Por Antonio Pasquali
Churchill fulminó un día a un
ex correligionario pasado al partido rival calificándolo de “única rata
que vio subir a un barco hundiéndose”.
El símil de montarse
estúpidamente en un barco que se va a pique ilustra perfectamente la
absolutista y antihistórica decisión, adoptada por el coronel-presidente
Chávez, de subir Venezuela a la nao del comunismo marxista después de
que cuarenta y seis países y territorios del mundo la habían abandonado
dejando tras sí una espantable estela de casi cien millones de muertos.
Sucedió en un período en que la entera humanidad internalizaba el definitivo
hundimiento del marxismo-leninismo encarnado en el difunto “bloque soviético”,
el cual dejaría flotando en el proceloso mar de la historia periféricos y
poco relevantes restos a la deriva de ese gran naufragio, tipo Corea del
Norte o Cuba.
Tan desfasada y sadomasoquista
decisión, monárquicamente adoptada por quien llevaba el reloj del devenir
detenido en los años de la Guerra Fría y de la Teología de la Liberación,
comenzó a reproducir en Venezuela –quince años después de caído el Muro de
Berlín– la entera secuencia de desgracias ya padecidas y superadas en cuarenta
y seis ámbitos mundiales: totalitarismo personalista, violación serial de leyes
y costumbres, colectivismo, gulags, espionaje a tapete y escuadrones
paramilitares, caótico centralismo económico, devastación de aparatos
productivos, retraso tecnológico, hambrunas y destrucción de libertades
esenciales, a las que la vesania chavista añadió, por suma vergüenza nuestra,
otros cinco padecimientos casi desconocidos a las anteriores víctimas del
comunismo: catastrófico aumento de una criminalidad impune, narcotráfico,
inflación anual de hasta tres dígitos, picos de mortalidad por graves carestías
médico-farmacológicas y un presidente modelo 1984 sermoneando implacablemente
al país en retransmisiones obligatorias que promediaban los 40,02 minutos
diarios. El coronel de marras no solo le endilgó a Venezuela un modelo político
fenecido por mor de sus errores conceptuales, inhumanidad y pasmosa
ineficiencia, sino que logró la hazaña de empeorarlo.
Chávez no venía en línea recta
del comunismo como su hermano Adán o como Nicolás Maduro, el sucesor nombrado a
dedo, quien en 1987, cinco años antes del intento chavista de golpe contra
Carlos Andrés Pérez, ya era egresado de la escuela para la formación de cuadros
políticos “Ñico López” de La Habana y, se ha dicho, confidente de los
cubanos en Venezuela y autor de los primeros intentos por lograr un contacto de
Chávez con los Castro. En 1992, año del asalto chavista a Miraflores, el
derrumbe del comunismo ya era un hecho adquirido. Desde 1985 Gorbachov había
incorporado al fosilizado vocabulario de la nomenklatura soviética los
lubricantes términos de glasnost (liberalización) y perestroika
(reorganización), el Muro de Berlín había caído en 1989 mostrando ese mismo año
el camino a Checoslovaquia y Rumania, en 1990 a Polonia y Bulgaria y en 1991 a
Hungría. Siempre en el crucial 1991 Gorbachov había disuelto la URSS, Yeltsin
ilegalizado el PCUS y la humanidad declarado oficialmente extinguida la Guerra
Fría, dando paso a los primeros tratados de desnuclearización.
Abundantemente visitado por
admiradores, Chávez transcurre dos años, hasta 1994, en la cárcel de Yare, y no
hay razón de sospechar insinceridad en sus declaraciones de 1998 a un
periodista peruano: “No soy socialista” ni en las de 2004 a CNN: “No soy
comunista… tengo aproximaciones al pensamiento socialista y progresista, pero
no soy marxista”. Es en 2007 cuando comienza a oler a insincera y oportunista
la declaración en uno de sus Aló, Presidente: "El PSUV no va a tomar las
banderas del marxismo-leninismo porque eso es un gran dogma que ya pasó",
pues dos años antes, en 2005, había declarado a un periódico caraqueño: “Llegué
a pensar en una Tercera Vía… estaba confundido… hoy estoy convencido de que
ella es imposible… Me convencí de que el camino es el socialismo". Pero es
solamente el 15 de enero de 2010 cuando Chávez declara solemnemente ante la
Asamblea: “Por primera vez asumo el marxismo”, afirmación que ya evidencia una
salida programáticamente retardada del closet ya que a) cuatro años
antes, el 10.11.2005, había resumido su universal proyecto político al
vicepremier ruso Zhukov, en Miraflores, en términos más de una vez recordados
en estos artículos: “Hacer de América Latina la Stalingrado de las ideas, para
que sea lo que Rusia no pudo ser”, b) su intento de reforma constitucional
socialista ya llevaba tres años de haber abortado en referéndum y c) su
propósito también frustrado de instalar en Venezuela, a lo soviético, un
partido único, el PSUV, que se había igualmente producido en 2006/2007.
