Por Oscar Medina
A un día para la elección de
la ANC, ¿qué escenario tiene mayor probabilidad en Venezuela: el colapso
del régimen o la negociación? El politólogo y analista, John Magdaleno,
responde a esta y otras preguntas en entrevista con Crónica.Uno.
¿Marca la materialización de
la Asamblea Nacional Constituyente el fin de la lucha ciudadana? A pesar de que
esa idea haya podido instalarse en la mente de muchos, la verdad es otra: lo
que viene es una nueva fase, un nuevo tramo en el largo camino. Y que quizá
depare sorpresas.
John Magdaleno, politólogo y
analista, encuentra posibilidades en donde la desesperanza identifica una
derrota. La Constituyente, a pesar de que se percibe como una poderosa arma
para el oficialismo, podría traer consigo la carga de conflicto interno en el
poder que precipitaría la posibilidad de un proceso de transición.
Junto con un equipo, Magdaleno
se ha dado a la tarea de analizar hasta ahora 33 casos de transiciones de
regímenes autoritarios a sistemas democráticos en el mundo y aunque es pronto
para llegar a conclusiones definitivas, no lo es para servirse de la
experiencia y aproximarse al escenario venezolano.
“Los primeros pasos hacia la
transición suelen darse sin hacer ruido”, dice el libro Transiciones
democráticas, de Bitar y Lowenthal, citado por usted recientemente a través de
su cuenta de Twitter. Aquí hay gente que desde hace tiempo habla de transición
¿Se han dado esos pasos en Venezuela sin que hayan sido del todo percibidos o
estamos lejos de una transición?
—En estricto sentido todavía
no se ha iniciado una transición. Y señalo esto por lo que establece la propia
literatura. Antes de ese texto de Bitar y Lowenthal que fue publicado el año
pasado, hay un trabajo pionero que dirigieron O’Donnell y Schmitter en la
década de los ochenta y se llama Transiciones desde un gobierno
autoritario. Allí se establece que el inicio de una transición está dado
esencialmente por una decisión de autoridades públicas o de figuras de la
coalición dominante para restituir garantías constitucionales. La transición se
inicia cuando hay un proceso de liberalización política, lo que significa que
se restituyen algunas garantías que han sido violadas. Así que en el sentido
teórico no ha arrancado una transición en Venezuela.
Lo que tenemos es a un
Gobierno que intenta aferrarse más al poder y a una oposición ciudadana que ha
encontrado caminos para anotarse algunas victorias…
—Exactamente. Lo que tenemos
es a un Gobierno que en lugar de iniciar un proceso de liberalización está
acentuando el autoritarismo. Y la oposición, en ese contexto, está elevándole
los costos. Pero eso no ha conducido todavía a una situación límite en la cual
se produzca una ruptura de la coalición dominante que permita que un sector del
oficialismo emprenda la restitución de garantías, que es una
condición sine qua non del inicio de todos los procesos de
transición, sea que se produzca esa transición por colapso o por negociaciones.
La fiscal Luisa Ortega lo está intentando, pero ella por sí sola no puede. Y ni
siquiera en compañía de la Asamblea Nacional porque se enfrentan al resto de la
institucionalidad.
¿Hay señales al menos sobre la
probabilidad de que se inicie una transición?
—La propia señal enviada por
la fiscal en marzo se puede contar como la primera: una autoridad de alta jerarquía,
representante de un poder público muy importante, que se manifiesta denunciando
la ruptura del orden constitucional y luego lo hace con su rechazo a la
Constituyente. En segundo término, vimos a varios voceros de la coalición
dominante que igualmente expresaron su desacuerdo, y me refiero al primer
pronunciamiento de diputados como Eustoquio Contreras y Germán Ferrer. También
vimos el pronunciamiento de Juan Barreto. Y las declaraciones de exministros de
Chávez como Héctor Navarro y Ana Elisa Osorio.
Pero son figuras que no están
en posiciones de poder, no tienen hoy posiciones de mando…
—Correcto, pero podrían tener
impacto dentro de la coalición dominante. Es más, creo que estos
pronunciamientos buscan encontrar eco en sectores que sí tienen poder. Y se
empiezan a ver señales de disidencia al interior del oficialismo. Por ejemplo,
la renuncia del secretario del Consejo de Defensa de la Nación, Alexis López
Ramírez, es una señal importante porque sugiere que el rechazo a la
Constituyente habría llegado a altas figuras de la Fuerza Armada.
¿Ese goteo de figuras que hoy
se desligan pudiera provocar eso que se denomina “colapso o quiebra del
régimen”?
—Ambas cosas son compatibles.
