Por Cheo Carvajal
Marco Negrón es arquitecto y
doctor en planificación del desarrollo regional y urbano, ex decano de la
Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV, asesor del Instituto
Metropolitano de Urbanismo – Taller Caracas, referencia obligatoria al hablar
de ciudad, pero sobre todo de la nuestra, Caracas. Ciudad a la que ha
dedicado grandes esfuerzos, académicos y de investigación, técnicos e
institucionales, pero también políticos. Sus ensayos suelen apuntar en ese
sentido: cómo traducir su conocimiento y experiencia en señales que orienten
debates y políticas sobre nuestra ciudad. Y en estos años que corren, aún más,
porque es un crítico agudo y severo del llamado “socialismo del siglo XXI”, y
de lo que este ha producido en nuestras ciudades.
Planteado el tema del futuro
de Caracas, la conversa comienza desde el desaliento: habla del acoso a las
universidades y a las organizaciones sociales y políticas, de la migración
masiva de profesionales, del deterioro de la UCV. “Caracas está en un mal
momento”, dice, “no quedamos bien en los estudios comparativos de ciudades”.
Recuerda que antes, mientras en Caracas todo era prometedor, la nube negra se
posaba sobre otras ciudades latinoamericanas, pero “la tortilla se invirtió, y
acá ahora impera el pesimismo mientras en las ciudades de la región hay viento
a favor”.
Explica que nuestro éxito tuvo
que ver con políticas importantes de infraestructura, pero también de vivienda,
de equipamientos culturales. Hace referencia, como último hito de ese auge, “la
cultura Metro”. Pero no todo el deterioro vino en el siglo XXI: “Siempre ha
existido esa visión que castiga la idea de las ciudades grandes en
Latinoamérica; hay estudios del CENDES de finales de los 60, principios de los
70, que eran muy críticos de la concentración urbana. Uslar Pietri decía que la
gente venía a la ciudad encandilada por la TV”.
Según Negrón, el Banco Obrero,
luego el Instituto Nacional de la Vivienda (INAVI), hicieron una labor
extraordinaria en relación con la creación de vivienda, pero sin entender
cabalmente el problema de la ciudad. Veníamos de la “guerra al rancho”,
representada en la imposición del súper bloque. Señala que en los 60 funcionaba
la Dirección de Equipamiento de Barrios, pero no tenía claridad en cuanto a la
integración. “Yo comencé a hablar de una sola ciudad a finales de los 70”, y de
alguna manera ese espíritu integrador se expresó en la creación de la Fundación
Caracas Metropolitana, hacia finales de los 90. Luego vino el programa de
Habilitación Física de Barrios, que lamentablemente fue descabezado por el
presidente Chávez, quien insistió en la visión nefasta de las “ciudades
socialistas” como Ciudad Caribia o Ciudad Tiuna. Piensa que habrá que trabajar
duramente en ofrecer equipamiento y servicios para enmendar los errores de la
Gran Misión Vivienda Venezuela.
Justicia urbana
Medellín se nos ha convertido
en testimonio reiterado de lo posible, pero también en evidencia que machaca
nuestras limitaciones, más allá de la polarización política y la merma de
recursos. Con frecuencia nos cuesta mucho poner la energía en transformar,
inclusive lo cercano. Mientras conversamos en su apartamento, se escucha el
corneteo incesante de los autos en la avenida Araure. Negrón recuerda que
algunos de sus vecinos, cuando discutieron hace más de una década el Plan
Especial de Chuao, se negaban a tener aceras más amplias porque suponían
vendrían buhoneros a instalarse en ellas.
—Siempre ha estado presente en
tus reflexiones, pero últimamente has puesto un énfasis particular en la idea
de hacer “justicia urbana”. ¿Cómo es eso?
—La idea de la justicia urbana
está asociada a dos temas. De un lado a que es en el espacio urbano, en la
ciudad, donde el hombre civilizado alcanza su plenitud; no es gratuita la
afirmación de Octavio Paz según la cual una civilización es ante todo un
urbanismo. Del otro, a que hoy prácticamente toda la población mundial es
urbana, una verdad particularmente válida en el caso venezolano.
Ocurre que nuestras ciudades
son en la actualidad profundamente desiguales y, por consiguiente, injustas.
