Por Carolina Gómez-Ávila
“Como en las democracias
hace el pueblo, al parecer, lo que quiere, han dicho que la libertad es propia
de tales gobiernos, confundiendo la autoridad del pueblo con la libertad del
pueblo”.
La frase de Francisco Javier
Yánes –prócer civil de nuestra independencia, otro más que ha sido
invisibilizado por el militarismo que ha signado nuestra historia hasta las
actuales consecuencias– nos da luces claras sobre las expectativas, sus
manipulaciones y augurios. De todo ello, quiero advertir.
Antes de mandarlos a vocear
consignas, ¿alguien explicó a los menores de 30 años de qué se trata la
libertad cuando se vive en sociedad? Y los mayores de esa edad, ¿declararon
estar dispuestos a ceder la porción de libertad individual necesaria para
garantizar la paz, como nos ordena el Pacto Social? Insisto, porque los
primeros no vivieron –y por lo tanto, no conocen– las bondades del sistema
republicano; y los segundos se malearon tras casi 4 lustros de abusos sobre él.
Yánes destaca un par de
definiciones comunes (las describe como “oscuras y vagas”) sobre el significado
y alcance de la libertad. Según la primera, “la libertad consiste en poder
hacer todo lo que no está prohibido por las leyes”; la segunda asegura que es
“la facultad de hacer todo aquello que debe sernos permitido hacer”. Y
advirtiendo que la primera abarca poco y la segunda, demasiado, pasa a
pintarnos a la libertad apresada en medio de un cuadro familiar:
“Unos la han tomado por la
facultad de deponer a quien habían dado una autoridad tiránica; otros por la
facultad de elegir a aquel a quien han de obedecer; otros por el derecho de
andar armados y poder ejercer la violencia; aquellos por el privilegio de no
ser gobernados sino por hombres de su nación o por sus propias leyes. Hay
pueblos que por mucho tiempo han creído que la libertad consistía en el uso de
llevar la barba larga. Ha habido quienes dieron este nombre a una forma de
gobierno, con exclusión de las demás.”
Y entonces, ¿a qué se refiere
la libertad? Dice Yánes que al medio que usamos para ser felices (“Quiero
ser feliz, es el primer artículo de un código anterior a toda legislación.”)
representado en el derecho de disponer de nosotros mismos, nuestras acciones y
bienes en función de esa felicidad con la condición (sí, la libertad tiene
condiciones) de no dejar de cumplir nuestros deberes para con la República,
nosotros mismos y los demás, y además con la obligación de no perturbar a
ninguno en el ejercicio de la suya, a menos que abusen de ella. Y esto ha de
verificarse en los ámbitos civil, individual y político.
Estas pocas nociones no nos
han sido inculcadas, y eso es muy malo. Pero aprovecharse de esa ignorancia, es
atroz. Y es lo que hace la antipolítica cuando insufla aspiraciones de libertad
sin condiciones ni límites, para “incendiar la pradera” y hacerse del poder.
Porque en la confusión y el desafuero, no se notará la alianza con la dictadura
para pasarle por encima a las fuerzas democráticas limpiamente organizadas, que
nos ofrecen lo único valioso a futuro y que no debemos perder de vista en este
crispado momento: control.
Nunca más un líder en olor de
multitudes debe acceder al poder sin el férreo control de los partidos
políticos, sin la –a veces, incluso censurable– presión de sus
correligionarios, sin la decidida ambición de los que le acompañan para
mantenerlo a raya, de modo de que no se erija en otro dictador.
El que esté libre de ataduras
y compromisos políticos para llegar al poder, también estará libre de ataduras
y compromisos para aplastarnos y someternos como sucedió en 1998.
Y no ser sometidos, es mi
noción de libertad.
22-07-17
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