Sea cual fuere el tempo
bergsoniano de su acercamiento al comunismo, lo demostrable es que su
comportamiento político anterior a la breve renuncia de 2002 fue grosso
modo el de un militar golpista estándar cruzado con toques de animismo
religioso, mucho populismo, propensiones izquierdosas y pragmático
oportunismo político. Durante el ínterin del “Congresillo” en 1998 ordenó
aprobar, porque le convenía electoralmente, una Ley de Telecomunicaciones
enteramente redactada por su futuro enemigo el sector patronal. Su difusamente
debatida y negociada Constitución de 1999 es, con pocas excepciones, una
carta magna aún válida que a lo sumo admitiría enmiendas pero estructuralmente
democrática, defensora de derechos humanos, progresista, libertaria, modernizadora
y pluralista, incluso con dos excepcionales e inéditas válvulas de seguridad:
la del Art. 72 (referéndum revocatorio de medio período) y la de los Art. 333,
337 y 350 (restablecimiento popular de la democracia en caso de degradación).
En su Reglamento de Radiodifusión sonora y Televisión abierta
comunitarias refrendada en enero 2002 (un último ejemplo), un entero capítulo
versa sobre la obligación impuesta al concesionario de practicar el pluralismo
político, “absteniéndose absolutamente de transmitir mensajes partidistas o
proselitistas de cualquier naturaleza” (¡sic!).
Este fue el Chávez de una
breve “fase A” inicial ya fuertemente autoritaria pero precomunista, que se
autonegaría progresivamente en la “fase B” comenzando por su propia
Constitución, cuya edición azul blandía día y noche ante las cámaras para
despistar a la gente mientras la ponderaba cada vez más cual plomo en las alas
de su proyecto revolucionario. En 2007 creyó llegado el momento de lanzar un
referéndum constitucional para modificar 69 de sus artículos y proceder a la
“edificación del socialismo”, que convertirían a Venezuela de “Estado
democrático” en “Estado socialista”.
Aunque con estrecho margen,
fue su primera gran derrota y la primera bocanada de oxígeno para la
disidencia, que en su mejor coprolalia cuartelera calificó públicamente Chávez
de “victoria de mierda”, jurando que no retiraría “ni una sola coma de su
propuesta, la cual seguiría viva”. Así fue; rebautizó la propuesta Plan de la
Patria 2013-2019, y la lanzó al ruedo en junio de 2012, nueve meses antes de su
muerte; una suerte de Constitución-bis que, a solicitud de Maduro aprobó la
Asamblea chavista en diciembre 2013, declarándola “de obligatorio cumplimiento
en todo el territorio nacional”. Pero fueron los cubanos quienes, poco antes de
la muerte de Chávez en fecha imprecisable, lograron rematar en belleza el
iter venezolano al comunismo (su gran prioridad estratégica) al imponer de
heredero un obediente miembro del aparatchik, aquel mozo por ellos
perfectamente condicionado a la inflexible ortodoxia marxista-leninista en la
“Ñico López” de los años 80; y no caben dudas de que Maduro –un presidente que
nunca dejó de enviar petróleo a los cubanos mientras sus compatriotas mueren
por falta de medicamentos– vino aplicando al caletre las lecciones
recibidas sobre establecimiento de regímenes comunistas.
La historia también habrá de
recordar, de paso, que con ocasión del Plan de la Patria los apologistas
criollos del régimen superaron cualquier antecedente estalinista o ceausesquiano.
