Por Wolfgang Gil Lugo
“La desobediencia, a los ojos
de cualquiera que haya leído la historia, es la virtud original del hombre. El progreso
ha llegado por la desobediencia, por la desobediencia y la rebelión”
Oscar Wilde
En la Apología, Platón
describe cómo Sócrates defiende, contra sus enemigos, su derecho y su deber de
enseñar a los jóvenes su visión de la moral y la verdad. Los enemigos lo acusan
de pecar contra la ciudad. Se le acusa de un doble delito: introducir nuevos
dioses y corromper a la juventud. Al revisarse el texto platónico, nunca está
el contenido de tales acusaciones. Lo que resulta evidente es que sus
detractores hacían una clara interpretación de las leyes para anular su
magisterio.
Uno supone que el nuevo dios
que introduce Sócrates es la conciencia individual, el Daimon, la cual no se
somete a lo gregario, ya sean tradiciones o presiones sociales. De la misma
forma, se infiere que la corrupción a los jóvenes consiste en la enseñanza
socrática del desarrollo de la investigación racional libre que evita el
dominio ideológico.
La actitud de Sócrates es
rebelde. Uno puede pensar que su posición se reduce a oponerse a las leyes. En
otro dialogo, el Critón, cuya acción transcurre en prisión, luego del
juicio, mientras Sócrates espera la condena a muerte, Platón narra cómo un
amigo del filósofo le ofrece la huida y Sócrates la rechaza. Se rehúsa en
nombre de las leyes. Se considera un ciudadano que ha recibido todo de la
ciudad, por lo que le debe su obediencia.
La pregunta es si Sócrates se
rebela contra las leyes o las acepta. La respuesta es compleja. Sócrates está
dispuesto a acatar las leyes divinas. En nombre de ellas, está dispuesto a
desafiar las leyes humanas. Se sublevó contra las leyes de la ciudad que
consideraba injustas, pero su rebelión no era porque estaba por debajo de la
ley, más bien él pensaba en términos que superaban la legalidad humana, en
otras palabras, se ponía al nivel de las leyes divinas.
Se puede decir que la rebeldía
de Sócrates es el primer gran hecho de desobediencia civil en la cultura
occidental.
Además del ejemplo de
Sócrates, la cultura griega nos brinda otro caso significativo. Sófocles, en su
tragedia Antígona, narra la historia de la hija de Edipo, la cual se niega
a obedecer las normas dictadas por su tío Creonte, rey de Tebas. Da sepultura
al cadáver de su hermano Polinices, que había muerto en rebeldía. El tirano
había prohibido expresamente su entierro y los honores fúnebres, aduciendo para
ello razones de Estado. Pero Antígona quebranta la ley y actúa desde fuera de
esa lógica de Estado, utilizando criterios humanos y solidarios. Sabía Antígona
que la consecuencia de su acto sería la muerte, pero por sus principios
contraviene lo que creía injusto.
Evolución de una idea
peligrosa
El término Desobediencia
civil se atribuye a Henry David Thoreau, quien fue parte del movimiento
trascendentalista norteamericano junto a Ralph Waldo Emerson. En 1846, Thoreau
se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a
la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nace
su obra La desobediencia civil, en la que deja entrever sus ideas políticas.
En este texto se declara uno de los conceptos principales de su ideología: la
idea de que el gobierno no debe tener más poder que aquel que los ciudadanos
estén dispuestos a concederle, llegando al punto de proponer la abolición de
todo gobierno. Su ensayo influyó en León Tolstoi y en Mahatma Gandhi.
Tolstoi fue un entusiasta
lector de Thoreau y el más directo continuador, a su manera, de su resistencia
pacífica. Un constante desafío de la autoridad establecida, una cierta actitud
entre anarquista y libertaria, vertebró siempre las reflexiones políticas de
Tolstoi. Entre sus reflexiones destaca el concepto de resistencia no
violenta, punto central de su visión cristiana.
Tolstoi es el eslabón más
directo para transitar desde Thoreau hasta Gandhi. Y es que el autor
de Guerra y paz publicó en 1908, en una revista india, su Carta
a un hindú, un texto que dio lugar a un intenso intercambio epistolar con
Gandhi, entonces todavía en Sudáfrica, influyéndolo de un modo determinante en
la definición de la resistencia no violenta.
