiranos.
Cuando la democracia es
penetrada por la cultura militarista, languidece y termina por morir. Por
ello, en las democracias genuinas el poder militar está totalmente subordinado
al poder civil, y los militares se dedican a cumplir su papel de defensores de
la Constitución y protectores de la nación y de todos los ciudadanos. No
entiendo, por ejemplo, cómo pueden invocar tanto la soberanía y la
independencia y permitieron que la guerrilla impusiera su ley en nuestras
fronteras, que cubanos estén al frente de organismos importantes y que
paramilitares armados siembren el terror en las calles de nuestras
ciudades. Por ello, ¡líbranos, ¡Señor, de golpes de Estado o gobiernos
militaristas y haz que los militares cumplan fielmente su misión!
28-07-17
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