En uno de sus textos, aún en red, se asegura que “a la Biblia, el Corán, el
Manifiesto Comunista, la Declaración Universal de los DD HH y otros documentos
que han marcado un hito en la historia religiosa, económica, política y
social de la Humanidad, se sumó este mes, convertido en Ley de la República, el
Plan de la Patria…obra maestra de…ese visionario que fue Hugo Chávez”.
Todo esto huele hoy
definitivamente a ridículo, patético y vetusto, a moho y ballena muerta
urgida de desinfectantes. Venezuela, que todo lo tuvo para ser la Suecia de
Latinoamérica, da por perdidos en la desgraciada aventura chavista veinte años
de progreso, fértil crecimiento demográfico, inmensas riquezas, pleno empleo y
buena educación, actualización tecno-científica, mejor salud y superior
calidad de vida. Para medir el terrible desfase en el que hundió su país el
coronel de relojes atrasados basta levantar la cabeza de la huerta nacional y
otear un mundo que emprendió definitivamente nuevos caminos.
Milenarias y centenarias
cosmologías, filosofías, concepciones del mundo, grandes ideologías y grandes
utopías, históricos partidos políticos, poderosas centrales sindicales… todo
ello ha ido derivando hacia una crisis irreversible por su incapacidad de
comprender el mundo nuevo creado por otros ideales de vida, sobrecogedores
avances tecno-científicos, inéditas vulnerabilidades, medios de destrucción
masiva, temibles fundamentalismos, migraciones, longevidad y sobrepoblación,
preludios de catástrofes ecológicas, amenazas a lo humano de la robótica
y la inteligencia artificial. Por doquier se respira aire de desestancamiento y
antifosilización, de abandono de los viejos grandes sistemas cerrados, las
weltanschauung o concepciones del mundo que todo lo pretendían abarcar y ya no
permiten entender, desde ellas, el mundo nuevo. Sobreviven como razones
válidas solo las que se ubican en las fronteras de algo con algo y se ejercitan
en un pensar inter, trans y multidisciplinario, allí donde sucede lo único que
se cree vale la pena observar.
Esta universal e irreversible
inanidad de muchas tradicionales balizas conceptuales, axiológicas, sociales y
políticas con las que se pensó y entendió el mundo en otros momentos, reduce a
episodios antihistóricos y grotescos los intentos de nadar contra las nuevas
tendencias fuertes o de revivir pasadas quimeras políticas hoy execradas y
abandonadas, como sería el caso de regiones intranacionales que persiguen
independizarse en un mundo que viaja hacia la unidad de la Familia Humana,
o de regímenes desfasados que intentan reflotar ideologías y políticas ya
irremediablemente naufragadas.
Hoy día, en el panorama
mundial, nuevas ideas-fuerza van tomando la delantera:
a) el progresivo abandono –programático y hasta denominativo– del monolitismo
doctrinario y fáctico de los grandes e históricos partidos: comunistas,
socialistas, demócratas cristianos, conservadores, liberales, demócratas,
republicanos, derechas e izquierdas etc., cuya diversidad tiende a difuminarse
y asimismo de las rígidas y omnímodas centrales sindicales, y su remplazo por
pragmáticas fórmulas à la carte, negociaciones directas patrono-trabajadores, o
eclecticismos otrora considerados heréticos (como la consigna “enriquézcanse,
le conviene al país”, del PC chino),
b) ante situaciones críticas gerenciadas por gobernantes demagogos, la asunción
de políticas populistas, nacionalistas y antiinternacionalistas,
antiglobalización y anti OIG, proteccionistas y aislacionistas, en ciertos
casos extremistas, racistas o fundamentalistas, como es hoy el caso de varios
países de la ex cortina de hierro y de parte del mundo islámico, parcialmente
de Venezuela, de Turquía y (¡cosas veredes!) de Estados Unidos, y
c) la búsqueda de inéditos, pragmáticos, suprapartidistas y algo eclécticos
centros de gravedad política, sin autarquías mentales ni rémoras ideológicos,
que tratan de combinar lo eficiente de la democracia representativa y del
capitalismo con una sensibilidad social real y fáctica a la escandinava y con
los imperativos ecológicos, en un ámbito de tolerancia y solidaridad
universales.