Un goteo en la práctica significa pérdida de respaldo dentro de la coalición
dominante y puede derivar en un colapso. Cuando en la literatura se refiere a
colapso o a quiebra, lo que plantean es una situación de golpe de Estado o bien
de una pérdida de respaldo tan significativa que hay una presión que obliga a
las autoridades más importantes a renunciar.
Y en consecuencia a negociar…
—En unos casos sí, pero el
colapso no involucra negociación. Un caso de colapso, por ejemplo, fue lo que
ocurrió en Venezuela con Marcos Pérez Jiménez. Se produce el plebiscito de
1957, eso genera malestar, ya se vienen acumulando disidencias internas en el
seno de las fuerzas armadas, por la persecución de la Seguridad Nacional; y en
el sector empresarial, en virtud de la creciente deuda que había acumulado el
Gobierno.
Es un caso que muestra cómo se
va socavando el núcleo de respaldo de la coalición dominante. Se produce un
alzamiento en la medianoche del 31 de diciembre y resulta fallido. Se convoca a
una huelga general que tiene lugar el día 20 de enero de 1958. Hay
retaliaciones, represión. El día 22 altos oficiales se reúnen y deciden
conformar una junta de gobierno y acto seguido le piden la renuncia a Pérez
Jiménez, quien intenta buscar respaldo en varios componentes militares y no lo
consigue. Así que en la madrugada del 23 de enero sale en el avión llamado La
vaca sagrada. Ese es un caso de colapso, ahí no medió una negociación.
¿Qué escenario tiene mayor
probabilidad hoy: el colapso del régimen o la negociación?
—Es difícil de establecer. En
la medida en que las conversaciones entre las partes se mantengan abiertas, esa
es una manera de inhibir el colapso. Pero aun así, si las conversaciones no
arrojan acuerdos políticos se mantiene abierta la posibilidad del colapso,
siempre y cuando los respaldos al régimen político sigan disminuyendo, que es
lo que está ocurriendo y seguirá ocurriendo. Para ponerlo en perspectiva: la
Constituyente va a contribuir a eso.
Complica, por supuesto, el
panorama político del país y agudiza las tensiones sociales, pero la
Constituyente también tiene un efecto negativo para la coalición dominante y es
que puede estimular a una fractura mucho más honda en el seno del oficialismo.
Puede precipitar las cosas…
—Sí, puede precipitarlas
porque ya sabemos que la Constituyente es una propuesta que genera rechazo en
la mayor parte de la opinión pública —en 8 de cada 10— y también dentro de un
segmento del chavismo: entre cuadros medios y altos, tanto del partido como de
la Fuerza Armada. Así que la Constituyente puede ser el disparador de una
fractura más honda.
¿Cuál de los casos de
transiciones que están analizando tiene más coincidencias con lo que sucede en
Venezuela?
—Esto pudiera ser una
combinación en la que tengan lugar elementos del caso chileno y de dos procesos
peruanos, la caída del general Juan Velazco Alvarado y la de Alberto Fujimori.
La posibilidad del colapso no está descartada, aunque no sea la más probable
conforme a la experiencia internacional.
Apartando la Constituyente,
están planteadas las elecciones de gobernadores, cuya no celebración va a
elevar los costos muchísimo más al Gobierno. Y eso podría facilitar incluso una
fractura más evidente del oficialismo. Por otro lado, están pendientes las
elecciones de alcaldes y naturalmente las presidenciales del año que viene. La
negativa del Gobierno a celebrar estas consultas o un intento de cambiar las
reglas de juego podría precipitar a una transición. En el fondo nos estamos
debatiendo entre los dos tipos clásicos por los que se producen las
transiciones: por colapso o por negociación.
Y también tienen muchos intereses
directos…
—Exactamente. En el caso
chileno la transición se inicia a partir del referendo de 1988. La
transferencia de poder fue compleja. Augusto Pinochet terminó negociando con la
oposición y quedó como comandante en jefe de la Fuerza Armada. Así que el poder
de la FA no fue desplazado de inmediato, ni lo fue la capacidad de influencia
de Pinochet. Y se llegó a un arreglo en el que la FA como institución recibiría
un porcentaje de las utilidades que generaba la explotación de cobre. Ahí vemos
que la oposición pensó en unas recompensas, en unos incentivos, que facilitaran
la transición. En este sentido es que estoy pensando que esta transición podría
tener elementos del caso chileno.
¿Por qué adquirió una
connotación negativa la idea de negociar?
—Primero, por una muy vieja
apreciación que es propia de la cultura política venezolana: que negociación
equivale a transacción y transacción en la esfera de lo público es percibido
como algo negativo, remite en el imaginario venezolano a unas transacciones
privadas. Y en segundo término, ha tenido una connotación negativa en virtud de
los resultados que tuvo la primera ronda de conversaciones que se produjo en el
último trimestre del año pasado.