Parafraseando al Orwell de Rebelión en la granja, todos somos ciudadanos,
pero unos lo somos más que otros. Nuestros gobernantes no se cansan de decir
que los venezolanos estamos sentados sobre las mayores reservas de petróleo del
mundo, pero más de la mitad de nuestra población urbana vive en sectores con
gravísimas carencias de infraestructura y equipamientos, con elevados niveles
de riesgo. Justicia urbana es superar esas carencias, equiparando esos sectores
al resto de la ciudad. Con esto no se resolverán todas las injusticias
sociales, más complejas y multidimensionales, pero se dará un gran paso al poner
a toda la población en igualdad de condiciones sobre la plataforma de partida:
ciudades injustas no producen ciudadanos activos sino súbditos sumisos, la
savia vital de los regímenes tiránicos.
—¿Cómo superar esas carencias
y equiparar los distintos sectores de la ciudad? ¿Un ejemplo sería conectar,
finalmente, el Centro Urbano Ambiental Simón Díaz con el barrio Julián
Blanco?
—Desde luego, así como las
intervenciones puntuales ensayadas por la Alcaldía del municipio Sucre o los
gimnasios verticales. Pero las más importantes que se pueden realizar a muy
corto plazo son las que facilitan y hacen más seguras las conexiones entre el
barrio y el resto de la ciudad. No intervenciones ocasionales sino inscritas en
un plan a largo plazo. La experiencia delmetrocable de Medellín aquí se ha
copiado mal: allá se comenzó por la elaboración de planes urbanos integrales
para todo el barrio, de los cuales el metrocable era sólo un aspecto, aunque
muy importante.
—Jugando al maniqueísmo:
existe una visión muy clase media, de casita con jardín, que produce una vida
desconectada de la trama urbana, a la que tributan algunos políticos, mientras
otro sector político manipula directamente a los habitantes de los barrios,
diciéndole: “te rechazan, trabajas para ellos, te explotan”.
—Entre mis vecinos de
Chuao hay gente que le tiene miedo a que se termine la Línea 5 del Metro,
porque va tener una estación muy cercana. Creo que allí hay una responsabilidad
seria de los propios urbanistas y arquitectos. Ese es el modelo de la “unidad
vecinal”, del suburbio norteamericano. Hablar de los barrios es como hablar de
los barrios de la ciudad europea que vienen del medioevo, que crecieron
espontáneamente y fueron generando los servicios que necesitaban en la misma
zona. No había transporte para desplazarte dos kilómetros, tenías lo que
necesitabas a cien metros. Aquí crece la ciudad desde el punto de vista
ideológico de los arquitectos y urbanistas —Carlos Raúl Villanueva fue una
excepción, y el mejor ejemplo fue El Silencio—, bajo la visión del american
dream,en un país con muchos recursos en ese momento. Toda urbanización tiene su
pequeño centro comercial a 200 o 300 metros, pero igual vas en el carro, porque
la gasolina no cuesta nada. Un patrón cultural que no es fácil modificar, pero
que hay que modificar.
—Así se distribuyó la ciudad,
así se distribuyeron las afiliaciones políticas.
—Catia es una ciudad mezclada,
no lo son las urbanizaciones que crecieron después de los 40, de la nueva clase
media. Yo viví en La Pastora hasta que entré al bachillerato, y esa era una
ciudad que tenía la panadería en la esquina, dos o tres bodegas cerca, que es
lo que sigue existiendo, aunque muy deteriorado. Ahí hay una responsabilidad
compleja, de los políticos pero también de los profesionales. Yo viví luego en
La Castellana, en casas que entonces no tenían muros. Hoy en día la avenida
Principal de La Castellana está afectada porque es un acceso a la Cota Mil: eso
es un túnel sin techo. Ahí a nadie se le ocurre caminar. Hemos ido convirtiendo
a Caracas en una ciudad amurallada. Ahí está el Country Club, le metieron un
muro para que la gente ni siquiera pudiera ver los campos de golf; o el muro de
Pdvsa La Estancia, que no permite ver sus jardines.
—¿Eres partidario de convertir
los campos de golf del Caracas Country Club en parque?
—Son un parque, lo que pasa es
que hay que permitir el acceso.
—Son un parque para el que
tiene membresía…me refiero a que sean un parque público.
—Yo creo que sí, hay que darle
acceso a la gente de la ciudad, lo que habría que ver es cómo.