Resto desfasado y disperso del
naufragio marxista-leninista, el chavismo ha protagonizado el único intento de
los últimos decenios por reintroducir en un cuadro político nacional –contra la
tendencia mundial a su abandono– un solo y monolítico partido controlado
y presidido por el propio presidente de la nación; comparte con otros un estilo
de gobierno fuertemente populista inclusive en lo económico que lo ha llevado a
una cesación de pagos y al borde de la bancarrota, generando a la vez el modelo
del presidente-predicador; ha invisibilizado todas las disidencias y negado con
violencia armada los valores constitucionales del pluralismo, ubicándose en las
antípodas de la tercera tendencia, hoy predominante y la de más porvenir.
Esta última, por la que habrán
de pasearse quienes diseñen el poschavismo, nació en el crisol europeo y merece
una breve consideración por la lección que contiene.
A mediados del pasado siglo,
tras reconocer –como decía Simone Veil– que Europa había sido durante siglos
una interminable sucesión de guerras hasta desembocar en las dos inmensas
carnicerías mundiales del siglo XX, mentes iluminadas como las de Monnet,
Adenauer, De Gásperi y Schuman imaginaron y dieron vida en 1957/1958 a una
Europa comunidad de naciones; tal vez la decisión pacifista más importante de
la historia de la humanidad. Terminaron prevaleciendo en esta los aspectos
mercantiles, representados por la moneda única y, a los sesenta años, sobrevino
la crisis. Principalmente suscitada por una reacción xenófoba a los flujos
migratorios y cierta intolerancia a los poderes supranacionales de decisión,
una marejada populista, proteccionista y separatista comenzó a conmover la
Comunidad con epicentro en “la pérfida Albión” donde en junio 2016, con
corto margen, ganó por referéndum el brexit, el abandono de la Unión.
Europa temió durante meses por
su decadencia o disolución, pero la “tercera vía” del pragmatismo
suprapartidista (la que Chávez había execrado en 2005) impuso su irreprensible
racionalidad y la salvó literalmente de un salto atrás que hubiera sido poco
menos que una catástrofe para ella y el mundo. En marzo 2017, contra todos los
pronósticos, Holanda borró prácticamente de su mapa político el partido
socialdemócrata (conforme a la primera de las tres tendencias señaladas), pero
derrotó estrepitosamente al populista ultraderechista y antieuropeista Geert
Wilder en favor del centrista Rutte, mientras que en Alemania se da por cierta
la victoria, en septiembre próximo, de Angela Merkel, columna mayor del
europeísmo; siempre el pasado marzo, los 27 países miembros de la comunidad, al
celebrar el sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma, declararon
solemnemente:
“Nuestra Unión es indivisa e indivisible… queremos que
tenga la voluntad y la capacidad de desempeñar un papel fundamental en el mundo
y de modelar la globalización”; en junio, importantes elecciones
administrativas en Italia también pusieron en crisis al partido socialdemócrata,
pero reflotaron al ex premier Renzi, europeísta, y casi liquidan a los
movimientos M5 y Liga Norte, antieuropeistas y antimigraciones; siempre
en junio, Theresa May, piloto oficial del brexit, por poco pierde la silla ante
el contrincante Corbin, europeísta, en una justa que debía más bien
fortalecerla.
Pero el caso más eclatante y
exitoso de “tercera vía” con derrota del populismo y del antieuropeismo, es el
del francés Emmanuel Macron, un casi desconocido enarca treintañero de breve
pasado político sin etiquetas, ganador en mayo de las elecciones presidenciales
con 66% de los sufragios y convencido europeísta, que barrió con el
peligro que se cernía sobre su país: la llegada al Eliseo de la populista,
antieuropeista, antimigraciones y cripto-fascista Marine Le
Pen.
En 2005, como
recordábamos, Chávez declaró a la prensa capitalina que acarició la hipótesis
política de una “tercera vía” que le había resultado intransitable, por lo que
había tomado la que él disfrazaba bajo el vago apodo de “socialista”. La
dramática situación de la Venezuela de hoy muestra cuan equivocada fue esa
decisión. Mientras la clase política del país no internalice esta dura lección
de la historia y la objetiva imposibilidad de rehabilitar lo definitivamente
hundido, el país seguirá flotando sin destino en el lento río del devenir cual
miserable resto de un lejano naufragio, porque así lo decidió un infausto día
un porfiado y desfasado cacique local.
23-07-17
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