Joaquín Villalobos 21 de julio de 2017
El
régimen de Maduro se está convirtiendo en el sepulturero de la ‘Revolución
Bolivariana’. Enfrentado a una coalición de fuerzas de centro que creen en la
democracia y el mercado, es un modelo muerto y nada puede recuperarlo
En
Latinoamérica están en marcha tres transiciones que golpean a la extrema
izquierda: el fin de la lucha armada en Colombia; el retorno gradual, pero
irreversible, de Cuba al capitalismo; y el final de la Revolución
Bolivariana. Venezuela es el eje de estas tres transiciones. Con más
de 400 presos políticos y la negación a la alternancia mediante elecciones
libres, el régimen chavista se destapó como dictadura. Después del intento de
Fujimori, se acabaron en el continente las dictaduras de extrema derecha y tras
casi 40 años de democracia solo quedan las dictaduras de extrema izquierda en
Cuba y Venezuela. En este contexto, los 100 días de protestas contra Maduro se
han convertido en la rebelión pacífica más prolongada y de mayor participación
en la historia de Latinoamérica. Ninguna dictadura anterior enfrentó un rechazo
tan contundente.
Si
Nicolás Maduro hubiese aceptado el referéndum revocatorio en el 2016,
posiblemente hubiera perdido conservando un 40% de los votos. Pero
ahora cada día que pasa su soporte es menor, con lo cual Maduro se está
convirtiendo en el sepulturero de la Revolución Bolivariana. Es
totalmente falso que en Venezuela haya una lucha entre izquierda revolucionaria
y derecha fascista; el régimen venezolano está enfrentado a una coalición de
fuerzas esencialmente de centro que incluye a partidos, líderes, organizaciones
sociales e intelectuales de izquierda que creen en la democracia y el
mercado. Lo que está en juego en Venezuela es el futuro del centrismo
político en Latinoamérica, porque en esta ocasión, las fuerzas democráticas no
son compañeros de viaje de extremistas ni de derecha, ni de izquierda. La
derrota del extremismo abre la posibilidad de alcanzar una mayor madurez
democrática en el continente.
Chávez
pudo darle unos años más de vida al régimen cubano que ahora, literalmente,
está buscando desprenderse de la teta petrolera venezolana para agarrarse de la
teta financiera norteamericana. Hace 18 años era intelectualmente
obvio que la Revolución Bolivariana tenía fecha de caducidad. La
historia de sube y baja de los precios del petróleo y los avances tecnológicos
volvían absurda la pretendida eternidad de un socialismo petrolero que
permitiera repartir sin producir. Sin embargo, izquierdistas de toda
Latinoamérica, España, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y del resto del
mundo vieron en Hugo Chávez la resurrección del mesías y en Venezuela el
renacimiento de la utopía que había muerto en Europa Oriental y agonizaba en
Cuba. La euforia fue tal que, para muchos, ser de izquierda implicaba aplaudir
a Chávez y no criticar a Fidel Castro. La chequera venezolana compró lealtades
a escala universal. Sin duda el final del régimen dejaría perdedores en todas
partes, por eso sigue conservando defensores y obteniendo silencios.
Pero,
finalmente, tal como era previsible, se produjo la implosión del socialismo del
siglo XXI y la crisis humanitaria que ha generado es descomunal; la fiesta del
despilfarro revolucionario y del robo oportunista ha terminado. El
modelo chavista saltó de la inclusión social a la multiplicación exponencial de
la miseria. El modelo está muerto y absolutamente nada puede recuperarlo. El
régimen de Chávez fue el único de los llamados bolivarianos que le declaró una
guerra abierta al mercado con expropiaciones que acabaron con la economía de
Venezuela. Ahora solo le queda la fuerza bruta del carácter militar que siempre
tuvo. Las ideas que acogió Chávez fueron más una oportunidad para la
tradición militarista venezolana que una definición ideológica.El
principal factor de cohesión de la Revolución Bolivariana nunca
fue la ideología, sino el dinero. Con los billones de dólares en ingresos
petroleros fue fácil que un grupo de militares se decidiera, para beneficio
propio, confesarse izquierdistas.
Los
militares venezolanos tienen más generales que Estados Unidos, ocupan miles de
puestos de gobierno, han armado paramilitares, se han involucrado en el
narcotráfico, han intervenido y expropiado empresas, se benefician de la
corrupción, controlan el mercado negro, reprimen, apresan, torturan, juzgan y
encarcelan opositores. En 17 años los militares han matado casi 300 venezolanos
por protestar en las calles. En la historia de las dictaduras
latinoamericanas no ha existido una élite militar que haya podido enriquecerse
tanto como la venezolana y todo esto lo han defendido como “revolución
popular” los extremistas de izquierda en todo el planeta. La plata
venezolana logró que intelectuales de primer y tercer mundo establecieran que
los antes “gorilas derechistas” fueran reconocidos como un fenómeno
revolucionario.
En el
pasado, los revolucionarios latinoamericanos fueron perseguidos por Estados
Unidos; los bolivarianos, por el contrario, tienen propiedades y cuentas
bancarias en Florida. A Venezuela no necesitan invadirla
como a Cuba, tampoco requieren armar contrarrevolucionarios como lo hicieron
con Nicaragua. La Revolución Bolivariana no depende de Rusia,
ni de China, sino de que su enemigo, el “imperialismo yankee”, le
siga comprando petróleo. Venezuela cubre solo el 8% del mercado estadounidense.
Suspender esa compra no afectaría a Estados Unidos y no sería una agresión,
sino una decisión de mercado. Por ello, aunque parezca inaudito, Maduro sigue
gobernando gracias a la compasión de Donald Trump. No hay argumento
antimperialista que valga, Estados Unidos no ha metido su mano en Venezuela
como la metió en Chile, República Dominicana, Panamá o El Salvador.
Los
enormes progresos en bienestar logrados por el centroizquierda en Costa Rica,
Chile, España y, no digamos, Suecia, Noruega o Dinamarca respetando la
democracia y el mercado contrastan con el desastre social y económico de Cuba y
Venezuela. Es incomprensible la terquedad de los utópicos de querer hacer
posible lo imposible. Chávez no inventó un nuevo socialismo para el siglo XXI,
sino que repitió el camino equivocado al pelearse con las fuerzas del mercado y
ahora sus herederos hacen lo mismo contra la democracia.
El
supuesto marxista era que la Revolución Bolivariana lograría el
desarrollo de las fuerzas productivas, pero, al igual que en Cuba, lo que hubo
fue destrucción de las fuerzas productivas. Los
bolivarianos hicieron retroceder la producción de petróleo y despilfarraron los
ingresos más altos que ha tenido Venezuela en toda su historia. Pero no solo se
contradijeron con Carlos Marx. En Venezuela a los de arriba se les ha vuelto
imposible gobernar, hay un agravamiento extremo de la miseria de la gente y
existe una intensificación extraordinaria de la lucha popular. Estas son las
tres condiciones que estableció Vladímir Lenin para reconocer la existencia de
una situación revolucionaria. Qué triste debe ser comprarse una
revolución de mentiras y ser derrotado por una de verdad. Como
dice Rubén Blades en su canción: “Sorpresas te da la vida, la vida te
da sorpresas”.
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