Por Ángel Oropeza
Existen dos formas básicas de
organización social: por consenso y por imposición. Los modelos de consenso
requieren, de parte de la ciudadanía, confianza, organización y educación
política. Los modelos impositivos, por el contrario, necesitan cultivar algunos
elementos culturales sobre los cuales mantener su estructura de dominación.
Entre varios, dos de los más necesarios son la antipolítica y la teoría de las
conspiraciones.
Tanto la antipolítica como la
paranoia conspirativa son hijas de la altísima desconfianza, una de las
características más salientes de nuestra cultura política. Es extremadamente
útil para los modelos autoritarios, porque en la medida que los venezolanos
desconfiemos unos de otros, en esa misma medida no esperaremos que las
soluciones provengan de nosotros mismos, y estaremos psicológicamente
dispuestos a aceptar que el orden social venga fuera de nosotros, sea por la
vía de un golpe de suerte, salidas mágicas, pronunciamientos militares o la
tragedia de los mesías providenciales.
La Unidad Democrática, como
representación política de los demócratas venezolanos, ha venido coordinando la
batalla sostenida y sin pausa de todo un pueblo dispuesto a no dejarse
arrebatar su país. Esta lucha tuvo un punto de inflexión en la gloriosa e
histórica jornada del pasado 16 de julio. Como consecuencia de este gigantesco
y persistente esfuerzo, se ha logrado finalmente aglutinar a casi todo el país
bajo la bandera del cambio, generar la mayor solidaridad internacional de la
cual se tenga memoria y acorralar a la dictadura, a la cual solo le queda
esconderse temerosa detrás del cada vez más frágil apoyo de las bayonetas.
Era de esperarse que los
enemigos de la Unidad, tanto los del bando de la dictadura como los del bando
de quienes dicen oponerse al régimen, reaccionaran ante estos triunfos de la
unión del pueblo con su dirigencia. Para ambos grupos, la Unidad es un estorbo.
Los dos la sienten un obstáculo para sus cálculos personales y sus proyectos
políticos particulares, y han decidido reiniciar su vieja estrategia de tratar
de debilitarla y destruirla. Para ello, nada más conveniente que volver a
estimular rémoras culturales tan útiles al militarismo, y apelar de nuevo al
viejo cuento de las traiciones, los incumplimientos intencionales y los arreglos
de trastienda.
Lo cierto es que el 16-J el
pueblo emitió un mandato claro a su dirigencia. Entre otras cosas, le pidió que
procediera a la renovación de los poderes públicos, que se preparara para la
conformación de un gobierno de unión nacional y que hiciera efectivo su rechazo
al fraude constituyente. Apenas a horas del resultado vinculante de la consulta
popular, se procedió a la renovación de los magistrados del Tribunal Supremo de
Justicia, se anunció el acuerdo consensuado por toda la dirigencia democrática
de un compromiso unitario para la gobernabilidad y se organizó un paro cívico
nacional que logró paralizar al país en rechazo a la trampa madurista. Y ahora
es cuando esto sigue.
La política, para ser
efectiva, requiere la utilización simultánea, equilibrada e inteligente de
todas sus herramientas: calle, organización social, presión internacional,
institucional, negociación, socavamiento de las bases de apoyo a la dictadura.
No utilizarlas todas, no actuar frente a la gravedad del momento mezclando la
necesaria pasión con la imprescindible inteligencia y la requerida disciplina,
sería, eso sí, una verdadera traición al reto trascendental que la historia ha
querido poner en nuestras manos.
Las batallas que se nos vienen
nos obligan a esa necesaria combinación de pasión, inteligencia y disciplina.
Porque el 30 de julio es un combate crucial, pero en ningún escenario será el
último. Ya la lucha ha logrado que si el fraude constituyente se aprueba, nazca
muerto. Si logramos pararlo definitivamente, la ofensiva continuará para
materializar el cambio que el país reclama. Y si no, las luchas serán mayores y
más duras. Pero Venezuela no morirá jamás en nuestras manos.
25-07-17
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