Las oportunidades
Negrón imagina, como muchos
otros urbanistas, la autopista Francisco Fajardo convertida en gran avenida, en
espacio de regeneración urbana. Asume que dentro de las ciudades puede haber
vías expresas que se pueden lograr con semáforos, como la avenida Bolívar.
Lamenta queesa avenida se haya concebido como espacio netamente cultural y que
la Misión Vivienda se haya implantado allí sin un plan real de integración. La
prioridad al carro ha tenido un peso enorme en el resultado urbano de Caracas.
“La Bolívar era un desastre, pero mejoró mucho cuando se convirtió en avenida.
Hay ciudades con el tráfico bien organizado, y salir de la ciudad al aeropuerto
no requiere de autopista. Puede haber tramos en los que hay autopista, pero no
dentro de la ciudad. Desde los años 30 siempre estuvo en la mente de muchos
arquitectos y urbanistas el parque longitudinal de El Guaire, pero la autopista
se le montó encima”.
—Está el ejemplo famoso de
Boston, con el “Green Monster”: lo tumbaron, lo soterraron e hicieron un parque
arriba. No tienes que hacer a lo mejor un túnel, que es muy costoso, pero sí
puedes mejorar las vías, no sólo para el automóvil privado. Caracas es una
ciudad que en realidad tiene escasa vocación para el automóvil privado, porque
sus avenidas son modestas. Las más grandes no tienen más de tres canales por
sentido. Eso tienes que compensarlo con transporte público, restándole más
espacio al carro, con canales BRT (Bus Rapid Transit) que ya se están
modelando.
—El gobierno nacional ha
estado metiendo de contrabando aquí y allá sus “soluciones viales”. Los
gobiernos locales han hecho poca o ninguna resistencia. En el caso de Baruta es
dramático porque se llenó de puentes la Río de Janeiro y la Principal de
Colinas de Bello Monte.
—No tengo la menor duda de que
habría que demolerlos, no sólo porque contravienen la movilidad peatonal, sino
porque no tienen ninguna gracia, son espantosos. Yo critico mucho el sistema de
autopistas que se hizo en Caracas, pero admiro la calidad de su diseño estructural.
Estos no tienen ni eso.
—Las alcaldías deberían ser
las primeras en reivindicar la movilidad peatonal. Uno entiende que existe un
estilo autoritario del gobierno central, pero preocupa la falta de reacción.
—A Baruta incluso le tumbaron
el proyecto del bulevar peatonal de la Río de Janeiro. Yo diría que lo mínimo
era crear un frente de las alcaldías contra ese tipo de actuaciones abusivas e
inútiles, como el puente que colocaron en la salida de Chuao, al lado del
Veracruz de Las Mercedes.
—Muchas urbanizaciones antes
eran conjuntos de edificios rodeados de jardines abiertos, separados a lo sumo
por pequeños muros perimetrales, que se fueron cerrando y enrejando ilegalmente
ante la mirada complaciente de las autoridades locales. ¿Algún día podremos
tumbar esas rejas y recuperar esos retiros?
—En alguna medida Chacao logró
recuperarlos, sobre todo con la ampliación de las aceras en la avenida
Francisco de Miranda y en la Uslar Pietri. En una escala modesta, pero se ha
recuperado. Bogotá lo hizo. Yo no entiendo bien la manía de las rejas en
Venezuela, que a veces llegan hasta el quinto piso.
—La excusa siempre es la
inseguridad.
—En Bogotá, en su peor época,
no veías rejas. Había en planta baja, pero por detrás de las ventanas, no hacia
la calle. Aunque no había los cambios que hay ahora, había autoridades locales
capaces de hacer respetar las normas. Aquí antes no había alcaldes, sino
concejos municipales, la figura del alcalde es de final del siglo pasado, y
totalmente desautorizados en la actualidad. En la salida del Country Club hacia
La Florida hay muros que son de 10 metros de altura.
—¿Podemos restarle
responsabilidad a las alcaldías en lo que está pasando?¿Dejar en manos privadas
el tema de la seguridad no es una forma de construir una ciudad monstruosa?
—Es un tema de inseguridad
extremo, hemos llegado a los niveles de homicidios por 100 mil habitantes a los
que llegó Medellín en su peor momento. Ciertamente es una feudalización. Sin
dudas hay un incumplimiento de las alcaldías, pero hay factores que lo han
exacerbado en la actualidad. Yo a veces digo algo obvio, cuando me preguntan
cómo hacer para mejorar la ciudad: elegir mejores gobernantes.