Concretamente, en una encuesta
por muestreo que se celebró en febrero de este año apareció 67 % declarándose
insatisfecho o desaprobando los resultados de ese proceso de diálogo, que ni
siquiera fueron satisfactorios para la mayoría de los chavistas. Casi 7 de cada
10 tiene una apreciación negativa sobre el proceso. Cualquier intento de
negociación carga con esa factura, con ese saldo negativo. Ahora, es obvio que
la dirección política de la oposición tiene que mantener abiertas las
conversaciones a todo trance. De los 33 casos que hemos examinado hasta ahora,
20 transiciones de regímenes autoritarios a democráticos se han producido por
negociaciones.
Indica que a pesar de lo que
diga la opinión pública más rabiosa o lo que digan las encuestas, alguien tiene
que mantener abierto ese canal…
—Correcto. Habla de una
probabilidad de éxito para que se inicie una transición. El dato es más
contundente cuando se examina la experiencia latinoamericana, porque en la
mayor parte de los casos las transiciones arrancaron por negociación. Sobre 18
casos de la región se produjeron 13 transiciones por negociaciones. Eso es 72 %
de los casos.
¿Es posible que lo que
complique la situación en Venezuela sea el hecho de que no hay una sola figura
de fuerza en el Gobierno con quien negociar? Es decir, Maduro no es el hombre
fuerte, el gran líder, sino que hay una repartición de instancias de poder
entre varios grupos
—Es interesante esto… tal como
lo veo, la inexistencia de una figura fuerte, de un mandatario con mucho poder
o mucha legitimidad, más bien podría facilitar la transición. Y pienso en
ejemplos como la transición a la democracia en España que se facilita después
de la muerte de [Francisco] Franco. La de Perú, que se facilita con la
enfermedad de [Juan] Velazco Alvarado.
¿La ausencia de Chávez termina
por hacer que esto derive en el colapso de la estructura que dejó a cargo de
Maduro?
—Podríamos formular esta
hipótesis: la ausencia de la figura fuerte puede facilitar la transición en la
medida en que el nivel de cohesión del oficialismo se resquebraja. Claro está,
hay muchos otros factores que empujan en la dirección de la transición. Si hay
una crisis económica de envergadura, eso lo facilita. Si hay un proceso de
movilización social, si hay una creciente presión internacional, si hay mucha
represión y eso se percibe como costoso para la coalición dominante, también.
La combinación de factores es
lo que conduce a la transición, no es uno solo. El punto clave es que estos
factores presionen en dirección de la fractura de la coalición dominante. Si
eso no se produce, la probabilidad de supervivencia del régimen es mayor.
La pregunta es: ¿están
presionando en la dirección indicada?
—Correcto. Creo que la
macropolítica está servida para el cambio porque hay muchos factores
presionando en la dirección de que, por un lado, se reivindique una garantía
procedimental que se ha suspendido, como es la celebración de elecciones; pero
sobre todo también eso orbita alrededor de la cohesión del oficialismo.
Hay muchas condiciones como
para que la probabilidad de la transición se eleve. Y podríamos, en el corto
plazo, presenciar el inicio de la transición. Pero, claro está, todo depende de
muchas contingencias, esto no está garantizado. La macropolítica está servida
para eso, pero depende de cómo jueguen los actores. En política importan tanto
los macroprocesos como los microprocesos.
Queda claro que sería un error
desde la oposición asumir como una derrota definitiva la realización de
elecciones de la ANC…
—Hay un principio estratégico
que proviene de las artes marciales. ¿Qué haces tú en el Jiu Jitsu? Utilizas la
fuerza del contrario. ¿Y por qué? Porque en algún momento caes en cuenta de que
si intentas contrarrestar la fuerza del otro no obtendrás una victoria. O para
ponerlo en el lenguaje de Sun Tzu: localiza la batalla en el territorio que te
resulte más conveniente. A partir de esas dos máximas estratégicas a la
conclusión a la que llegas es que si la Constituyente más bien facilita el
camino hacia una fractura de la coalición dominante, entonces hay que
utilizarla en ese sentido. Utilizarla como un hito que precipite esos
acontecimientos.
¿En este momento en el que se
supone que hay intentos de negociaciones, debe mantenerse o moderarse la
actividad de calle?
—La experiencia internacional
dice que si hay movilización social, que no es únicamente acciones de calle,
eso contribuye al inicio de la transición. Así que en medio de conversaciones
tendría que seguirse produciendo eventos de movilización social. Además, las
razones para eso abundan.
Foto: Archivo Crónica.Uno
29-07-17
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