Por Leonardo Padrón
El sobresalto se ha convertido
en nuestro clima natural. Tenemos años –muchos, demasiados años– refiriéndonos
a cada tiempo que se aproxima como “el gran desenlace”, “los días cruciales”,
“la cuenta regresiva”, los capítulos culminantes”. Y, para asombro de todos,
cada momento de tensión final le abre la puerta a un nuevo capítulo. Como si se
tratase de una telenovela que se niega a culminar y enrosca su trama
infinitamente. El infierno de Dante y los nueve círculos que retrata en la
Divina Comedia son apenas literatura ante las distintas capas de horror que
hemos ido descubriendo los venezolanos. Nunca una pesadilla había tenido tantos
sótanos. Nunca en nuestra historia moderna habíamos lidiado con tanta
adversidad colectiva. La revolución chavista se ha convertido en una catástrofe
de dimensiones colosales. El dolor nos ha tumbado la vida a culatazos y
patadas.
En estos días previos al
domingo 30 de julio, fecha que parece marcar el fin de un país y la llegada de
Cuba a tierra firme, se asomó la posibilidad de una negociación entre la
dictadura de Maduro y la oposición democrática. Dicha negociación no buscaría
otra cosa que evitar el choque de trenes. Se trataría de procurar que las
herramientas de la discusión volvieran a ser las palabras y que no nos
entregáramos, suicidamente, al argumento de las armas y la fuerza bruta. El
solo asomo de la palabra negociación, tan satanizada, tan estigmatizada,
gracias a las torpezas y/o vilezas de sus propios oficiantes, encendió las
alarmas de muchos. Pero, a pesar de su ya mala reputación, el diálogo se jugaba
una última oportunidad: o nos comenzamos a entender o nos terminamos de matar.
El espíritu reinante en algunos era procurar un entendimiento que nos alejara
de la barbarie y nos acercara al abecedario de la civilización. Pero fuentes
cercanas a los dialogantes dejaron escapar la noticia: la negociación baja la
Santamaría, la ANC va con todo, se impone la ruta de los radicales del régimen,
bienvenida la confrontación, las sanciones, lo que sea, “nos seguimos volviendo
locos”.
Si efectivamente eso es así,
si ya no hay nadie apostando a una solución pacífica de la crisis, entonces
volvemos a la teoría más inquietante de todas: el choque de trenes. Nuestro
destino inmediato se inclina con angustia hacia los vientos de guerra. Aunque
ya muchos sentimos que tenemos rato padeciendo los efectos clásicos de una
guerra: asesinatos y terror, confrontación y anarquía, asalto a edificios y
hogares, crueldad y tortura, hambruna, escasez, hiperinflación, gente huyendo
en estampida del país. Pero las propias voces del régimen anuncian que el 30 de
julio, luego de las elecciones para la constituyente, no quedará piedra sobre
piedra en el país. Lo anuncian como si se tratase del juicio final a todo
venezolano decente y honesto que quede sobre el mapa. Lo anuncian con un hilo
de sordidez derramándoseles de las palabras. Son el coco, la operación Tun-Tun
en todo su esplendor, la fiesta perfecta para tanto odio y resentimiento
social. El caso es que frente a ellos hay una inmensa cifra de venezolanos
hastiados de tanto ultraje y humillación, de tanto abuso y escándalo. El
problema para ellos es que, a estas alturas, es muy difícil que el país
democrático abandone las calles. No después de todo lo que hay derramado en el
pavimento. Es mucha la sangre muerta, los muy heridos y los demasiado presos.
Son tantos los agravios. Y nadie puede olvidar la gesta civil de 16 de julio. Es
sencillamente imposible que la manifestación de 7 millones y medio de
venezolanos alrededor del mundo repudiando la dictadura puede ser ignorada o
soslayada. ¿A qué país piensan gobernar Maduro y Cabello si su siniestro plan
funciona?
Esta vez sí pareciera cierto
que nos acercamos al final de algo. Pero sentimos que la frase la hemos
enunciado demasiadas veces. Si la constituyente llegara a imponerse, se abrirán
nuevos capítulos de resistencia. No vislumbro a esta combativa sociedad alzando
una bandera blanca de rendición. Pero, sin duda, serán días aun más difíciles y
oscuros. Si la revolución insiste en aferrarse al poder fraudulentamente será
un triunfo momentáneo y jamás estarán tranquilos en la propia turbulencia que
han creado. Decretaron el caos y el caos los envuelve. Quizás Maduro duerma
como un bebé, pero como un bebé aterrado. Son demasiados fantasmas en la misma
habitación. Mientras tanto, el mundo lo condena y las intrigas palaciegas están
a la orden del día. Shakespeare deambula por Miraflores.
Ya Maduro ha demostrado que
tiene un pésimo olfato político. Ojalá apele a la lucidez desesperada que
impone el instinto de supervivencia. Ojalá entienda que avanza hacia un campo
minado que será trágico para todos. Gobernar escombros es un fracaso imposible
de disimular. No funcionaron los 15 motores, ni las leyes habilitantes, ni las
comisiones rimbombantes, ni tanta arenga fidelista en cadena presidencial. Solo
hay humo en todas partes. El humo del fracaso y de la guerra.
¿Queda alguien sensato de
aquel lado del país donde se atrinchera el régimen? ¿Alguien que tenga el
coraje de decir que se equivocaron? ¿Alguien que conceda que es hora de
negociar su retirada? Evitar el choque de trenes sería un supremo acto de
inteligencia. Todavía hay chance.
27-07-17
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