En septiembre de 1910, dos
meses antes de su muerte, Tolstoi le escribió sobre la aplicación de la “no
resistencia”, ya que “la práctica de la violencia no es compatible con el amor
como ley fundamental de la vida”, principio capital en el desarrollo posterior
de la “satyagraha” hindú.
Gandhi es el eslabón que
explica la transformación de la desobediencia civil en estrategia política.
Siendo todavía India una colonia del Imperio Británico, Gandhi empleó la
resistencia pacífica como actitud para desafiar a las autoridades coloniales
inglesas, que tenían ganada de antemano la partida en un enfrentamiento
violento. De ahí que optase por la estrategia del boicot, de la sublevación
pacífica, mediante movilizaciones, huelgas y todo un conjunto de acciones que
saboteaban el funcionamiento ordenado de la administración británica. Su Marcha de la Sal, efectuada en marzo de 1930, es
uno de los ejemplos históricos de mayor elocuencia sobre el fundamento y
alcance de la desobediencia civil.
A partir de Gandhi se
desarrollan las gestas políticas de Martin Luther King, Jr., Nelson Mandela y
Aung San Suu Kyi.
¿Qué es la desobediencia civil?
La desobediencia civil debe
perseguir el bien para la colectividad, no para quien la practica. Y plantea un
conflicto fundamental: legitimidad frente a legalidad, la legitimidad de la
acción política participativa radicalmente democrática, frente a la injusticia
muchas veces encubierta de legalidad.
Es una herramienta política
precisamente por su carácter público. Trasciende lo privado y tiene
significación social y pedagógica. Se trata de expresarse colectivamente
mediante actos ejemplarizantes, que motiven, que enseñen y provoquen.
Si buceamos en los orígenes de
la desobediencia, podríamos considerarla como una facultad implícita en la
naturaleza humana cuyo ejercicio se realiza a partir de la toma de conciencia
de la injusticia. En lo que los activistas y estudiosos del fenómeno coinciden
es en su dimensión moral, individual y pacífica. Cuando se desobedece una orden
o una ley, se hace por un impulso ético de la conciencia. El Derecho es un
conjunto de normas establecidas por motivaciones prácticas pero carece de la
fuerza moral para obligar a un individuo a obedecer una ley contraria a sus
convicciones personales.
Para Gandhi “quien desobedece
una ley injusta en realidad no hace sino prestar obediencia a un principio
superior de la verdad”. Otros autores, como Erich Fromm, le asignan una
importancia vital a la desobediencia al considerar que la evolución de la
humanidad ha sido posible gracias a ella: “La historia humana comenzó con un
acto de desobediencia y no es improbable que termine con un acto de desobediencia”.
Jürgen Habermas considera la
desobediencia civil como algo indispensable para la democracia, mientras que
Thoreau afirma que toda persona tiene el “derecho legítimo” a negarse “de forma
pacífica e individual al cumplimiento de aquellas leyes o disposiciones que
violenten su conciencia”. Para el precursor de la desobediencia civil, el hecho
de que las leyes hayan sido aprobadas por una mayoría no puede, moralmente,
vincular a una minoría:
“Por lo tanto, cuando la
conciencia individual de una persona las considere injustas, su actitud de
resistencia a las mismas es perfectamente legítima”.
La desobediencia civil actúa
sin violencia. Su teoría y su práctica, a pesar de las múltiples formas que ha
adoptado a lo largo de la historia y en el presente, tienen una base común que
les da valor y que conforma su esencia: su estricto pacifismo y la negación
radical de la violencia.
En resumen, como afirmaba
Aldous Huxley:
“Los únicos procedimientos de
que puede valerse un pueblo para protegerse a sí mismo contra la tiranía de
gobernantes que cuenten con fuerzas modernas de policía, son los procedimientos
no violentos, como la no cooperación en masa y la desobediencia civil”.
La desobediencia civil contra
la sociedad condenada
Gandhi luchó contra el
colonialismo, Mandela contra la discriminación, y Suu Kyi contra el
militarismo. Ahora le toca el turno a tres grandes amenazas que se ciernen
sobre la humanidad: la crisis ecológica, la guerra y el totalitarismo. Ayn Rand
llama al totalitarismo la ‘‘sociedad condenada’’:
“Cuando advierta que para
producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando
compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores;
cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más
que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el
contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la
corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio,
entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está
condenada” (La rebelión de Atlas).
Hay que aclarar que la
desobediencia no es fe en lo irracional sino todo lo contrario. Como decía
Erich Fromm: “El acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de
la razón”.
26-07-17
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