Foto 2
Marco Negrón retratado por
Mauricio López
La vivienda como oportunidad
—La vivienda social puede ser
un factor de integración urbana, ¿dónde colocarlas?
—Sería ligero decir “puedo
meterlas aquí o allá”. La vivienda social no tiene que ser solamente producida
por el Estado. La ciudad debe tener una oferta de vivienda, en espacios
centrales, de calidad, con distintos niveles de precios. ¿Quieres tener un
edificio con solo cuatro apartamentos? Bueno, tú vas a pagar 10 veces más que
alguien que vive en uno con cuarenta. Eso permite la mezcla.
—Claro, pero eso debe
promoverlo el Estado.
—Y los gobiernos locales,
claro. He visto casos de ciudades donde está ocurriendo algo interesante:
barrios donde hay una cierta afinidad profesional, pero con diferencias de
ingreso muy fuertes. Donde viven, por ejemplo, promotores inmobiliarios, con
apartamentos muy lujosos, con arquitectos e ingenieros de ingresos medios y
plomeros, electricistas, de ingresos bajos. No sé si decretarlo sea lo más
conveniente, pero sí generar dinámicas en la ciudad que permitan esto. Creo que
la manera de manejarlo es con densidades diferenciadas.
No podemos compararnos con
ciudades norteamericanas o europeas, porque aquí hay muchas desigualdades y eso
genera resistencia. En la misma Bogotá, parte de la campaña de cultura
ciudadana de Mokus, era que la gente aceptara que en el apartamento de al lado
hubiese gente distinta. El tema de desigualdad social en nuestra ciudad afecta
mucho el desarrollo y se está haciendo poco o nada para cambiar eso.
—Si no vencemos esa
resistencia, la tendencia seguirá siendo…
—A la segregación, a que se encierre
en su feudo.
—Como quienes prefieren que no
le arreglen sus aceras o su plaza para que no venga gente diferente.El papel
del liderazgo político, con visión de ciudad, es fundamental.
—Gran parte del problema es
que nuestros alcaldes no tienen visión de ciudad. Lo que está pasando con los
desarrollos en Las Mercedes. Yo no estoy en contra de que se hagan oficinas,
pero tienes que hacerlas no parcela por parcela, sino proponer una renovación
urbana. Yo no le tengo miedo a que ganen altura, pero que cedan espacio. Ahora
están construyendo prácticamente al borde de la parcela. Eso no genera calidad.
Además, llenarla solo de oficinas es convertirla en una ciudad diurna.
—¿Apostarías en Caracas a una
Alcaldía Mayor?
—El Área Metropolitana de
Caracas es algo más que el valle de Caracas. Podría haber áreas metropolitanas
para los valles del Tuy, para Guarenas y Guatire. El litoral debería estar
incorporado al Área Metropolitana de Caracas, como lo estuvo siempre. Luego
tienes a los altos mirandinos, que funcionan como un barrio de Caracas. No es
un tema con respuesta fácil, en términos administrativos, pero deben
garantizarse mecanismos de coordinación eficiente entre todos ellos. No sé si
sobre las autoridades metropolitanas, que tiene que haberlas, debes tener otra
autoridad, electa para la región. Porque evidentemente el valle de Caracas
interactúa estrechamente con el contexto. Un ente coordinador pero con
legitimidad, que no sea nombrado a dedo por el presidente de la República. Y
este ente debería tener recursos y autoridad suficiente para gobernar sobre ese
espacio. Quizás debería tener un nivel designado por los alcaldes
metropolitanos, que coordine todo el nivel regional.
Desde lo simbólico
El asunto del lenguaje, la
enunciación, es un tema fundamental, por lo que representa simbólicamente.
Mantener la distinción entre ciudad “formal” e “informal” resulta antipático y
discriminatorio para muchos ciudadanos que habitan los barrios. Desde el
lenguaje se remarca la separación y la diferencia, a pesar de las intenciones
de integración.
—El problema es que de
alguna manera la separación existe. Yo le he dado vueltas a muchos términos.
Algunos los llaman “sub-estándar”, que me parece un término que no se entiende
bien.
—¿No sería suficiente con
decir “el barrio”?
—Pero es que yo también vivo
en un barrio.Creo que hay que buscar una forma de llamarlos. Algunos los han
llamado “autoproducidos”, “asentamientos espontáneos”. El asunto es reconocer
que allí hay un déficit de ciudad, de servicios.
—Políticamente tiene
consecuencias: llamarlos “informales”para señalar que tienen déficit
estructural, de servicios, termina remarcando un déficit de ciudadanía.
—Yo he utilizado ese término
de “déficit de ciudadanía”, en el sentido de no tener acceso a cosas que son
básicas en las ciudades. No en el sentido de que ellos no sean suficientemente
ciudadanos, sino que la ciudad no les reconoce su condición de ciudadanos. Si
usamos el término barrio, estamos en lo mismo que cuando decimos “cerro” y
“colina”. Ahí tenemos un tema de lenguaje los caraqueños. Alguien que vive en
San José, ¿vive en una urbanización, en un barrio? Algunos lo llaman “sector”.
Tenemos un déficit lingüístico importante para reconocer los distintos
fenómenos que se dan en la ciudad. Tengo un amigo geómetra que vive en
una borgata romana, que hasta tiene salón de billar. En todo caso, en
nuestros barrios el déficit no es de vivienda, sino de ciudad.
—Cambiando de tema, en algunos
países comienza a discutirse la idea de un “alcalde para la noche”, y ciudades
como Amsterdam lo han implementado. ¿Cómo suena eso para Caracas?
—No sé si hace falta un
alcalde para la noche, lo que hay que garantizar es que la ciudad funcione de
noche. Habría que señalar que las alcaldías deberían funcionar 24 horas al día,
porque la ciudad no se cierra nunca. Caracas es una ciudad particularmente
buena para disfrutar la noche.
—¿Cómo ves que Caracas se
identifique más con el Ávila que con el Guaire?
—El Ávila ha servido como
justificación para no ocuparnos de lo demás. Fernando Tábora, uno de los
autores del parque del Este, escribió un libro sobre la experiencia del parque
del Este, en el que decía que Caracas sin el Ávila no sería nada, y ese es el
gran error que hemos cometido, de creer que todo es el Ávila y no reivindicar
la ciudad. Cuando hablamos de ciudades que nos encantan, como Buenos Aires,
allí no hay más que ciudad. Porque el río ni siquiera se ve. Creo que lo del
Guaire hay que verlo como un reto, porque es todo el sistema hídrico del valle,
con un potencial extraordinario. Claro que es mejorable el río, nunca como para
bañarse y tener pescaditos, como decía Jacqueline Farías, pero sí para
convertirlo en un espacio que puedas ver. Para recuperar la idea del parque
longitudinal.Se ha planteado más de una vez embaularlo, construir
estacionamientos encima. Hay un texto que recuperé de Tomás Eloy Martínez, de
los años 80, que termina diciendo que a Caracas solo le faltan cafés y paseos
sobre el río.
Aquí estamos
Para Marco Negrón, Caracas
está en muy mal momento. “Esta es una ciudad que se ha hecho cada día más
difícil para cumplir con las actividades cotidianas. Sales de un sitio a otro,
un viaje que podría durar media hora le sumas un margen de 15 minutos más, pero
resulta que la ciudad está paralizada porque hay una protesta, o un accidente,
por cualquier motivo, y se descompone tu programa”.
—¿En qué momento estamos?
—Es difícil decir en qué
estado estamos, pero podemos empeorar. En Caracas, de algún modo, se abandonó
la inversión urbana en los años 80 y 90. Eso tuvo que ver con una situación
preocupante sobre la que reflexionamos poco, que va más allá del tema urbano,
que es la macroeconomía venezolana. Nosotros tenemos prácticamente 40 años de
crecimiento negativo, 20 a partir de los 80 y casi 20 más a partir del 2000.
Eso destruye un aparato productivo, infraestructura. Caracas se jactaba de
tener un servicio de agua potable, de acueducto, aparte de muy complejo técnicamente,
una obra de infraestructura de primerísima categoría, que garantizaba un buen
abastecimiento de la ciudad. Hoy están entrando a la ciudad 5.000 litros por
segundo menos de lo que deberían entrar. Y además están entrando aguas
contaminadas, por los trasvases del lago de Valencia, más la pérdida por la
falta de mantenimiento de la red, que se estima mínimo en 30%.
Mides el deterioro observando
lo que fue orgullo de los caraqueños, el Metro de Caracas, donde de nuevo nos
encontramos con la misma situación. El populismo de las tarifas, la negativa a
incrementarlas: cuesta cuatro bolívares, y una camionetica, con todas las
dificultades que tiene, te cuesta 40 veces más. Ahí tienes el otro tema, que es
la pobreza de la gente. La dificultad para encarar precios razonables. Los
choferes de las camioneticas tienen toda la razón cuando dicen que esas tarifas
son muy bajas.
—150 bolívares cuesta un
caramelo.
—Pero mucha gente igual no lo
puede pagar. Ese es el círculo vicioso en el que estamos. Uno circula por la
calle y la infraestructura que fue muy buena está cada vez peor. ¿En qué
momento estamos? Habría que reflexionar sobre de qué depende la calidad de una
ciudad. Podemos considerar dos aspectos,las condiciones naturales y las
condiciones creadas. Caracas, es evidente, tiene condiciones naturales
insuperables en América Latina:clima, topografía, vegetación, cercanía a un mar
amable, como el Caribe. Pero estas condiciones creadas se han ido deteriorando
cada vez más rápido. Y no sólo la física, sino la institucional, no sólo desde
el punto de vista de la formalidad, sino también del aspecto informal de la
institucionalidad, la relación entre las personas, el cumplimiento de las
normas, la convivencia.
Siempre saco el ejemplo de un
amigo venezolano que me invitó a cenar en Bogotá y estacionó en un lugar
prohibido, asumiendo que a las nueve de la noche no pasaría nada, y a los 15
minutos apareció una moto con un policía para ponerle una multa. Recuerdo que
muchos años atrás, acá en Caracas un fiscal me multó por dar una vuelta en U.
Hizo lo correcto, pero los otros fiscales lo trataron como un loco. Tienes este
tema adicional: ¿quién hace cumplir las normas? Tienes un poder judicial tan
corrompido, desde el nivel más alto hasta el más bajo. Ese es un reto dramático.
—¿Será que esa recuperación
vendrá de la gente, de los ciudadanos, en esa noción de construir sus propios
espacios de convivencia, y darles visibilidad? El caso de los acuerdos de
convivencia de Catuche es un ejemplo.
—Hay que hacer esfuerzos de
ese tipo, a distintos niveles. En las instituciones, en las comunidades, en los
barrios, en los gremios profesionales. Cuando el sociólogo Silverio González
hizo el trabajo de construir la visión compartida de ciudad para el Plan
Estratégico, la sorpresa fue que lo que más preocupaba a la gente no era la
inseguridad, sino el respeto y la convivencia. Eso debe haber sido lo que
entendió Mokus, en un contexto menos deteriorado en Bogotá, cuando le puso
tanto énfasis a la cultura ciudadana. Uno cree que hay salidas, sobre todo
cuando piensas en la transformación de Medellín.
—Mucha gente, sobre todo los
más jóvenes, tiende a pensar que este deterioro es culpa de estos años del
siglo XXI, con el proyecto chavista, pero la cosa viene de antes.
—Hasta donde llega mi conocimiento,
el discurso anti urbano comenzó con los gobiernos democráticos. Siempre me
llamó mucho la atención que en la exposición de motivos de la Ley de Reforma
Agraria del año 61, que promulgó Rómulo Betancourt, argumentaba no solo el
combate al latifundio, sino que se decía que era para frenar la migración
campesina a las ciudades. Una visión de que el campesino no tiene derecho a
venir a la ciudad, de que el mundo campesino es ideal. Recuerdo un gobernador
del Distrito Federal, colega, que decía que no entendía por qué la gente quería
venirse a Caracas cuando a él le encantaba irse al campo a pasar los fines de
semana. Hay muchos textos, pero están los de Uslar Pietri, que expresan su
visión de los habitantes de los barrios, considerándolos como una población
perdida, sin redención. Que asume que nunca debieron venir, y ya aquí los da
por perdidos.
—La visión de que ellos son
los causantes de los males de la ciudad, con el agravante de que abandonan el
campo y la producción de los alimentos que, casualmente, consumen las ciudades.
—Al principio esos barrios se
llamaban “marginales”. Recuerdo, incluso, en mis tiempos de postgrado del
CENDES, a inicios de los 60, había un profesor brasileño que planteaba que
teóricamente podía hacerse un genocidio con todos los barrios y que la economía
de un país no se resentiría por eso. Pero, además, comenzó un tema que sigue
siendo un problema de datos demográficos. Recuerdo que Jorge Gómez Mantelini
(AD), entonces presidente del Concejo Municipal del Distrito Federal, dio
declaraciones diciendo que Caracas no soportaba los seis millones de habitantes
que tenía –eso fue hace varias décadas atrás–, y que por eso había que parar la
migración hacia Caracas. ¿De dónde sacó esa cifra ese señor? No tengo la menor
idea. Esa cifra se ha seguido repitiendo, por cierto. Quizá hoy, juntando lo
que se llama la Región Metropolitana, sumando Valles del Tuy, Altos Mirandinos,
La Guaira, Guarenas-Guatire, se acerca a los seis millones. Pero seguimos
utilizando cifras poco confiables.
Asuntos pendientes
—¿Cómo llegar a los 500 años
con una ciudad robusta, en la que saquemos el mejor provecho de esas
condiciones escenográficas que has mencionado y que sus habitantes puedan
disfrutarla plenamente?
—Lo fundamental es volver a
generar confianza en la gente, recuperar la certeza de que esta ciudad vale la
pena. Para eso creo que hay dos cosas que pueden servir. La primera es una
fortísima campaña de cultura ciudadana. Una que supere el esfuerzo que hizo en
su momento Bogotá con Mokus. Que entre por todos los poros de la ciudad, que
llegue a toda la gente, que incorpore a figuras de prestigio, deportistas,
artistas. Todavía hay quien recuerda la encomiable campaña de Renny Ottolina,
un esfuerzo de una persona con mucho prestigio, pero una sola persona. En esto
tienen que embarcarse todas las alcaldías. También las instituciones del Estado
que tienen competencia sobre la ciudad. Basta recordar la experiencia del Metro
de Caracas.
—¿Cuál sería la otra?
—Aprovechar las nuevas
tecnologías para controlar y garantizar que la ciudad funcione. Por ejemplo,
lograr que el tráfico mejore, que las personas que cometen infracciones sean
castigadas, reciban multas, cobrarlas. Eso con la tecnología es lo más fácil
del mundo. Cuesta algo de dinero, pero no son cifras inalcanzables. Puede haber
mecanismos para que aquellas empresas que aspiran hacer negocios más grandes en
el futuro puedan iniciar operaciones a costos relativamente bajos. Así empezar
a tener semáforos realmente inteligentes, para un control efectivo del tráfico.
Lo primero está asociado a que la gente internalice la importancia del buen
comportamiento, y segundo que haya posibilidades de sanciones a los
infractores.
—¿Cómo, desde ese aparataje
institucional tan cuestionado, logras darle credibilidad a esa gran campaña de
cultura ciudadana? Por otra parte, ¿cómo se vincula eso con nuestras grandes
desigualdades?
—Mal que bien, creo, las
alcaldías mantienen un cierto nivel de prestigio entre la gente. Tú mencionas
la desigualdad, y ese es un asunto clave en una ciudad como Caracas, pero ese
es un tema que lleva tiempo superarlo. Creo que hay que actuar rápidamente
sobre líneas que ayuden a recuperar la confianza, que den cuenta del tema de la
desigualdad. Por ejemplo: sincerar las tarifas del metro, pero subsidiar a
aquellos que realmente lo necesiten. Para eso necesitas información de quiénes
de verdad necesitan de ese subsidio. Este gobierno lo ha ensayado de manera
perversa con los CLAP, que es una forma de subsidio directo, pero que sirve
para el control político y la discriminación. Creo que en esto las alcaldías
pueden jugar un gran papel. Pero tener también un contacto muy directo con las
comunidades para entender cuáles son sus aspiraciones reales. Los profesionales
a veces tendemos a sustituir las aspiraciones de la gente por las creencias
nuestras.
—¿Les falta calle a nuestros
planificadores urbanos?
—Como diría Teodoro Petkoff,
“les falta burdel”. Recuerdo que a mí me impresionó mucho, cuando se proyectaba
Ciudad Guayana, una imagen delo que sería el malecón en el que se incluía un
hombre muy elegante, caminando con un blazer y una pipa. Un traslado automático
que hace gente que estudió en universidades de mucho prestigio del exterior,
sobre nuestras ciudades. No vas a poner un indigente, pero tienes que
“tropicalizar”. Ahí nos pasa lo que a los políticos radicales: si nuestro
pensamiento no se adapta a la realidad, cambiaremos la realidad.
25-07-17
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